En el artículo anterior nos habíamos quedado en los acuerdos tomados en el Consejo de Administración del día 20 de octubre de 1939 y entre ellos me faltó relatar el último de los recogidos, que dice así: “Se Acuerda que el Sr. Director no pueda otorgar permiso al empleado de Secretaría, Sr. Arvizu [Alcalde de Pamplona], para ausentarse de Pamplona”. (Según las Actas de Ausencias: se ausentaba bastante). En la sesión del Consejo del 17 de noviembre de 1939 tenemos el siguiente acuerdo: “A la vista de diferentes solicitudes de mutilados y heridos de guerra o excombatientes de la misma para cubrir plazas vacantes, Se Acuerda no hacer dichos nombramientos ya que en breve plazo han de cubrirse por oposición todas las vacantes necesarias, exclusivamente entre mutilados y excombatientes”. Ambos acuerdos (que se transcribieron y comentaron en la serie sobre política laboral) tienden a intentar paliar los efectos de otra de las lacras lamentablemente muy comunes durante las postguerras. Lacra consistente en que todo el mundo, entre los vencedores, quiere sacar tajada de la victoria conseguida por los suyos.

Tanto es así que hasta aquellos miembros de la sociedad que aparentemente no se enteran de la realidad, resulta que se contagian de ese afán de prebendas e intentan arramplar con lo que pueden, el acta de la sesión de la Comisión de Gerencia del Consejo celebrada el 29 de diciembre de 1939 dice así: “El Sr. Director da cuenta que Dña. Camino ***, señora que parece hallarse perturbada, ha intentado cobrar un saldo que había ya retirado de su libreta haciendo desaparecer de la misma algunas hojas y Se Acuerda que sea llamado su hermano para comunicárselo y advertirle que en caso de repetirse el hecho no habría más remedio que dar parte a la autoridad judicial”.

Ese trastrueque de los valores que provoca toda guerra, y más, si dura tres años, modifica todas las relaciones sociales, incluso las relaciones entre instituciones pues para resumir la longitud de lo reseñado en las actas de primeros de enero de 1940, señalé en mi recopilación: “Diversas gestiones ante el Ministro de Justicia y otras personalidades a fin de que en la reunión del Consejo del Instituto Nacional de Previsión se apruebe la solicitud de autonomía que tienen presentadas algunas Cajas entre ellas la de Navarra. Por conversaciones oficiosas y reservadas con el Consejero, Director de la Caja de Vizcaya, explica el Sr. Director-Gerente que al parecer el acuerdo era no conceder autonomía a ninguna Caja. Antes de renunciar a la delegación de todos los Seguros Sociales Se Acuerda esperar la notificación oficial.” ¡Qué pronto se olvidó en el Gobierno victorioso, quiénes habían colaborado a esa victoria! ¡Qué nefasto fue que no acudieran unidas todas las Cajas Vasco-Navarras y cuántos esfuerzos adicionales tuvieron que hacerse a raíz de ello!

El 2 de febrero de 1940 el “No a la Autonomía de ninguna Caja” se concretaba en el Acta de la Comisión de Gerencia del Consejo, que decía así: “El Sr. Director da lectura a un proyecto de Estatuto que le ha entregado “confidencialmente” el Director General de Previsión, en el cual hay algunas disposiciones que no podrán ser aceptadas por nosotros porque se oponen al régimen administrativo vigente en Navarra. Se encarga al Sr. Director que procure ver el modo de que se aplace la aprobación de ese Estatuto”. Conseguir un poquito de autonomía para la Caja, fue arduo y fatigoso, como iremos viendo a lo largo de esta serie.

Todavía queda un cachito de cuartilla, así que aprovechémoslo y sigamos tratando de ese enajenador afán de afanar lo que se pueda, plasmado en las actas de la Caja, puesto que ejemplos no han de faltarnos. En la sesión del Consejo del día 12 de enero de 1940 vemos que esa avidez de éxitos económicos no se quedaba sólo en los enajenados mentales puesto qué hasta la juventud más pura imitó a sus mayores en su ansia por el medro a costa de los demás. El acta en cuestión dice: “El Jefe del Servicio del Trigo de Navarra, Sr. Fco. Uranga comunica que un “botones” de dicho servicio ha realizado una estafa en la que, de un modo accidental y al parecer sin culpabilidad ha intervenido el “botones” de nuestra oficina, Carlos *. Después de estudiar el asunto y pareciendo comprobado que * ha obrado con ligereza, pero sin mala fe y sin comprender la trascendencia del asunto, Se Acuerda que el Director lo traslade del departamento de Caja a otro cualquiera de la Oficina y entere del asunto a su padre para que lo amoneste e imponga un correctivo”.

Admirable el alcance de la ola afanadora para qué ¡hasta los gatos quisieran zapatos! e igualmente admirable el que, por aquel entonces, todavía las amonestaciones paternas tuvieran su eficacia. ¡Cuánto ha decaído de entonces acá la autoridad paterna!

Lo que parece que no ha decaído en absoluto ha sido ese afán por el dinero, que, por contra, ha ido en aumento constante sin importar a qué consecuencias sociales nos lleva. La depredación como sistema se ha instalado para quedarse como valor permanente ¡Tonto el que no robe! Es el lema por excelencia y así ocurre que la brecha social se amplía cada día con gentes como las que definía Menandro hace 2.300 años, en El adulador, cuando decía: “Nadie honrado se ha enriquecido deprisa. Porque mientras uno recoge y guarda para sí, otro, después de estar espiando al que lleva tiempo ahorrando, se queda con todo”.

Las Cajas de Ahorro se establecieron para fomentar la práctica del ahorro entre las clases menos favorecidas, práctica que ahora está en el olvido por dos factores: reducción continuada de los salarios reales e incitación permanente al desenfrenado consumo. Pronto, aquellos que habiendo consumido más de la cuenta y hallándose sin ahorros, engrosarán las filas del paro para alistarse en las de la esclavitud como única salida para seguir viviendo.

Porque hemos de intentar que nuestros sucesores vivan, al menos, con la dignidad que nosotros hemos vivido, y para ello necesitamos recuperar instituciones que fomenten dicha dignidad, ¡Firmen conmigo esta campaña en https://www.change.org/refundarLaCAN y difúndanla en todos sus ámbitos!

El autor es promotor de la re-fundación de la CAN, notario jubilado y nieto del director-gerente de la CAN desde 1921 a 1950