n los periódicos de Navarra han aparecido en los últimos meses escritos de exresponsables sanitarios sin ningún matiz de revanchismo. Sus opiniones son razonables y razonadas, y contrastan con mensajes que se están ofreciendo desde la administración sanitaria actual. Desde mi punto de vista esas diferencias son la expresión del resultado de que la presión política ha sido durante esta pandemia más determinante que el peso de la evidencia sanitaria. Eso ha implicado e implica una actitud de "hay que hacer algo". Se toman medidas como el confinamiento perimetral o las mascarillas al aire libre sin razón alguna para pensar que vayan a tener un impacto significativo en el número de contagios, mientras no se promueven medidas que podrían ser más efectivas sin causar tantas consecuencias negativas.

Desde hace dos meses se tiende a presentar la evolución de la pandemia en Navarra como la antesala del desastre. Eso está provocando un clima social de preocupación, zozobra y miedo, que tiene efectos muy negativos en la salud colectiva sin que, como hemos visto, se detengan los contagios. Ahora es verdad, la situación empieza a ser más seria y los servicios sanitarios empiezan a sufrir mayor presión, especialmente las UCI. No está descartado, sino todo lo contrario, que esa presión aumente en el periodo otoñal e invernal. Vamos a asistir a más casos de covid-19 durante ese periodo y, si ocurre como en el hemisferio austral, estos casos sustituirán en gran medida a la gripe cíclica estacional. Pero en todo caso es una vileza acusar a la población, y sobre todo a los y las jóvenes, de la evolución de la pandemia, cuyos daños en mi opinión han sido producto, en una medida no despreciable, de la estrategia de afrontar este nuevo virus adoptada, una estrategia que ha producido resultados poco satisfactorios pero que no se cuestiona pese a éstos.

El impacto del SARS-CoV- 2 (virus de la covid-19) ha sido grave y puede serlo de nuevo en los próximos meses. No se descarta que su ciclo abarque dos años y que, con posterioridad, se vuelva endémico. Podemos asistir a ondas sucesivas de magnitud moderada, o a una gran onda de extensión y altura más amplia, aunque sin alcanzar la magnitud de la primera de marzo-abril. La confianza que el Ministerio de Sanidad pone en la vacuna como solución es una más de sus irresponsabilidades: una vacuna segura y eficaz es un deseo más que una certeza.

La posible evolución creciente aconseja que se refuercen dispositivos asistenciales y se preparen otros suplementarios. Suecia aumento su número de UCI un 30% y soslayó el desbordamiento de estas sin recurrir al confinamiento. Pero ante todo es necesario cambiar de estrategia basándonos en la información que contamos sobre el virus y que se desconocía en marzo. Más de 11.000 científicos e investigadores (además de 30.000 médicos asistenciales) han firmado una declaración y una petición llamada Great Barrington en ese sentido. Entre ellos están prestigiosos epidemiólogos. En esencia, la declaración apuesta por una protección selectiva de la población más proclive a sufrir graves consecuencias del contagio de la covid-19, mientras no se hace énfasis en evitar el contagio del resto de la población (casi el 90% de la ciudadanía) para los que el nuevo virus supone (en promedio claro está) pocos o ningún síntoma serio. Eso podría minimizar los daños a la salud, la economía y la vida social.

La proposición no ha sido debatida públicamente en nuestro país ni en nuestra comunidad y urge hacerlo. Teniendo en cuenta los resultados de las medidas tomadas es inadmisible no hacerlo. Porque, como he dicho, se están tomando medidas inefectivas y sin justificación sanitaria clara. La pandemia de la covid-19 no se puede suprimir, e intentar hacerlo con medidas con repercusiones tan negativas puede ser irresponsable. No estamos ante una tormenta de arena y se necesitan intervenciones que sean prolongadas, efectivas y sostenibles. El objetivo debería ser controlar la velocidad de difusión y encauzarla para que cause el menor número de víctimas posibles, hasta conseguir una inmunidad suficiente en la población, sea por el aumento de personas inmunizadas por superar la infección, por una vacuna (posibilidad más improbable) o por una combinación de ambas.

El cierre de la hostelería puede tener alguna repercusión en el volumen de los contagios, pero no creo que sea determinante en su evolución. Porque nos deberían preocupar los focos de contagio para las personas y colectivos que, hay que insistir de nuevo, el virus supone un peligro considerable. Estos se contagian, por ejemplo, sobre todo en contactos cercanos y prolongados en ámbitos de confianza, en los que además las mascarillas más utilizadas suponen una protección muy incompleta, dado que el virus se puede encontrar en aerosol. En estos momentos se intenta evitar esos contagios evitando que las personas que se relacionan con ellos, y para las que el virus no es un riesgo, no se contagien. Eso requiere restricciones importantes y costosas. Se trata de una suerte de prevención en carambola, pero una carambola siempre es más difícil que embocar la bola directamente. Las personas que tienen relación con las personas con riesgo, si no se contagian en el bar lo pueden hacer en el trabajo no seguro u otros contextos. Hay que recomendar a los pacientes frágiles y pluripatológicos que eviten contactos y reuniones (aunque sean de 6 personas o incluso menos) en interiores, que mantengan la distancia de seguridad, que ventilen con frecuencia las estancias en las que coincidan con otras personas, que consideren llevar mascarillas de alta protección al mínimo riesgo, y un largo etcétera. Hay que crear la idea de que llevar mascarillas en la calle es hacer cosquillas al virus y que lo clave son otras conductas, y no auspiciar la falsa seguridad de ver a todo el mundo enmascarado.

Aunque no se ha debatido públicamente, a los que defendemos esta postura se nos acusa de que esa protección selectiva o focalizada es muy difícil. Ciertamente lo es, pero no más difícil que proteger a toda la población indiscriminadamente que se está viendo es una quimera irresponsable. Una quimera que puede salir muy cara. Pero nuestros responsables políticos y sanitarios no solo son irresponsables sino también son negacionistas, porque se niegan a debatir que otra gestión de la pandemia es posible y que la adoptada puede tener más costos que beneficios. Con la declaración del Estado de Alarma se ha dado un nuevo paso en la dirección equivocada.

El autor es médico de familia.

Ahora es verdad, la situación empieza a ser más seria y los servicios sanitarios empiezan a sufrir mayor presión, especialmente las UCI

El cierre de la hostelería puede tener alguna repercusión en el volumen de los contagios, pero no creo que sea determinante en su evolución