a respuesta a qué es lo que realmente hace que nos sintamos bien en un entorno dado, manifestada por Robert Bevan cuando afirmaba el valor de un antiguo rincón callejero, toma cuerpo en la siguiente reflexión de Christopher Alexander: "Podemos identificar ciudades y edificios, calles y jardines, lechos de flores, sillas, mesas, manteles, botellas de vino, bancos de jardín y fregaderos de cocina que poseen esta cualidad, simplemente preguntándonos si son como nosotros cuando somos libres. //Solo necesitamos preguntarnos qué lugares, qué ciudades, qué edificios, qué habitaciones nos han hecho sentir de esa misma forma, cuáles poseen ese aliento de súbita pasión que nos susurra y nos hace recordar los momentos en que fuimos nosotros mismos. //Pues la conexión entre ambas -entre esta cualidad en nuestras propias vidas, y la misma cualidad en nuestro entorno- no es solo una analogía o un parecido. La realidad es que cada una crea la otra".

El casco antiguo de nuestra población constituye todo un positivo repositorio de la experiencia vital transmitida generacionalmente. Esto ya es de por sí justificación suficiente para su mantenimiento independientemente del valor adjudicado en momento dado a las formas de su construcción. Pero además, al nuevo vecino, transmite la sensación de estar en el lugar adecuado donde poder enraizarse al contar con el sustrato espacio-temporal indispensable para un natural arraigo. Frente a la estipendiosa cantidad con que cuentan contabilizar promotores y munícipes empecinados en su derribo, e incluso frente a la noble calidad de los materiales con los que bien pudiera haber contado, la cualidad aporta algo tan fundamental como es la experiencia devenida en sus acontecimientos tanto cotidianos como de excepción. La cualidad es, al menos filosóficamente hablando, la suma de propiedad, calidad más condición.

El barrio de Ugalaldea (San Esteban), por ejemplo, fue testigo mudo de excepcionales acontecimientos relacionados con nuestra villa de Uharte al menos desde que se tiene noticia del mismo allá por el siglo X, tal y como tuvimos a bien recordar con motivo de una actuación urbanística de reciente polémica. Contó con industria molinar desde el siglo X, molino real de Atea; con monasterio, parroquia y hospital dependiente del cenobio desde el siglo XI en adelante hasta los albores del XIX, bajo advocación de San Esteban, que en momento dado incluso llegara a dar nombre a todo el monte de San Miguel con el suyo propio (monte de Santesteban en el moderno año de 1557), y que contara con dos diferentes ubicaciones en el mismo; dispuso de variadas fortificaciones de defensa con ocasión de acontecimientos bélicos que vinieran a perturbar no solo la paz de los vivos sino la perpetua de quienes descansaran en sus cementerios, inicialmente dentro del recinto monacal y posteriormente en la abandonada nueva iglesia que pasara a desempeñar las funciones de capilla del mismo.

Por si todo ello fuera poco, constituye el primigenio solar de casas como la de Patio el Fuerte o Goxiko Mattin (propiedad del conde de Barrante), de Zunzarren, de Huici (anteriormente de Miranda, por la propiedad), de la conocida por uno de sus moradores hasta tiempos recientes como de Etayo (propiedad de Faustino Yoldi que diera nombre a una casa de reciente desaparición), del farinero (denominada en origen como la de Javiera Viscarret por su propietaria y relacionada con la harinera San Francisco Javier de la familia Yoldi posteriormente), la del pelotero, la del benefactor indiano Fermín Ipar, de Martín Egués, del Molino de Abajo (residencia de la mencionada familia Yoldi), traseras de la de la Bastera (conocida por la de basterico con su misterioso pasadizo que hiciera las delicias de la chavalería para acceder al ultramarinos de los hermanos Idoate), Zabalza y Lacunza (de las hermanas Uriz), del triguero, de la de don Genaro Ramírez llamada de la Vicaría (y también de Navaz, por haber vivido en la misma dicha familia), de casa Tasonecoa (conocida también por la de Beroiz), de Maquirriain (o de Aldea), y de un largo etcétera... cuyo listado conseguiría me alargase en exceso. De todas ellas la de Lacunza corre el peligro de seguir la misma suerte que las mencionadas anteriormente de Zunzarren y Huici. Y para poner un cierto remedio el concejal responsable de la cosa reclama actualizar la normativa sobre el Casco Antiguo, siendo de agradecer, aunque, si bien podría considerarse, como en otras actuaciones, hacerlo a toro pasado. (Por cierto este es el único concejal que en su programa recoge la necesidad de preservación del Casco Antiguo, aunque si bien tal vez debiera predicar con el ejemplo).

En este sentido, bien pudiera convenir, no obstante, se tuviera en cuenta las siguientes consideraciones traídas de la mano del mencionado Christopher Alexander. Primeramente, sin ir más lejos, que el hecho de considerar una zona como Casco Antiguo ya implícitamente reconoce la existencia de un patrón de excepcionalidad a seguir respecto del urbanismo actual aplicado en el resto de la población. Segundo, que el patrón total referido al lugar así declarado debiera contemplar "espacio y acontecimiento juntos [siendo] un elemento de la cultura popular", puesto que ambos rasgos son indicativos de algo tan básico como el que "cada barrio está definido, en todo lo que importa, por los patrones que allí se repiten". La actuación última, urbanística, en dicho entorno recuerda al respecto el clásico relato que diera lugar a la locución latina del encabezamiento de "pro domo sua" ("por su casa"; "por sus intereses") surgida del discurso de Cicerón contra Clodio a la vuelta del exilio tras habérsele confiscado los bienes por voluntad del segundo. Como ha quedado claro en la discriminadora determinación con la que ha obrado nuestro Consistorio no son intereses de la Comunidad lo que en principio parece defenderse, sino los de una limitada sociedad compuesta por "promotores" gerenciales del ámbito público-privado. Resta que nos expliquen cuál es el beneficio obtenido por la Comunidad en y de todo ello.

El autor es autor de Encuesta etnográfica de la Villa de Uharte