en la actualidad es de gran relieve la problemática que conlleva elegir una carrera universitaria por descarte y no por vocación en el futuro puesto de trabajo (sobre todo en trabajos que se ocupan de la persona y no solo requieren habilidades técnicas sino también humanas).

Para empezar, he de explicar que toda profesión está enfocada a la consecución de un fin determinado al que llamamos bien interno. Es más, la razón de existencia de una determinada ocupación es la necesidad que tiene la sociedad de esta actividad o bien interno. Este le da sentido a la profesión y ninguna otra puede conseguirlo, puesto que cada trabajo presta un servicio específico e indispensable para la sociedad. (Ejemplo: el fin de la profesión de un zapatero es arreglar zapatos, si la gente no usara zapatos, esta profesión no existiría. Además solo el zapatero puede satisfacer este fin puesto que un frutero no puede sustituir al zapatero en su servicio).

Este fin única y exclusivamente se consigue mediante el ejercicio de unas determinadas acciones buenas a las que llamamos virtudes.

Existen virtudes físicas (habilidades técnicas) y virtudes morales (con las que empleo las habilidades técnicas en un sentido bueno según los valores morales). Para el ejercicio de una profesión son necesarias ambas. Aunque en la mayoría de profesionales solo se dan las primeras impidiendo de tal forma la excelencia profesional.

Llegados a este punto, cabe destacar la diferencia en el ámbito laboral entre un profesional que realizó la elección de sus estudios por descarte respecto a otro que lo hizo por vocación: aquel que optó a ella por descarte, en el puesto de trabajo actuará conforme al deber, únicamente aspirando a unos mínimos, cumpliendo con lo legal evitando de este modo caer en conductas negligentes a diferencia del que lo hizo por vocación, que aspirará a unos máximos que le proporcionarán una gran felicidad y sentido a su vida logrando de tal modo la excelencia profesional.

En las profesiones que se ocupan de la persona, es necesario esta pretensión de máximos, ya que es necesario buscar el bien para esta misma y eso es de gran dificultad si la elección no se hizo por vocación ya que se requiere verdadero interés por la persona que se beneficia de nuestra labor. El que lo hizo por descarte únicamente cumplirá con lo legal evitando hacer tanto daños como perjuicios. En cambio, el otro buscará el mayor bien posible para esta misma.

Si no existe vocación por la profesión, tampoco interés y aunque tengamos las habilidades humanas necesarias (compresión, empatía, etcétera) no las podremos llevar a la práctica con esmero.

No obstante, esto no es el dilema? ya que la mayoría de los profesionales no aspiran a esta excelencia. Trabajan únicamente por el dinero que esta les proporciona y aún no se ha derrumbado el sistema.

El contratiempo viene cuando éste que busca el lucro que le proporciona la profesión (sueldo) se centra únicamente en conseguir este mismo y no los el de los beneficiarios directos de la actividad social (clientes). Apartándose de tal modo del fin último de la ocupación y buscando los frutos que le proporciona el servicio que éste da a la sociedad: tanto dinero como prestigio y poder. A esto llamamos corrupción. Entendiendo esta como una transformación de la profesión en relación a su fin último.

“El compromiso de un profesionista no es el de mantener su poder y estatus social sino el de prestar un servicio de calidad del modo más excelente posible”.

Por tanto, todo aquel que realice la elección por descarte es más propenso a caer en las garras de la corrupción.

Más que encaminar a las personas por sus capacidades intelectuales y derivarles por determinadas ramas hasta que mediante descarte general seleccionen una meta errónea para su futuro profesional, debemos promover el interés en la búsqueda de motivación personal y propósitos de vida.

Las profesiones no solo requieren de una titulación ni de unas habilidades técnicas sino también de unas aptitudes específicas y buena disposición para ejercer estas mismas.