ontinuando con el pensamiento de Eugen Fink sobre el de Hegel, este autor habrá de dilucidar en qué consiste la antes mencionada filosófica parusía que a modo de pre-esencia reveladora nos iniciará en los caminos de la luz a través del triplete de términos conformados por el pensar, el devenir y la apariencia en que -si existe - constituye lo verdadero. Browning, desde el ámbito exegético de las sagradas escrituras, reflexiona sobre la condición nacional del término parusía, al tratarse, fundamentalmente, del añorado resurgir del pueblo de Israel triunfando sobre el resto de naciones gentiles. Una suerte de epifenómeno patriótico garante de la libertad digna de ser unívocamente ejercida por el pueblo elegido. Aquí y ahora, no obstante, lo único que realmente parece resurgir es aquella leviathánica figura del Estado consiguiendo levantar la sospecha sobre cualquiera en su lucha contra el invisible enemigo común.

Lo hace, sin embargo, exteriorizando la aplicación de su aplastante lógica desde un punto de vista para la mayoría ciertamente novedoso; a través de la amabilización. Tal y como en su día reseñara la lectura que del pensamiento hegeliano realizara el filósofo Byung-Chul Han al llamarnos la atención sobre el hecho comúnmente desapercibido de que "la tendencia fundamental del poder no es la tendencia contra los otros, que sería violencia, sino la tendencia hacia sí que arrebata a los otros [...] La violencia separa y aísla, el poder, por el contrario, reúne". Hasta tal punto, que los denostados cuerpos de seguridad, defensa y represión muestran la cara más amable de su función; aquél de estar prestos al servicio de la comunidad desempeñando servicios más propios de una sociedad concienciada del deber para con los demás.

La paradoja instalada en esta combatiente lucha contra la epidemia coronavírica muestra cómo el confinamiento y separación está consiguiendo, mediada la lógica del poder, aunemos esfuerzos contra el invisible enemigo común cuyo origen, es de suponer, se encuentra en la natural condición cambiante, mutante. O, tal vez, según determinadas teorías conspiracionistas, en la manipulación que directa e indirectamente de la misma realiza el humano. Mas lo que realmente parece nos preocupe, una vez experimentada en propia carne la contundencia de los hechos acaecidos, es aquél que habrá de ser del día de después. Para unos -y esto no es novedad- momento de evaluar daños directos y colaterales en la línea de recuperación de lo perdido; y, para otros, una nueva oportunidad que en cierto modo nos aboca a la reinvención de lo dado o establecido. Actitudes basadas en aquella, aunque relativamente próxima, olvidada obra de Umberto Eco en la que se analiza la cultura de masas en función de pertenecer bien sea al bando de los apocalípticos o de los integrados. Polaridad, por cierto, que el mismo Eco criticara en la introducción del ensayo al no ajustarse del todo a la realidad, aunque facilite, así también, el análisis del fenómeno y, de paso, resulte ser un buen marketing de venta.

Hace ya algún tiempo que pasó de moda la afirmación de que la cultura de masas sea en-sí y para-sí una cultura popular (o de la contracultura). "Que esta cultura surja de lo bajo o sea confeccionada desde arriba para consumidores indefensos -nos dirá-, es un problema que el integrado no se plantea. En parte es así porque, mientras los apocalípticos sobreviven precisamente elaborando teorías sobre la decadencia, los integrados raramente teorizan, sino que prefieren actuar, producir, emitir cotidianamente sus mensajes a todos los niveles. El Apocalipsis es una obsesión del dissenter, la integración es la realidad concreta de aquellos que no disienten".

Lo que sí está demostrando, por ahora, esta crisis corona-vírica es el grado de integración global, mundial o planetaria, con que contamos. Y, en este sentido, el Sistema en modo alguno, creo, puede sentirse defraudado. Nuevamente cunde la idea leibniciana del sentirnos contar con "el mejor de los mundos posibles". Queda para la élite, más o menos crítica, la labor apocalíptica, aunque solo sea para la toma de conciencia de la precariedad de la vida y sus epifenómenos. Y queda para la pseudocultura popular norteamericana el miedo al extraño y al zombi, como la cara oculta de nuestra propia existencia, de sus folletinescos éxitos mediáticos desde La guerra de los mundos hasta The Walking Dead, cuya consecuencia más directa es la del vaciamiento de existencias en toda armería de un extremo al otro de la nación. Sionismo y supremacismo racial en pugna por la heterocrónica demostración ante el resto del mundo de su sacra designación como auténtico pueblo elegido. Otra paradoja más.

A Hegel le debemos, en buena medida, la confianza depositada en la progresividad de la razón histórica, pese a los aparentes reveses que acontecimentalmente puedan darse. Es ese teleologismo historicista que Karl Löwith, discípulo asimismo de Husserl y Heidegger, denunciara ante las interpretaciones extremas presentes en un cierto milenarismo del materialismo marxista, entre otros, bajo promesa del fin de los tiempos de la explotación y el surgimiento de una nueva era igualitaria originariamente plasmado en el siguiente texto hegeliano perteneciente a Lecciones sobre la filosofía de la historia universal:

"Unas veces vemos moverse difícilmente la extensa masa de un interés general y pulverizarse. Otras veces vemos producirse una cosa pequeña, mediante una enorme leva de fuerzas, o salir una cosa enorme de otra, en apariencia, insignificante (esto último, en su literalidad, bien pudiera valer para la crisis coronavírica). Y cuando una cosa desaparece, viene otra al momento a ocupar su puesto. La primera categoría surge a la vista del cambio de los individuos, pueblos y estados, que existen en un momento [...] y enseguida desaparecen. Es la categoría de la variación. Pero otro aspecto se enlaza enseguida con esta categoría de la variación: que una nueva vida surge de la muerte".

Ahora bien, intuyo que lo que realmente está en juego, al menos políticamente, con esta interesada interpretación dada por el poder en la crisis coronovírica es una escatológica, a la vez que salvífica, vuelta de la omnipresencia constrictora de la por otros motivos cuestionada figura del Estado. Una fórmula invariable a la cual Konrad Lorenz pusiera límites, pues en la opinión del etólogo, queda demostrado el hecho de que "los estados pequeños tienen más posibilidades que los grandes de ser verdaderas democracias".

El autor es escritor