Hace casi 10 años que leí por primera vez este termino en un escrito firmado por el Dr. Gervás. Hacía referencia a un exceso desordenado de prevención que incapacita para tomar cualquier decisión racional.

Con frecuencia he pensado en ello, lo observamos con excesiva periodicidad en nuestro trabajo diario, es muy propio de bienpensantes aunque aporta muy poca utilidad tanto desde el punto de vista personal como social. Oímos frases como que el prevenir nunca está de más o más vale prevenir que curar; ello es cierto hasta que, cual niños pequeños, nos obliga a escondernos debajo de la cama cuando tememos a las tormentas. No siempre es tan inocente; a veces, con demasiada frecuencia, produce y conlleva un efecto de medicalización que además de ser perjudicial para la salud es perjudicial para el bolsillo.

Dudo que ello esté motivado por la malicia o la ignorancia, sino más bien por la ingenuidad. Si fuera por ignorancia, la solución estaría en leer o escuchar a quien nos puede informar de manera racional y sensata sobre ello. La ingenuidad es el motor del timo de la estampita; no solamente ella, pero es imprescindible para su éxito final.

Desconozco el origen de las bases que conlleva la conclusión a opinar; nos informa el vecino de arriba, que sabemos no falla una; también nos informa un familiar de un conocido (ni siquiera amigo) que conoce a quien en una situación similar (aunque sea la primera vez de la que se tiene noticia) le salvó la vida (puestos a hablar, echarla grande).

Y esto es, en mayor o menor medida, lo que está ocurriendo con el coronavirus, palabra que tiene muchas posibilidades de que la fundación El Español Urgente la denomine palabra del año: es sonoro, es exótico y ocupa un tercio del tiempo de los noticiarios, con opiniones de expertos (así los denominan) que dicen lo mismo y lo contrario.

Los medios de comunicación deben realizar un acto de constricción que conlleva guardar un equilibrio entre la obligación de informar y la necesidad de administrar información fidedigna, contrastada, libre del morbo, de sesgos y falacias. No deben confundir información con opinión, y deben cortar la bola de nieve que cada vez se hace mayor, pudiendo arrastrarnos a todos en su deslizamiento. Así, el "atención, noticia de última hora" repetida hasta la saciedad, debiera prohibirse en el código deontológico de los periodistas.

El sacrosanto derecho a la prevención no obliga a matar insectos con bombas nucleares; el fanatismo nunca es un buen compañero de viaje.

Los particulares debemos pedir información seria, fidedigna y en su totalidad. Y recapacitar sobre la misma sabiendo que pensar nunca produce cefalea. Queremos y necesitamos farolas que nos iluminen, necesitamos pedagogía y debemos exigir ciencia, no pseudociencia.

Estamos informados de todo, pero dudo que nos enteremos de casi nada. La situación se asemeja a la época de carnaval en que nos encontramos.

Con las nuevas técnicas de marketing es (casi) imposible diferenciar bulos de información. La insistencia pertinaz en repetir cien veces la misma noticia la convierte automáticamente en bulo; no es obligatorio tener la televisión encendida horas y horas, debemos descansar.

Qué hace Camus para resolver los problemas del mundo, le pregunta Sartre: No aumentarlos, le responde.

La situación se asemeja a los tiempos de la paciente auxiliar afecta, contagiada de ébola; sabíamos más que nadie sobre la mascota que tenían y qué actividad era necesario hacer para minimizar el riesgo de contagio. Cualquier otra información era secundaria; la estupidez puede ser inabarcable.

No somos niños, no nos comportemos como tales; exijamos ser tratados como adultos y ser tratados como si fuéramos inteligentes.

La administración debe recapacitar qué ha hecho para que haya tanta infidelidad entre los ciudadanos a la información que suministra. La duda se ha convertido en una constante.

Por contra, mis respetos a los técnicos sanitarios. En el caso de Navarra, la información escrita (insisto, escrita) que han aportado es clara. Ello no significa que sea definitiva; si la situación es mutable, la información, los consejos y las prácticas recomendadas también se deben acomodar a la posible nueva situación.

Es reflejo y resultado del buen hacer, de su competencia. Y no es adulación.

El autor es médico de Osasunbidea-Servicio Navarro de Salud