Para el físico y ensayista español Fernández-Rañada se da una situación extrema en las interpretaciones que de la realidad exponen tanto Jacques Monod como Edward O. Wilson. Así nos lo muestra cuando escribe: “Muy en la línea de Monod, Wilson pretende reducir todo lo referente al hombre a la conjunción de su patrimonio genético y su entorno”, llegando al extremo de afirmar: “los sociobiólogos son los nuevos moralistas” porque su saber “puede revelar la verdadera naturaleza del hombre”. Se tiene a Wilson por el creador de la sociobiología a partir de las conclusiones extraídas desde sus estudios sobre el comportamiento societario de las hormigas. Como teoría determinante de nuestra condición, el autor habrá de matizar posteriormente la imposibilidad de traslado del modelo de comunidad animal al de la humana dado el inconveniente o diferencia del papel desempeñado por la cultura de la segunda frente a lo meramente instintivo de la primera. Y coherentemente con lo afirmado por Monod habrá de sumarse a la hipótesis de que la nuestra es una extraña combinación del azar con la necesidad. Ello habrá de llevarle a la siguiente e interesante conclusión de que, y en primer lugar, se hace del todo necesario poder prescindir de la inteligencia sobrenatural en relación con la singularidad de nuestra existencia, puesto que éstos (el azar y la necesidad): “(...) fueron los responsables de nuestra especie, una entre millones en la biosfera terrestre”; lo que consigue hacer, en segundo lugar, que necesariamente tomemos conciencia de nuestra soledad. Algo que para el autor es sencillamente genial, puesto que: “(...)significa que somos completamente libres. Por consiguiente, podemos diagnosticar más fácilmente la etiología de las creencias irracionales que tan injustificadamente nos dividen. Tenemos ante nosotros nuevas opciones que en épocas más remotas eran prácticamente impensables. Nos dan las fuerzas necesarias para abordar con más seguridad la empresa más grande de todos los tiempos: la unidad de la raza humana”.

Esta es la razón por la que justifica el libre albedrío, la capacidad que ostentamos de poder elegir, como el instrumento necesario para la cordura en aras de la perpetuación del humano como especie. En definitiva, el entomólogo tiene a bien comprobar el que en relación con las hormigas la libertad de elección es aquello que nos hace ser permanentemente inconformistas ante, por ejemplo, las situaciones de abuso, la injusticia y la explotación. Y, obviamente, redundando sobre el tema, un antropólogo como Roger Bartra evidencia que el cuestionamiento de la misma nos abocaría a un menosprecio de “todo el edificio de las instituciones sociales que encuentra su base en la creencia de que hay una responsabilidad personal que hace a los individuos merecedores de un castigo si violan las leyes y de un premio si muestran suficientes méritos”. A nadie se le oculta que detrás de este debate se trata de entender “el sentido de la libertad humana” -de la expresión del antropólogo- en la rabiosa polémica entablada desde una cierta visión cartesiana que escinde el acceso al conocimiento a través de la dualidad excluyente de ciencias y humanidades. Wilson, a quien aparentemente las últimas no parece decirle gran cosa, habrá de concluir su ensayo, no obstante, afirmando el que: “si el poder heurístico y analítico de la ciencia pudiera sumarse a la creatividad introspectiva de las humanidades, la existencia humana ganaría un sentido infinitamente más productivo e interesante”.

Ahora bien, el Wilson moralista, desde las premisas de su conocimiento basado en el entendimiento y el sentimiento, intuye un grave peligro para los objetivos de la comunidad global en la amenazante presencia de lo que él denomina tribalismo -sobre todo si éste se da en su asociación con cualquiera de las manifestaciones y movimientos de tipo religioso-, al comprobar que siempre y en todo lugar surge de la imperativa necesidad que tiene el hombre desde su origen de pertenencia a un grupo dado. Por otro lado, de sobra es conocido que el significado y procedencia etimológica de la palabra de la que deriva, religare, no significa otra cosa que la humana necesidad de encontrar uno o varios vínculos de tal ligazón. El nacionalismo en este sentido vendría a ser una manifestación de tal tipo si bien emanada desde una modernidad más o menos secularizada, en unos casos confesional y en otros aconfesional, de esa misma exigencia de pertenencia. Lo que no significa que carezca de justificación, sino, muy al contrario, que dada su universal presencia en infinidad de manifestaciones de toda índole, habrá de encontrársele una explicación.

Para Wilson, el ratiocinatio, o razonamiento, de tal fenómeno consiste en comprobar cómo esta nefasta asociación del grupo con la religión, haciéndolo extensiva al ámbito de la política, del vínculo tribal, obstaculiza “la comprensión de la realidad necesaria para solucionar la mayor parte de los problemas [...] En la génesis de la religiosidad la fuerza instintiva del tribalismo es mucho más importante que el deseo de espiritualidad. La gente siente la profunda necesidad de afiliarse a un grupo, ya sea religioso o aconfesional. Basándose en sus experiencias emocionales vitales, los humanos saben que la felicidad, y de hecho su propia supervivencia, les requiere que establezcan vínculos con otras personas que compartan su mismo parentesco genético, lenguaje, creencias morales, ubicación geográfica, finalidad social o código de vestimenta -de ser posible todos estos factores, pero al menos dos o tres en la mayoría de los casos-. Es el tribalismo, y no los dogmas morales y el pensamiento humanitario de la religión pura lo que hace que la gente buena haga cosas malas”.

En definitiva, la razón de la nación (forzando a tal efecto los conceptos de ratio y natio) no es otra que la búsqueda del razonamiento por el cual todos quepamos dentro de la globalidad de cada una de las culturas siempre desde una actitud colaborativa. Y este vínculo desde luego no lo da el reduccionismo cientificista, aunque siempre aporte algo en ello, sino la honda pluralidad y variedad de las artes y disciplinas humanísticas. En este sentido, cabe apreciar -a modo de hipótesis- que sean los estados y naciones artificiales los que muestran una menor estabilidad a la hora de afrontar el problema de su cohesión interna, frente a las construcciones comunitarias más o menos naturales.

El autor es escritor