o hay muchos, pero si los suficientes para saber de su existencia. Se encuentran en todos los ámbitos de la vida, pero donde realmente son fuertes es en el ámbito laboral, donde desarrollan todo su buen hacer. A veces, las menos, son simpáticos, pero normalmente son anodinos y con gran habilidad para situarse. Sus postulados en realidad son muy simples, tan simples que en un mundo complicado es lo que hace que tengan sus seguidores, no importa lo malasombras que puedan ser. O estás con ellos, o contra ellos. Y el estar con ellos implica que corrobores y aplaudas sus decisiones en contra de otros; mejor, si es machacando su dignidad. No se hacen preguntas del tipo: por qué la araña no se pega en su tela, sino más bien afirmaciones del tipo: los demás hacen poco y mal.

Sus seguidores, empleados de segundo nivel, hace tiempo que se encuentran en soledad y encuentran en ellos el adalid capaz de aunarles en lo que mejor saben hacer: el mal, entendido en su constructo judeocristiano.

No son de risa chillona o estridente, ni siquiera de sonrisa, quizás algún ligero rictus sardónico. Tampoco son de hablar de futbol o de economía o medio ambiente. Únicamente les interés destruir al otro y ello les conlleva orgasmo. Son manipuladores perversos, tóxicos, destructores de equipos o sociedades, embrutecedores de sus vecinos.

No importa si se llaman Miguel o Vladimir, su efectividad va a depender del poder que absorban y que dios nos libre de que algunas personas lleguen a mandar alguna vez.

Dado que existen y aspiran a perpetuarse como personajes históricos, ególatras narcisistas, son psicópatas del poder que se refugian en nacionalismos pendencieros para justificar sus rufianescos idearios. La duda surge como combatir esta postura vital, hobessiana en esencia; reaccionar en tiempo y forma para prevenir la hecatombe.

En unos casos, alguien de manera indirecta sale beneficiado. Generalmente son personas sin escrúpulos, capaces de aprovechar cualquier acontecimiento en su beneficio. Biden, con una popularidad por los suelos tras provocar la salida de su país de Afganistán, ha renacido de sus cenizas como Ave Fénix, no por sus propios méritos sino por los desméritos de Vladimir. Igual respecto a Boris que de estar a un palmo del abismo por las juergas alcohólicas en tiempos de aislamiento por pandemia a hacer declaraciones señalando lo bueno que es y lo perverso que es “el otro”. Increíble.

Algún país intenta aprovechar la coyuntura que se le ofrece para ofrecerse de mediador. Son países como Israel, que en absoluto acepta ninguna intromisión en su comportamiento y actitud, similar al apartheid. Quería ocupar palmito en los medios de comunicación, y hasta ahí llegaron. Otros países como Turquía tienen más alzada, pero es que sus dirigentes son gotas de agua: personalistas y sin escrúpulos.

La inocencia angelical del “no a la guerra” es ideal de la muerte; mantenerse en la equidistancia y manifestarla desde primera fila del Parlamento da un aura de buenismo que en realidad supone derecho de pernada sobre el más débil de los contendientes. No somos jesuitinos, tampoco gandhianos. No somos capaces de cumplir el mandato de ofrecer la otra mejilla, pero tampoco el usar a colmillo batiente el símil de quien a hierro mata a hierro muere.

En el plano individual, han surgido muchas iniciativas que gozan del predicamento de mantener viva la esperanza en la humanidad. Entre ellas me permito destacar a todos quienes han salida a la calle en territorio ruso para manifestarse en contra de la barbarie y cuya toma de actitud posiblemente les acarre consecuencias nefastas. Y contra ello es de desagradecidos constatar que las redes sociales (Facebook e Instagram) permiten que la rusofobia impere apoyando la violencia contra los mismos.

A los directores de orquesta rusos se les exige aquello que no pueden dar, con la consiguiente expulsión del Paraíso tras decisiones acneicas; y, por contra, nos satisface que se cubra el expediente no aceptando que ningún equipo de fútbol de Rusia juegue en competiciones internacionales. Toma ya, postureo fútil.

Han sido ya los Carnavales y lo escrito puede entenderse como chirigota. Pero, muy alejado del mismo, la realidad es (debe ser) dantesca. Y nadie previó la espada de Damocles. Estaba demasiado lejos o quizás teníamos otros problemas como ir de vacaciones después de dos años en ralentí. Pero, qué decir de nuestros políticos que se les paga para que sean proactivos. No tienen perdón, dado que las personas tóxicas son equilibrados y por tanto predecibles, manteniendo una velocidad constante, sin zigzagueos.

No debemos jugar con fuego con Vladimir, pero tampoco esperemos que se redima; su reacción puede ser demoniaca. Y, menos, ahogar a la sociedad rusa, otros de los paganos en este malecón. La combinación de mesianismo y poder es más peligrosa que la conjunción de tos y diarrea

Estaría bien dedicar un tiempo a pensar sobre la eficacia de las medidas a tomar. Pues no parece que el hecho de que se incaute un yate de varios millones a algún corrupto (ex)asesor de Vladimir, le vaya a influir al mismo en su estrategia imperialista.

La sociedad, todas, se mueven por dinero. Y el sustituir la geopolítica armamentística por la geopolítica económica puede dar resultados. No con Vladimir, tampoco con la docena de oligarcas milmillonarios que viven en Mónaco o países del Mediterráneo y que mueven el dinero con un chasquido de dedos. La búsqueda de medidas eficaces deben materializarse en apuntar a quienes tienen mucho que perder, quienes detentan el poder social; y no por su sentimiento humanitario, sino por su egoísmo y sus consiguientes ventajas. Ellos son quienes tienen la capacidad (ojalá) de mandar al sátrapa a Gulag.

La duda surge si somos capaces de digerir los efectos colaterales que esta decisión conlleva en nuestro pequeño conuco.

El autor es sociólogo