o expongo como cómic, fábula mitológica o mito que sólo tiene el valor que pudiera darse igualmente a los manifiestos dados por jerarquías y exjerarquías militares en los pasados días. El pensamiento vulgar de éstas ya fue impregnado por Carlos I, según lo atribuían los instructores militares que educaban a los reclutas en la década de los años 20: "Las tropas se formarán con murcianos, valencianos y demás gente de mal vivir €", y lo hacían como arenga de ensalzamiento.

El recorrido histórico que trae al presente lleva a deducir que en Iberia no se conocieron ejércitos militares propios hasta los godos. Fueron las diversas etnias que formaban sus filas las que se erigieron a partir del siglo V en jerarquías como Derecho de Fuerza y de las cuales todavía quedan resquicios.

El ejército romano apenas aportó iberos a sus filas durante la ocupación de la península debido a que no hubo opositores a los que perdonar mediante alistamientos, fórmula militaresca de estipendios con estupendos resultados. En la península Ibérica fue el distintivo godo que configuró y erigió sus jerarquías con su nominación histórica de reyes godos entre las diversas familias unidas entre sí para el reparto de prebendas, siempre dentro de la potestad familiar, aún con sus más y sus menos entre ellas (resueltas con muertes), y que fueron formando sus mesnadas armadas de capitanes mesnaderos de alquiler para quien podía pagarlas (siglos V al XV).

Es ya en el siglo XVI cuando surge la colonización peninsular tras la conquista de Granada (1492) y de Navarra (1512). Militarmente le sigue la jerarquización peninsular encomendada al cardenal Cisneros, que dio en formar el ejército obligatorio mediante la ilusión al populacho de la instrucción y el uso de armas para servirse del mismo entre todo el ámbito de sus habitantes. Su positiva experiencia en ese sentido fue aprovechada por el futuro papa Pablo VI, quien la puso en práctica desde un triunvirato (a una con los almirante y condestable de Castilla) para exigir a todas las ciudades castellanas a reclutar un hombre por cada 12 habitantes en servicio de tropa, además de abastecer las necesidades militares propias.

En plena colonización ya, la dominación posterior de conquista empleada sobre los nativos americanos (a los que se podía liquidar por no tener alma) fueron argumentos empleados durante varios siglos, hasta que los virreyes confraternizaron con los dominados y se erigieron ellos como jerarcas. A partir de ahí, surge la historia negra del ejército de un Estado-nación por la fuerza.

Los ejércitos hispanos así derrotados se erigieron a su vuelta en fuerza política de apoyo personal a un rey u otro en disputas familiares, especialmente durante todo el siglo XIX, en el que tras las matanzas originadas culminaban sus esfuerzos en paces militares (nunca mejor dicho ya que las realizaban entre las jerarquías de ellas), y los perdedores reentraban en el ejército vencedor con iguales cargos y sueldos que los vencedores, e incluso en cargos políticos en sinopsis provechosas de camarillas y camaradas.

Sin victorias reseñables (las únicas fueron contra sus connaturales), el ejército de la antigua provincia romana de Hispania transforma literariamente sus derrotas internacionales en supuestas victorias. Las pérdidas de todo el vacuo imperio atlántico reseñan verazmente. La pérdida de Gibraltar (dentro de la propia península para los ingleses), la de Cuba (a cuenta de los gringos, su aliado actual que lo tiene de criado) o la de Filipinas, que el caudillo la hizo victoria y enseña militar en una película al respecto de una ensoñización de su causa.

Poco más que decir en este resumen de hechos expresado sobre el ritmo militar, salvo el espectáculo de alistamientos de norteafricanos al golpe de Estado del 36 por las jerarquías militares, su posterior entrega territorial, cobarde y tramposa, al abandonar el ejército el Sahara español a su suerte, y/o las políticas que el ejército conlleva de apoyo a EEUU como servidor de sus intereses en el mundo a través de la OTAN con un ejército que se dice llamar de Defensa. Por tanto, no es gratuito que semejantes hechos hayan marcado una ideología de vida propia y de muerte a sus actores y tapen sus vergüenzas contra quien se interponga a base de su pensamiento cuartelero, que jerarquiza sus potestades en un rey a cuya autoridad queda marcada la posibilidad real de un golpe de Estado con el margen que deja la Constitución.

Paradigma de poder para justificar un golpe de Estado y limbo potestativo dejado el año 1978 en la Constitución, como se vio tras el asalto al Congreso del año 1981, cuando Juan Carlos I el comisionista fue el títere que estuvo tras las bambalinas, a la espera de los resultados del asalto al Congreso, como icono y estandarte para sostener la jerarquía. A partir de ahí se restringió la interpretación de la Constitución, se impuso la política a llevar a efecto, y las leyes posteriores acabaron con la corta libertad que podía entrar dentro de los parámetros constitucionales. No es extraño pues el insulto que militancia del cuerpo (en activo o no) solo sea capaz del insulto y la amenaza generalizados.