Una nueva tragedia se suma al listado del dramático conteo de la isla canaria de El Hierro desde que se convirtió, hace años ya, en el objetivo de destinos de cientos de cayucos con miles de personas a bordo. A sólo dos metros del desembarcar de forma segura ya en el puerto, la balsa volcó y siete personas, cuatro mujeres y tres niñas, se ahogaron ahí mismo. A estas alturas, siete nuevas víctimas de la inmigración desesperada parece que no cuentan entre las decenas de miles que han fallecido desde hace dos décadas largas intentando llegar a las fronteras europeas, pero han alcanzado una atención mediática que vuelve a poner en la agenda pública la dureza inhumana de una realidad cotidiana.
Otros miles de otras catástrofes similares o mayores no han tenido la posibilidad de despedirse con una mínima llamada de atención en un hueco en los medios informativos o ni siquiera han llegado a ocupar un lugar en las estadísticas oficiales. Víctimas de las que todos hablan un día y víctimas de las que todos callan al día siguiente. Han pasado por la vida sólo como fríos números, sin nombre ni apellidos, en esa interminable lista negra. No es un asunto sólo de piedad humana o de solidaridad, ni tampoco unas pocas letras para tranquilizar a mi conciencia de privilegiado europeo.
Las causas están claras: la voracidad económica que va destruyendo países y pueblos para explotar a sus seres humanos y sus recursos naturales y engrosar las arcas de una avaricia inagotable. O gobiernos corruptos, inestables o sometidos a la pobreza y las guerras en sus países de origen que utilizan a sus propios ciudadanos como mercancía de compra y venta a los que no tienen intención alguna de atender ni de defender porque consideran mejor que se jueguen la vida y la poca riqueza que puedan juntar en buscarse la vida lejos de su arraigo, entorno familiar, social y cultural. O las mafias de baja estofa o de guante blanco que ganan millones de dólares con el tráfico de migrantes, como con la droga, la trata de mujeres, la prostitución, los fondos especulativos y demás delincuencia asentada en un sistema económico global en el que solo cuenta el máximo beneficio tenga el origen que tenga. Y la inacción, la confusión, la impotencia y la ineficacia de la UE, también el creciente rechazo social ante las en muchos casos dificultades objetivas para poder atender, asumir e integrar de forma estable y universal la inmigración actual de forma segura, eficiente y coherente de las miles de personas que tratan de buscar una vida mejor. La evidencia del sufrimiento ya no es suficiente para nada en este mundo.
Tampoco para alcanzar acuerdos siquiera mínimos para detener esta sangría. Ni hay acuerdo sobre el destino de esos seres humano que huyen de la persecución política o religiosa o de la miseria económica. Ni siquiera sobre las fórmulas para detener su explotación, persecución y abuso en sus países de origen o por las mafias de la inmigración. Son el núcleo más bajo de sistema neoliberal capitalista que, además, se ha convertido en caldo de cultivo para los mensajes xenófobos más extremistas, que cada vez acaparan más espacio y apoyo social y más poder político. Mirar para otro lado hasta la próxima tragedia humana, hacer como que se hace haciendo muy poco y muchas veces mal para quedar bien no puede ser la solución.