Mañana será otro día. Hay tiempo por delante para seguir juntando letras sobre Koldo, Ábalos, Cerdán y compañía y las derivadas que pueda habier en Navarra. Los renglones de esta obra se escriben torcidos y cambian el relato de los hechos de una día para otro. Pero hay en este planeta gente mucho más jodida que quienes protagonizan en sus diferentes escenas este paripé entre indignante, estúpido, cutre y absurdo que centra nuestra atención aunque nos entretenga más bien poco. Un pequeño espacio hoy para pensar y recordar también a las personas refugiadas como casi cada año. La cifra global alcanza los 120 millones “Personas que se hallan fuera de su país de origen y no puede retornar a causa de un temor bien fundado de persecución debido a su raza, religión, nacionalidad, opinión política o pertenencia a un grupo social determinado”, dice la definición oficial, pero lo importante es la primera palabra, personas, seres humanos.
Las guerras son la principal causa del crecimiento incesante del número de refugiados, pero el genocidio de en Palestina no oculta que hay otras limpiezas étnicas en el mundo por los desastres de la guerra o del neoliberalismo. Son afganos, sirios, libios, africanos, congoleños, etíopes, yemeníes, sudaneses, iraquíes, rohingyas, asiáticos, palestinos, saharauis, kurdos, hondureños, guatemaltecos, mexicanos... a los que la diplomacia y la geopolítica, y en buena medida también los organismos internacionales, han abandonado a su ninguna suerte. Es inevitable mantener la mirada y la atención allí, aunque sea solo un mínimo. También lo es dedicar de vez en cuando un pequeño rato a pensar y reflexionar sobre qué derivará de cada nuevo desastre, ahora entre Israel e Irán.
El mundo que vendrá cuando de una forma u otra las guerras lleguen a su fin será peor que el actual, que ya no es bueno. Eso seguro. Pero interesa sobre todo el coste humano en presente y en directo del día a día. Las personas muertas ya en bombardeos o enfrentamientos, las personas que han quedado atrapadas en ciudades, barrios y pueblos de cualquier lugar sin poder escapar, bien porque la edad se lo impide, bien porque no se les ha permitido, y las personas que ya conforman nuevas enormes filas por caminos y carreteras de refugiados dejando atrás bienes, casas, familia, amigos y todo lo que compone una vida como la de cualquiera de nosotros aquí.
Me interesan sus palabras. Las palabras de quienes reflejan con su vivencia personal el absurdo humano y la mentira inmensa de la guerra, de todas las guerras. Todos al hablar transmiten las mismas sensaciones, usan las mismas palabras, expresan los mismos anhelos que otros miles de refugiados que hemos visto y escuchado en cualquiera de las fronteras que huían de otras guerras, de otras violencias, de otras miserias... Todos comunican lo más interior de ser humano, cosas tan simples y profundas como miedo, esperanza, tristeza, abandono, recuerdos o solidaridad. Se habla ya de la Tercera Guerra Mundial y aunque he escrito otras veces que eso sería un imposible en este tiempo de la Humanidad, ahora pienso que quizá ya esté en marcha. Poco a poco, a pequeñas dosis, las malditas guerras siempre están ahí, en medio mundo ya, con miles de muertos aún lejanos y asumibles para nosotros, pero en marcha.