La letra del acuerdo sobre aranceles firmado por EEUU y la UE no mejora las malas sensaciones que ya dejó la escenificación de la firma final del pacto entre Von der Leyen y Trump en un campo de golf propiedad de este último en Escocia. Si la foto fue humillante para Europa, el texto del acuerdo solo confirma que la amenaza no ha dejado otra salida que ceder al chantaje de Trump.
Por mucho que se esfuerce en explicar el comisario europeo de Comercio, un tal Maros Sefovic, que ha sido el mejor acuerdo posible y que su no aceptación abriría una guerra comercial cuyas consecuencias serían aún peores, lo cierto es que no ha habido espacio real para negociar y Trump ha impuesto su esto es lo que hay. Es malo también para los intereses de Navarra, porque sectores con el vino y la alimentación se han quedado sin la excepción arancelaria que esperaban –seguirán sujetos al 15% de tasa de exportación–, y deberán afrontar las consecuencias de la parte del acuerdo que abre la puerta a una relación preferente que favorece la llegada a Europa de los productos del sector agroalimentario estadounidense, con lo que su capacidad de competencia será menor. No es un buen acuerdo para los agricultores y ganaderos navarros ni europeos.
El sector del automóvil finalmente ha quedado en un arancel del 15%, aunque pendiente de confirmar a la espera de la que la UE rebaje los aranceles que impone el sector de EEUU. Acero y aluminio seguirán sometidos al 50%. En realidad, el acuerdo supone, entre otras cosas, multiplicar por cinco los niveles arancelarios que tenía Europa antes de la llegada de Trump. Pero más allá de la distribución sectorial de la guerra arancelaria, hay consecuencias aún peores para el modelo socioeconómico que sostiene el bienestar en la UE. Para empezar, el compromiso de eliminar todos los aranceles europeos que pesan sobre los bienes industriales de EEUU desequilibrando inevitablemente la balanza comercial en su favor. Además deberá adquirir productos energéticos por valor de 750.000 millones de euros a EEUU, aumentando su dependencia energética de ese mercado e invertir otros 600.000 millones de euros en sus sectores estratégicos, entre ellos los chips de inteligencia artificial. Nuevo paso hacia la dependencia. Y por último, el compromiso de adquirir equipamiento militar estadounidense, y una parte del mismo, como dejó claro Trump en su encuentro con un grupo de líderes europeos junto a Zelensky este pasado martes, será destinado a la seguridad y defensa de la paz en Ucrania tras alcanzase un hipotético alto el fuego con Rusia. Esto es más o menos que el sector armamentístico de EEUU hace negocio con la venta de armas que paga la UE y luego entrega gratis a Ucrania para garantizar su defensa. Parece un mal chiste, pero es lo dice que Trump que hay para alcanzar un acuerdo que evite la guerra comercial.
El resultado debería abocar a las empresas europeos a buscar nuevos mercados y buscarse la vida y la UE adoptar medidas propias al margen de la presión de EEUU, que ya ha demostrado que con Trump no es un aliado de fiar, para garantizar puertas de salida que permitan superar las consecuencias que este acuerdo de aranceles puede tener en el PIB de sus diferentes estados miembros y en el del conjunto de la UE. De momento, guste más o menos asumirlo, Europa está pagando la fiesta de Trump, y en la UE no hay motivos para brindar.