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El auto-odio catalán

Ya están ahí los resultados provocados por el inenarrable estratega Mariano Rajoy, con la colaboración de sus comandantes Sánchez y Rivera. Mariano Rajoy, ese gran gobernante que, por encima de los votos, prefiere la justicia. No voy a especular sobre qué vaya a ocurrir ahora, ya hay suficientes analistas por ahí con más credenciales y conocimiento de mentideros que un servidor, por más que la mayoría de tales credenciales garanticen nula seriedad y pura dependencia de quien se las haya otorgado. Me interesa más incidir en un tema tangencial en este momento, pero muy aireado e inflado por el bloque perdedor durante lo que llevamos de procés, con mentiras de bulto enormemente significativas, magnificadas durante la campaña electoral. Tan significativas que ponen en evidencia su verdadera falsedad, cuando menos para cualquiera que se moleste en contrastar las cifras aireadas con las reflejadas luego en las estadísticas oficiales de ministerios y BOEs.

Me refiero al manido tema de la fuga de empresas catalanas a otras CCAA. Para empezar, no es verdad lo de la fuga: siguen produciendo en Cataluña. Para continuar, lo que se ha producido es el cambio de sedes fiscales, con el fin de privar al autogobierno de una de las fuentes de ingresos tributarios, no tan clave, por cierto, en su sistema de financiación. Los ingresos obtenidos del conjunto de empresas cotizantes en Cataluña suponen, uno lo ha visto por ahí, en torno al 2% de los ingresos autonómicos: así que, tras el 0 coma porcentual, habría que hacerse idea de cuántos ceros a la derecha de tal coma preceden a los dígitos fraccionarios del porcentaje de disminución de ingresos autonómicos provocado por las empresas fugadas: ¿un 0’003% o así? Porque es que se han aireado fugas de ese tenor por parte de 3.000 empresas: pues bien, hace pocos días, en el BOE, se contabilizaban legalmente 332.

Pero más que los datos y las mentiras me interesa otro fenómeno, más espiritual, como es el de la actitud política de los partidarios del bloque perdedor ante esas fugas y su aireado catastrofismo. En efecto, la hinchazón de las cifras de fugas con obvia intencionalidad política, como (al)arma de amedrentamiento hacia la ciudadanía para que no votase mayoritariamente a fuerzas soberanistas, se puede entender en el papanatismo de ámbito estatal, donde se ha promocionado el mensaje del odio hacia todo lo proveniente de Cataluña (el tema de la promoción interesada de fugas es concomitante con el del boicot español a productos catalanes), incluyendo el odio hacia la propia ciudadanía catalana, tan incomprensible ésta, tan loca? Lo que no es entendible es la actitud de los y las catalanas que jalean tales mensajes: ¿no son esas fuerzas las buenas fuerzas catalanas? Tan buenas y sacrificadas fuerzas que parecen soñar con la ruina de verdad para su país, como catarsis constitucionalista quizás. Si no estamos ante un síntoma de auto-odio, que algún psicoanalista me lo explique.