020 será recordado como el año en el que los disparos en África callaron. Irónicamente, han estado en silencio por circunstancias inesperadas. Al menos por ahora, el coronavirus (COVID-19) ha silenciado a las armas por sí solo al tiempo que causa estragos en África y en el resto del mundo. Mientras Italia, España y Alemania toman un pequeño respiro, las proyecciones revelan que lo peor aún está por llegar al continente africano. La mayoría de los países africanos respondió rápidamente con el cierre de sus fronteras ante las primeras noticias de infectados por COVID-19. El 14 de abril de 2020, en toda África se registraban cerca de 16.000 contagios, 3.000 curados, 900 muertos y 12.000 casos activos. Los países más afectados son Sudáfrica, Egipto, Argelia y Marruecos reportando 1.700 casos cada uno. Por el contrario, los menos afectados son Sudán del Sur, Burundi y Santo Tomé y Príncipe con menos de 10 casos cada uno.

Esta no es la primera vez que África lidia con una pandemia, pero la naturaleza expansiva del virus y las medidas de confinamiento en todo el continente suponen un territorio ignoto para todas las naciones. El único país que no adoptó medidas de confinamiento y que pareciera estar teniendo éxito en su gestión es Tanzania, donde los casos son pocos, pero siguen aumentando lentamente. El gobierno se apoya en su habilidad de rastrear a posibles contagiados y de administrarles tests rápidos.

A nivel continental, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de la Unión Africana (Africa CDC en inglés) ha reportado que 52 de los 55 estados tienen contagios. La Estrategia Continental Conjunta de África contra la COVID-19 establece como objetivo principal frenar la transmisión y minimizar los daños. Se reconoce que la transmisión del virus en el continente es inevitable, pero el plan es retrasar y aplanar la curva del contagio y así ganar tiempo para que el sistema sanitario pueda manejar mejor el flujo de pacientes y para que las comunidades puedan adaptarse a la disrupción social, cultural y económica de la situación.

Los Estados africanos han asumido muy seriamente el compromiso con la estrategia conjunta ya que muchos nos son capaces de lidiar con el brote. Sus hospitales no tienen suficientes camas ni equipos para combatir el virus. Además, sin una vacuna, muchos pacientes dependerían del acceso a respiradores, que escasean en gran parte del continente.

Indefectiblemente, los países africanos sufrirán las consecuencias económicas de la pandemia debido a la ralentización del comercio interno y externo. Las agencias Finch y Moody's ya han reducido la calificación crediticia soberana de Suráfrica y la de Angola ha pasado a ser negativa según Standard and Poor. El informe de Moody's sobre el impacto de la COVID-19 en África revela que la ya debilitada situación fiscal de muchos Estados se enfrenta a condiciones crediticias aún más débiles por el efecto del cierre de fronteras, el impacto en el comercio internacional, el desplome de los precios de los bienes y la volatilidad del mercado financiero. Además, con la reducción en los ingresos de las exportaciones, se espera que aumente la presión en la balanza de pagos, lo que empeorará la vulnerabilidad de los países endeudados, mientras que los seguros de crédito exacerbarán los riesgos de liquidez de los gobiernos a causa de la dislocación del mercado financiero y la fuga de inversores.

Sin embargo, otro problema al que se enfrenta la población africana es la inseguridad alimentaria. La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) ha destacado los peligros que podrían surgir como consecuencia del confinamiento, como la reducción en la producción de alimentos. En segundo lugar, la cadena de suministro alimentaria para los sectores más vulnerables de la población está en riesgo, así como también lo está la seguridad alimentaria, especialmente en lo relacionado a la calidad de la comida. Para mitigar este problema, países como Uganda y Sudán del Sur han recibido donaciones de empresas y particulares de dinero, comida y otros suministros. Pero esto no es sostenible a largo plazo. La FAO, el Programa Mundial de Alimentos y otras organizaciones están intentando recaudar más de 100 millones de dólares para ayudar a los afectados por la crisis, pero sin una idea clara de cómo serán las amenazas a las que se enfrentarán ni de si los suministros serán suficientes.

Con el tiempo, es posible que el confinamiento provoque una escasez en el suministro de alimentos, lo que conllevaría el aumento de los precios, acaparamientos, desnutrición, hambruna y el incumplimiento de la ley y el orden público. Este escenario pondrá a prueba la voluntad de los ciudadanos de cumplir con el confinamiento. Si no se gestionan correctamente, las protestas y revueltas podrían salirse de control y el riesgo incrementaría cuanto más dure la cuarentena.

Otros desafíos surgirán en la etapa posterior a la crisis de la COVID-19. Mientras las economías se hunden en la espiral de la esperada recesión mundial, existe la posibilidad de que cierren muchas empresas y que aumenten las cifras de desempleo. Esto empeoraría los ya existentes desafíos de desarrollo humano y seguridad. Las autoridades internacionales ya han predicho que 25 millones de empleos están bajo amenaza por el virus. Se suman a esa cifra los millones de trabajadores informales afectados en África y en otras regiones en desarrollo.

Así, en este año en el que las armas se han silenciado, África se enfrenta a una amenaza existencial que requerirá los esfuerzos multilaterales concertados para poder vencer. Al mismo tiempo, hay una imperiosa necesidad de que la Unión Africana y demás organismos regionales desarrollen sistemas para hacer frente a estas amenazas y a las que llegarán en el futuro.

El autor es profesor del Grado en Relaciones Internacionales Universidad de Navarra

Los Estados africanos han asumido muy seriamente el compromiso con la estrategia conjunta ya que muchos no son capaces de lidiar con el brote

Los países africanos sufrirán las consecuencias económicas de la pandemia debido a la ralentización del comercio interno y externo