El pasado 8 de junio de 2019 Solasbide, que se integra en el movimiento internacional Pax Romana de intelectuales católicos, celebró en Pamplona, por sexto año, un encuentro abierto. En esta ocasión sobre la ecología integral, con la encíclica Laudato Si del papa Francisco como eje inspirador, que nos sugirió dos preguntas a los participantes, personas comprometidas en diversas instituciones y actividades e invitadas con ánimo de debatir en ambiente de pluralidad: ¿Qué tipo de iniciativas -ya en marcha o nuevas- consideras que son interesantes, factibles, prometedoras o eficaces y que merecerían un fuerte apoyo social? ¿Crees que puede darse un cambio ecológico de alcance sin un cambio personal y colectivo? ¿Qué aspectos de ese cambio enfatizarías?

En el debate hubo un amplio consenso en torno a algunas ideas. La situación de deterioro ambiental de nuestro planeta y de cambio climático es, sin pecar de exageración, dramática, exige una acción decidida de movilización de la opinión pública mundial, que todavía la ve con demasiada lejanía. Es imprescindible y urgente un cambio del modelo económico-social de producción y de consumo, el actual nos conduce a un escenario sin salida, aunque es obvio que nos enfrentamos a un problema muy complejo, sistémico, de difícil abordaje. Toda actividad humana tiene efectos ambientales, efectos que interactúan entre sí de diverso modo, a veces de difícil detección y medición, e incluso las medidas de protección del ambiente a veces producen efectos imprevistos o perversos (como reciclar residuos, a menudo nos impulsa a producir más residuos y despreocuparnos de ellos). Cualquier reacción para cuidar el planeta ha de ser transversal, tanto desde la política, implicando a todas las instituciones y a todas las actuaciones sectoriales, como desde el ámbito social, incluyendo al sistema económico, a las empresas, a la tecnocracia, a los ciudadanos en su doble vertiente de actores políticos y sociales, como votantes y como activistas, y muy especialmente como consumidores.

El cambio ha de ser a escala global, exige que los compromisos de las cumbres internacionales dejen de ser sistemáticamente incumplidos, y a escala local que, aunque sea insuficiente en sí misma, resulta imprescindible porque es donde se adoptan las medidas concretas y donde se pueden ofrecer alternativas que penetren en el tejido social. Un cambio que no puede ser solo político, sino un auténtico cambio cultural, de conciencia, de educación, una conversión a otros valores (austeridad, responsabilidad, equidad, solidaridad, biocentrismo que supere el antropocentrismo) y a otros hábitos (de trabajo, de consumo, de movilidad, de ocio). Un cambio que ha de ser personal y colectivo, estructural, que exigirá también normas obligatorias, acciones legislativas e institucionales.

Pero si sobre estas ideas, por lo demás nada novedosas, hubo consenso, también en el debate aparecieron cuestiones polémicas que dificultan y frenan poder avanzar en acuerdos más precisos y operativos en la materia. El sistema económico y social en el que vivimos, basado en la competitividad, el crecimimiento y el consumismo compulsivo, y la degradación ambiental que provoca, tiene ganadores, sectores sociales que se benefician (la minoría que acumula riquezas, los países en desarrollo acelerado), y perdedores, los que pagan la cuenta (sectores empobrecidos, precarizados, países subdesarrollados). Ello implica que cualquier propuesta de cambio se enfrenta a determinados intereses económicos, que cualquier alternativa vaya a encontrar feroz resistencia entre quienes debieran soportar sus costes. Frente a lo que sugiere la propaganda política, ninguna medida puede favorecer a todo el mundo, no todos pueden ganar. Si pedimos solidaridad, quiere decir que algunos tendrán/tendremos que compartir, que renunciar a algunos privilegios.

Los intereses económicos se trasladan al campo político. Es obvio que un cambio tan trascendente como el que proponemos exige amplios consensos políticos, a ser posible interpartidistas, pero dificultados por la oposición de intereses políticos en juego. Se lamentó el poco espacio que la cuestión ecológica ocupa en las campañas electorales, lo cual sin duda tiene que ver con que pedir sacrificios es impopular, el corto plazo es más practicable que la mirada al futuro lejano y que los cambios imprescindibles resultan contradictorios con otros mensajes más populares y asentados en la dinámica electoral, como la promesa de más crecimiento, más infraestructuras, más consumo, más bienestar, sin concretar sus límites.

La incógnita de hasta dónde estamos dispuestos a cambiar para salvar el planeta, y el futuro de la propia especie humana, resulta muy peliaguda. Necesitamos un nuevo paradigma pero todavía no alcanzamos a precisarlo. Unos defienden un Desarrollo Sostenible cuyos límites con el imposible crecimiento infinito a que nos aboca nuestro sistema de producción y consumo resultan poco claros. Otros hablan de Crecimiento Cero, lo cual nos lleva a la diabólica pregunta de quién dejará de crecer (¿los países desarrollados, los que están en desarrollo? ¿los ricos, los pobres, todos?) y qué cosas dejarán de crecer (¿el bienestar, la educación, la sanidad?), o de un Decrecimiento que también debería ser sostenible (¿en qué decreceremos? ¿cómo repartiremos el decrecimiento?). Se apunta también que el cambio exige la abolición del capitalismo, cuyos valores nos han llevado a la situación actual; pero otros creen que no cabe cambio fuera del capitalismo, que no hay otro sistema posible. Muchas cuestiones quedaron sin respuesta, pero nos siguen interpelando.

Con este pequeño resumen aportamos otro granito de arena a este imprescindible debate que a todos nos afecta. Como se sugiere en la Laudatio Si, el planeta es la patria común, la humanidad el pueblo que habita una casa de todos.

El autor es presidente de Solasbide