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Tiempos bolcheviques

No hace mucho que arrojábamos los restos del siglo XX al contenedor de residuos tóxicos. Con todo, dicho período ?anímico más que cronológico- maneja fechas un tanto controvertidas. Hay quienes proclaman su finiquito el 11-S de 2001, con la caída de las torres gemelas. Otros optan por el 25-N de 2016, tras la desaparición de Fidel. Su comienzo no es menos dudoso, están los que trazan la línea de salida en el ocaso de la Era Victoriana, pero, lejos de ser enero de 1901, año de la muerte de Victoria, apuntan a 1914, pórtico de la Gran Guerra.

Del igual modo, algunos sostienen que el final del otro gran hito del pasado siglo, la II Guerra Mundial, fue un 7 de mayo de 1945, cuando Alfred Jodl rubricó la capitulación alemana ante los aliados. Sin embargo, hay quienes aseguran que fue al día siguiente, en el instante en que Wilhelm Keitel firmaba un documento similar, eso sí, ante autoridades soviéticas. Me persuade más la idea de que la fiesta acabó en la madrugada del 30 de abril, cuando Adolf se pegó un tiro en el bunker de la cancillería (Eva puso fin a su vida mordiendo una ampolla de cianuro, le horrorizaba la sangre).

Tras dicho acontecimiento comenzó la Guerra Fría, de la que tampoco hay consenso sobre su datación. Algunos historiadores optan por la Conferencia de Potsdam en julio del 45, donde todos los presentes coincidieron en mostrarse mutua hostilidad. No obstante, otros van más atrás y dicen que el comienzo se remonta a la primitiva pugna entre Alemania y Rusia por el espacio vital (si bien, sus tropas mantuvieron excelentes relaciones hasta finales de los 30), grieta que se agrandó en octubre de 1917 con la revolución bolchevique (en realidad fue en noviembre, dado al desfase entre el calendario gregoriano y el juliano) y la confrontación entre comunismo y capitalismo, diferencia ideológica que, pese al transformismo geopolítico, aún perdura en la modalidad Este vs Oeste. Del mismo modo que la contienda económica se libra en el eje Norte vs Sur.

Este galimatías de dudosas efemérides no hace sino desvelar la inconsistencia y perplejidad de nuestro devenir. Tal es así que, a cien años vista de aquel fantasma que recorría Europa, surge una duda razonable: ¿el mundo avanza o retrocede?

Giambattista Vico parecía tenerlo claro: “La historia no avanza de forma lineal, impulsada por el progreso, sino que lo hace en ciclos que se repiten, una espiral en la que todo regresa”, reflexión que el filósofo napolitano dejó escrita ya a mitades del siglo XVIII.

Y quizá sea cierto. De hecho, se vaticina que el reality de Trump pinta mal. Sus coqueteos con la Rusia del intrigante Putin, cuyas supuestas simpatías se han visto enturbiadas por un folletín de espías que haría sonrojar al mismísimo LeCarré, o sus recientes bravatas contra China, no hacen mucho por la buena convivencia en un planeta que, cada vez más encogido, se asemeja a un piso patera. Por lo visto, nadie le ha dicho aún al presidente electo que el gigante asiático es el dueño del 70% de su deuda, entre otras consideraciones.

Por otro lado, no tardaremos mucho en averiguar si sus desafíos a cara descubierta contra las agencias de inteligencia de su país o contra la prensa independiente, no acabarán como Nixon entrampado en el Watergate (el Washington Post lo destapó, pero fue “Garganta profunda” quien lo filtró, esto es, Mark Felt, alto cargo del FBI, sus propios servicios secretos). O peor, como JFK en Dallas, con más enemigos alrededor que Marine Le Pen en Lavapiés.

Para el resto del mundo, el pronóstico tampoco es muy halagüeño: el Brexit, lo que quiera que eso sea; las elecciones en Alemania, Francia, Holanda, quiza en Italia; la amenaza yihadista; el calentamiento global; la explosión demográfica en África y Oriente próximo, con sus guerras y sus hambrunas (la inmigración es sólo una de las secuelas), vaticinan un mundo cada vez más temeroso de sí mismo, no apto para cardíacos. La economía tampoco saldrá mejor parada. Aquellos días en que los bancos centrales inundaban los mercados con dinero en efectivo, han llegado a su fin.

Ahora esa responsabilidad la tendrán que asumir los gobiernos mediante políticas fiscales o de control del gasto, lo que es probable que desemboque en un período volátil para los mercados, a tenor de la inseguridad que se apodera de la política global.

Pero, como sugería al principio, hay versiones para todos los gustos. De hecho, no son pocos los que proclaman que el nuestro es el mejor de los mundos posibles, postura que sostienen Steven Pinker, Michel Serres, Johan Norberg y, por qué no, también Rajoy. Todos ellos pronostican un período de bonanza y estabilidad. Pinker, científico cognitivo en Harvard, abona la idea de que la humanidad vive la época más próspera de su existencia. El historiador sueco Norberg, señala que el capitalismo es el sistema que más ha hecho por el progreso del ser humano, en el que a cada minuto que pasa, cien personas salen de la pobreza. Eso sí, al final de su reflexión duda si vivir más, tener menos pobreza y un índice de violencia más bajo, nos hace ser más felices.

El filósofo francés Michel Serres avanza que la revolución digital traerá un renacimiento de la humanidad, a pesar de los abusos que se hacen de ella. También apunta que Europa occidental vive en un verdadero paraíso con 70 años de paz, algo inédito desde la guerra de Troya. Por último, en tiempos de política gaseosa, con un aumento de la indiferencia, la apatía y el pesimismo, resurge Mariano Rajoy que ha sobrevivido a la corrupción, a Aznar, a Zapatero, Rubalcaba, Sánchez, a un Rey, dos Papas, y hasta un accidente de helicóptero, con Esperanza Aguirre a bordo. Qué mejor antídoto contra los agoreros de la incertidumbre y el mal fario que él mismo. Sin duda, somos unos desconsiderados, tenemos la solución a todos nuestros males en casa y no se lo hemos agradecido.

En todo caso, cuando aún no se han desmontado las luces navideñas de calles y plazas, aquí viene el 2017 cargado de regalos y sorpresas como en una entañable cabalgata. De una cosa podemos estar seguros, traiga lo que traiga, no nos vamos a aburrir.