or estas fechas comienza el verano oficial, cuando todo el mundo entiende que los demás -y uno mismo- pueden relajar las bridas de lo cotidiano para centrarse en otras cosas que apenas encuentran sitio durante el año y con cuentagotas: vivir sin el sometimiento de la agenda y el móvil, dormir ajeno al despertador, frecuentar relaciones estimulantes menos cotidianas o, simplemente, recuperar hobbies arrinconados. Estamos en un tiempo estacional de perfil bajo que la pandemia nos lo ha hurtado este año.

Si miramos para atrás, los doce meses pasados han sido inauditos, larguísimos, y todo lo que no ha sido coronavirus parece banal ante las consecuencias sociales que no dejan de abrumarnos. Hasta el fútbol ha sido secundario, quién lo iba a decir. Este verano parecía que iba a darnos un respiro y no es así por los rebrotes que obligan a rearmarnos anímicamente a pesar de que la ansiada vacuna parece algo más cercana.

En esas estamos a este lado del mundo, intentado evitar al máximo el número de contactos para que el virus no se propague. Hasta ahora, la mayoría de las enfermedades infecciosas quedaban al otro lado de una frontera que dividía el mapa del mundo en dos: los países con recursos y los otros. La pandemia SARS-Cov 2 ha resquebrajado esta frontera natural de que la salud y la economía de un país van de la mano. Hacía muchos años que en Occidente no pasaba algo así, cuando golpeaban enfermedades como la viruela, la polio, el sarampión o el tifus, todas ellas controladas gracias a las vacunas. Desde entonces la economía se ha globalizado y la ciencia descubre remedios cada vez mejores. Un factor decisivo para el desarrollo de los países, sobre todo del Primer Mundo, en la medida que estemos centrados en nuestro ombligo.

¿Qué está ocurriendo allí abajo, en el hemisferio sur? Las perspectivas son poco optimistas. Las enfermedades más letales en África se llevan cada año tres millones de vidas de forma prematura. Solo el sida mata a un millón de personas, otro tanto se cobran las enfermedades respiratorias y el tercer millón se lo llevan a medias las diarreas y la malaria. Estas emergencias de salud impiden el desarrollo con el agravante añadido del impacto del coronavirus.

Si volvemos de nuevo al hemisferio norte, el coronavirus ha borrado la frontera entre ricos y pobres. Luce solo en algunos escaparates mediáticos, como el suplemento mensual del Financial Times a todo color, pura pornografía del lujo. Bajo el título decadente How to Spend it (Cómo gastarlo), muestra un desfile de mansiones en venta en las zonas más exclusivas del mundo, anuncia relojes de medio millón de euros y ropa de diseñadores exclusivos de verdad. Está claro que el golpazo viral no es suficiente para embridar la vanidad que supone exhibir lo que algunos acaparan de manera obscena y que no pocos pagan por sentir envidia. Hace tiempo que la opulencia ha traspasado el muro de la privacidad para convertirse en un espectáculo. Los verdaderos ricos del mundo, el famoso 1%, practica la emoción de ser exclusivo a base de exhibir la riqueza más que disfrutar de ella.

Pero también saben del virus, vaya que sí. No todos festejan la acumulación de riqueza entre las personas más acaudaladas del planeta; no son inmunes al virus ni a sus efectos económicos. El índice de multimillonarios de Bloomberg reveló que las 500 personas más ricas del mundo perdieron 553.000 millones de dólares en lo que va del año. Algunos han incrementado beneficios pero algunos, como los inversores en las industrias mundiales de petróleo y gas, experimentaron fuertes caídas en su patrimonio.

Si bien la frontera entre el Norte y el Sur es tremenda, hacía mucho tiempo que una pandemia no difuminaba tanto su impacto golpeando a ricos y pobres, incluso empezando por el Primer Mundo.

Con todo, la conclusión más importante es que dejar que avance este virus por las grandes regiones del mundo más pauperizadas es una amenaza para todas las demás. El equilibrio entre la protección de la salud y de la economía o es global o no será. La situación de emergencia actual muestra que la salud y la economía exigen respuestas globales. Miedo me da pensar en el egoísmo del Primer Mundo cuando salga la vacuna. La covid-19 sigue amenazando a ricos y pobres de manera global y la solución será eficaz si lo es para todas las personas. No es suficiente controlar la epidemia local en nuestras fronteras. En definitiva, un virus que obliga a globalizar la solidaridad.

Este verano parecía que iba a darnos un respiro y no es así por los rebrotes que obligan a rearmarnos anímicamente a pesar de que la ansiada vacuna parece más cercana

Con todo, la conclusión más importante es que dejar que avance este virus por las grandes regiones del mundo más pauperizadas es una amenaza para todas las demás