o es la Policía de Minneapolis. O, para ser más exactas, no es solo la Policía de Minneapolis; ni la de cualquier otro estado de Estados Unidos de América; ni la de cualquier país concreto del planeta. No. Tampoco el problema se circunscribe a un miserable como Derek Chauvin hincando su rodilla sobre el cuello de George Floyd hasta cerciorarse que está muerto, bien muerto, y prostituir una placa que en teoría debería honrar. No.

Esto solo ha sido el detonante, la espita de una mecha que va agrandándose sin que, desgraciadamente, veamos el final. Una mecha que responde a un solo nombre: racismo institucional. Un problema que afecta, con diferentes intensidades, a la práctica totalidad del planeta; y que, en los últimos tiempos, ha ido agrandándose de forma alarmante al calor de los discursos del populismo xenófobo y racista de extrema derecha. Los nombres de estos populistas están en la cabeza de todas en Estados Unidos, Brasil, Italia o España.

Pero incluso más peligrosos que los Trump, Orbans, Salvinis o Bolsonaros de turno es el caldo de cultivo que el gota a gota racista y xenófobo está encontrando en aquellas formaciones que compiten por los votos de los ultras. Formaciones que, hasta hace bien poco, habían establecido un cordón sanitario respecto al odio a las personas pobres -que es, al fin y al cabo, la enfermedad que padecen quienes actúan con racismo y xenofobia-.

Pero ese caldo de cultivo tampoco se encuentra solo en la política: también lo vemos en esos discursos que se despliegan en determinados medios de comunicación o que emanan de algunas sentencias de los tribunales. A ese aquelarre, y en nuestra tierra, se han llegado a sumar incluso algún sindicato policial y alguna asociación agraria.

Por eso debemos tener los ojos bien abiertos. Porque es fácil hablar de Minneapolis, de la brutalidad policial en Estados Unidos€ y condenar lo que pueda estar sucediendo a 6.000 kilómetros de distancia. Eso está muy bien, es loable y necesario; pero el verdadero coraje se demuestra combatiendo aquí, en nuestra tierra, contra todas las muestras de racismo y xenofobia que se dan en el día a día.

Y en Navarra tenemos todos los días muestras de ese racismo en todas sus vertientes. Aunque pueda parecer increíble, en el periodo de confinamiento que va desde el 14 de marzo hasta el 20 de mayo, la Oficina de Denuncia, Atención y Sensibilización del Gobierno de Navarra a través de SOS Racismo ha recibido 100 denuncias por racismo institucional. Casi dos al día, en confinamiento y€ sí, aquí, en nuestra tierra.

Por todo ello, es muy importante que la ola que está recorriendo todo el mundo no quede en algo simbólico y, solamente, mediático. Que esa ola vaya creciendo cada día que pase, y que no pare más, para convertirse en la conciencia estructural y la denuncia permanente de cualquier manifestación de racismo y xenofobia, sea del tipo que sea. Debemos transformar la agónica frase de George Floyd, "No puedo respirar", en un objetivo común; no dejar ni un atisbo de aire a quienes pretenden convertir este mundo en un lugar irrespirable.

La autora es directora general de Políticas Migratorias del Gobierno de Navarra