Si la guerra es la negación de todos los derechos incluyendo ya la dramática agresión al medio ambiente, no es suficiente hablar de paz. Como dice el papa Francisco, quien habla solamente de paz y no la construye se contradice; y quien habla de paz y favorece la guerra, por ejemplo con la venta de armas, es un hipócrita.

En 1967, Pablo VI proclamó el uno de enero como el Día Mundial de la Paz. En 1981, la Asamblea General de las Naciones Unidas instauró una jornada similar con el objetivo de influir en todas las naciones del mundo para la instauración de políticas capaces de erradicar la violencia en todas sus formas. Existen otros dos días que guardan relación con el Día Mundial de la Paz. El primero es el Día Escolar de la No Violencia y la Paz (30 de enero) en el que se conmemora la muerte de Mahatma Gandhi. El segundo es el Día Internacional de la No Violencia que se celebra el 2 de octubre.

Paz entre las naciones y paz en el corazón que pide con urgencia una reflexión, más allá del recordatorio anual, con la duda razonable de si estos días mundiales sirven para concienciar para el cambio de las dinámicas violentas. No es solo un problema político, es algo que nos involucra a todos cada vez que tomamos decisiones: en casa, en el trabajo, en la vida social... El anhelo de paz no es menos humano que la tendencia guerrera que llevamos dentro. La historia nos recuerda que primero fue la guerra para lograr la paz; después vino la paz por el Derecho, la paz por el miedo, la paz por la cultura, y todavía falta el acento en buscar la paz por las actitudes éticas individuales, que son las únicas capaces de doblegar a la violencia como arma de solución de conflictos. Es bastante obvio que los conflictos militares no empiezan con el primer tiro, sino con las palabras y las ideas en el corazón humano.

Cuentan que Napoleón se quedó muy extrañado cuando se enteró en su exilio de Santa Elena que no muy lejos había unas islas en las que no existían armas. No concebía una sociedad sin guerra, como le ocurría a la gran mayoría de sus contemporáneos. Y eso que creía en el Derecho, siendo el impulsor del Código Civil francés -con aportaciones del derecho romano, canónico y consuetudinario- que tanto influenció en el derecho civil del siglo XIX de la mayoría de los países de Europa y América Latina. Tampoco el derecho internacional pensó en ilegalizar las guerras antes de la Primer Guerra Mundial, sino todo lo contrario: quiso regularlas en la creencia de que la guerra podía ser justa (a la paz por la ley). Pero la guerra es la continuación de la política por otros medios, definición cínica pero evidente del militar prusiano Carl von Clausewitz.

Es cierto que se ha avanzado en el rechazo a las guerras por el temor a la pérdida de seguridades materiales y por las convicciones pacifistas. Aun así, ahora mismo existen decenas de conflictos armados con la tensión internacional propia de saber el tipo de mandatarios que dirigen China, Rusia, Estados Unidos, Corea del Norte, Israel o Irán. Y con la extrema derecha como gran fuerza política en la Unión Europea además del latente terrorismo islámico. Sun Tzu, Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Maquiavelo.... son ejemplos de una visión de la guerra como un arte en lugar de como una desgracia. ¿Quién recuerda, por ejemplo, La paz, obra inmortal de Aristófanes? Al final, los grandes héroes de la guerra son los que atesoran los mejores monumentos y condecoraciones.

Ser agente de paz es un reto difícil. Y las noticias ejemplares no son de interés a pesar del déficit existente en conseguir relaciones pacíficas en política, en la sociedad o la ansiada paz interior. Pero aceptamos mansamente la generosa ración de sucesos violentos que la tele nos sirve a diario: las imágenes de una guerra, el último episodio de violencia de género, la violencia dialéctica del político y las películas con una fuerte carga violenta. Es algo que vende y a la vez duerme la conciencia de tanto repetirse.

Pregonar la paz sin voluntad de que exista justicia no funciona. Cada persona es generadora de paz y de violencia, incluso en la violencia estructural que aplasta pueblos enteros, con personas concretas que la generan protegidos por una indiferencia general. Los que devuelven mal por mal lo único que consiguen es duplicarlo. ¿Qué espacio queda así para la paz?

Sé que la paz es posible, entre otras cosas porque existen experiencias maravillosas de personas que viven diariamente grandes experiencias de paz, épocas enteras de pueblos en paz, moribundos que se nos van con paz... Quizá la paz perpetua no es cosa de este mundo por nuestras limitaciones, pero cada persona puede crear espacios de paz donde ahora no existe, o decide no arrancarla donde ha germinado ¿Cómo sobrellevar ese doloroso día a día, a veces bien cerca, otras veces viendo que todo un pueblo es víctima de una injusticia que lo extermina sin compasión alguna? ¿Cómo compartir con los tuyos aportando paz en las relaciones cotidianas?

Entre derechos y responsabilidades crece la paz, no viene sola. El senador Bernie Sanders cree que Estados Unidos no debiera gastar tanto dinero en armas (1,8 billones de dólares, dato de 2018) y desviar parte de esos fondos para combatir el cambio climático. Quizá no haya respuestas concretas a cada situación de violencia, pero sí existen comportamientos y actitudes que pueden desmontar la falta de paz en el otro. Urge reconocer la responsabilidad que tenemos, reparar el daño desde la empatía y la ética, buscar nuevas soluciones o vías de convivencia, ya que la guerra entre dos países puede nacer de las frustraciones del hogar. Escuchar, querer comprender y querer perdonar, incluso aprender a olvidar. Saber sonreír. Estar dispuesto al riesgo de que alguno se violente con nosotros precisamente por buscar la paz. Ser pacíficos (no pánfilos) asumiendo nuestra responsabilidad. Volver a empezar a pesar del desaliento.

Feliz principio de año, con los mejores deseos de verdadera paz.