Reconozco que apenas había leído a Annie Ernaux hasta que recibió el Premio Nobel de Literatura. Cuando apareció en su casa de la periferia de París, hablando ante la prensa con su discurso improvisado, al mismo tiempo sencillo y valiente, como una tejedora de palabras paciente y firme en su propósito de poner su literatura, llena de compromiso y honestidad, al servicio de las causas de los más desfavorecidos. Una autora que ha hecho de la autoficción el género literario que lleva su marca. Social y feminista siempre. Descubrir sus libros está siendo sin duda un regalo literario en este invierno. Transitar por sus páginas, desde La mujer helada, El acontecimiento o Pura pasión, entre otros títulos ahora reeditados, es un viaje en el tiempo por una Francia muy alejada del brillo cultural. Una literatura sin filtros, como la vida, hecha con palabras certeras e inteligentes. Annie Ernaux es una escritora a la que tarde o temprano hay que llegar y el Nobel está siendo una buena ventana para asomarse a ella. “Escribiré para vengar a mi raza”, asegura que pensó en sus orígenes, cuando tuvo que abrirse camino en un tiempo en el que ser una mujer suponía un pesado lastre también en la escritura. Y se aferró a la literatura como una tabla de salvación, como un modo de vida narrado en cada uno de sus libros. Ahora a sus 82 años le ha llegado el Nobel y lo recibe como “una señal de justicia y esperanza para todas las escritoras”.