La luna plateaba el valle de Esteribar y escuché el irrintzi primordial. Estaba en el mismo escenario en el que más de mil años atrás, mis antepasados, los vascones, decidieron emprender una acción guerrera para vengar el incendio de Iruña, su ciudad, y el avasallamiento de su territorio por las huestes de Carlomagno quien quería proclamarse emperador de Europa, a costa del exterminio de pueblos bajo su calzas de hierro. Los vascones sobrevivientes a la invasión romana, estaban dispuestos a sobrevivir a la carolingia. En eso se afanaron. Eso lograron.

El irrintzi convocante, recreado por Orreaga Fundazioa y diversos colectivos como Etxaba Elkartea de Garralda, en Zubiri, a la derecha del río Arga, con su puente románico y sus aguas curativas, en el punto donde las legiones de Roma dividían sus rutas hacia el Pirineo, conmovió a las viejas estructuras de los espléndidos caseríos del pueblo. Gente asomada a las ventanas voceaba, hoy como ayer, de la presencia de huestes hostiles, advirtiendo que había que desgastar sus fuerzas para que una vez introducidos en el laberinto de Ibañeta, no pudieran enfrentarse a los vascones que les esperaban. Táctica militar de guerrilla y desgaste. Sería combinación de fuerzas dirigentes perfectamente armonizadas al fin de reducir el enemigo y liberar la tierra vascona de sus garras opresoras. Fue el único pueblo que lo consiguió. Y que enalteció un cantar de gesta, aunque nos obvió.

Orreaga fue mucho mas y en eso está su magia, que una victoria militar: fue el nacimiento de un reino. En la noche de Zubiri, sentados en su plaza, tras la interesante charla histórica y un melódico kantuz, presenciamos la entronización de Eneko. Actores jóvenes representando viejos sucedidos, voces actuales recitando advertencias antiguas al gobernante nuevo: Tú que vales como cada uno de nosotros y nosotros todos más que vos, surgieron de la noche iluminada por antorchas, tras el baile de honor al guerrero muerto, en este caso una mujer, para significar que su pérdida en Orreaga sería siempre recordada pero en la misión de vida, en la transmisión de recuero. Ganamos una batalla, conseguimos ser un reino.

Los representantes del pasado se fueron perdiendo, al final del emotivo acto con sus ayudas audiovisuales, con un Enekoitz errege que descendido de su tono improvisado en un pavés, montaba su caballo, seguido por su pueblo en hermandad que no en sumisión, se perdía en la bruma del viejo puente. La música se fue amortiguando como el sonido del casco de los caballos y el trasiego andariego del grupo juvenil, y nos quedó grabada la emoción de ser un pueblo que hace vivo el espíritu que nos movió a formar un reino hace mas de mil años. Que no estamos dispuestos a morir ni dejar morir tradiciones que son buenas porque se entroncan con las mas puras esencias de los derechos del hombre y de la libertad y de la gobernanza actuales. Que tal fue a esencia del reino de Nabarra.

En la noche mágica de Zubiri fuimos trajinando recuerdo recuerdos con Koldo Amatria no solo del milenio sucedo, sino del que hacía cuarenta años, recién salidos de una dictadura, en aquel año vivificante de 1978 cuando recibido con honor Manuel Irujo en Noáin, recuperamos en su persona las vivencias que nos importaban como pueblo, e impulsado y organizado por Pello Irujo, se decidió, forjó y realizó el festejo de Arbasoen Eguna, en Orreaga. Tras arduas negociaciones con diversos grupos que vivieron la clandestinidad combatiente, realizamos un día espléndido, cada quien en su medida. Uniéndonos a los vascos de Iparralde en la persona de Eugene Goyentxe, y que representaron en Xuberoa la Pastoral Orreaga, entre tantas otras actividades conjuntas como la presentación de un libro en tres idiomas con la historia que rememorábamos, la actuación del grupo de bailes Ortzadar, los Gastetxus de Leitza, Scola de Donosti, la presencia de periodistas de todo el mundo y de aquel inesperado gentío que colmo la carretera del valle de Esteribar en dirección a Roncesvalles... con las hogueras nocturnas prendidas para convocar la reunión de aquel día espléndido de confraternidad vascona y, al final de la tarde, como colofón, sentados exhaustos pero felices sobre la fresca hierba de Burgete, escuchamos el cantar de los bertsolaris, en un momento de recogimiento íntimo. Al día siguiente tocaba recoger la basura de la campa y dejarla tan limpia como nos fue entregada.

Teníamos sueños. Necesitábamos cumplirlos. Era una acción vitalista que abarcaba no tan solo el remover de nuestra memoria histórica, sino el de abrir caminos como la enseñanza del euskera, la andadura de las ikastolas, la vida dentro de los partidos políticos y su relación entre si, la pacificación social y lograr esa fusión vasca que llevamos anhelando durante mas de un milenio. Era entregar el yermo campo que recibíamos para convertirlo en prado verde y fértil a la generación que nos iba a suceder en la difícil encomienda que nos planteábamos. En palabras de Pello Irujo: “Sigamos el ejemplo de aquel agosto de 778 en que nuestra unión logró aquellas magníficas victorias, en que nuestra unión logró la formulación del primer estado vasco”.

La autora es bibliotecaria y escritora