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Sexo biológico y género cultural

Las personas transgénero son aquellas que tienen una identidad de género que difiere del sexo que les fue asignado al nacer, conflicto que les genera disforia y, en ocasiones, una inadmisible desaprobación, acoso y rechazo social. Apoyo sin ambages al colectivo LGTBi, sin embargo, la nueva distopía patriarcal que se deriva de la teoría queer supone el reconocimiento social del género. O sea, lejos de dinamitar los estereotipos sociales de género, consolidan su perpetuación con toda su carga patriarcal, incurriendo en una contradicción que supone una vuelta a las esencias femeninas del pasado. Es más, la pretendida igualdad entre mujeres y hombres como categoría política, jurídica y moral al ser sustituida por el concepto de diversidad queer conlleva un peligro para la mujer, pues cuestiona el concepto feminista de igualdad que exige una sociedad sin géneros, ya que al mantenerse el concepto de identidad de género se perpetúa el sistema patriarcal que los produjo.

La negación de la existencia del sexo biológico, el uso del término cisgénero con el que pretende clasificarse a las mujeres que no tienen problemas con su cuerpo y la autodeterminación del sexo mediante una simple declaración voluntaria en el registro civil sin necesidad de demostrar disforia de género y ni tan siquiera cambiar de aspecto físico, ya que no va a ser obligatorio someterse a tratamiento hormonal ni a la reasignación quirúrgica de sexo, suponen el riesgo de borrado jurídico de la mujer. En este sentido, el concepto de cisgénero, cuyo origen parece sospechosamente misógino, convierte a la mujer en un inaceptable subgrupo que las debilita, pues las mujeres representan el 51% de la población y no admiten subdivisiones que las relegue a ser la parte de un todo. Nada que argüir en contra de aquellos hombres que gracias a la medicina puedan cambiar su apariencia biológica, pero no es aceptable que porque estos se denominen personas transgénero, las mujeres que no tienen problema con su sexo biológico se les sitúe en una otredad artificial como es el cisgénero, pues las mujeres son genuinamente mujeres. Dinamitar el género como constructo social es una cosa, negar el sexo biológico o considerarlo un montaje social es otra muy distinta, pues niega la realidad. Hay que recordar que el sexo biológico viene determinado por los cromosomas sexuales XX y XY, hembra y macho respectivamente, siguiendo la misma división binaria que se utiliza con el resto de mamíferos. Esta diferencia biológica determina la formación de los órganos reproductores y de los genitales externos de la mujer y del hombre, además de producir hormonas masculinas y femeninas que intervienen en la procreación y gestación o en la configuración del aspecto corporal externo. En definitiva el sexo biológico no es una construcción social, sino una realidad biológica. El sexo biológico es inevitable e inmutable, y rechazarlo, por tanto, es un despropósito, que no aporta más que confusión en la significación lingüística, además de problemas jurídicos y sociales.

El género, en cambio, sí es una construcción sociocultural que asigna una supuesta feminidad a la hembra biológica y una imaginada masculinidad al macho biológico. La disforia de género surge como un serio conflicto entre el ser-para-sí y el ser-para-otro, cuya solución estriba en que un individuo pretende ser visto y reconocido por el mismo y por el otro en base a un estereotipo con el que se identifica y que es contrario al que socialmente se le ha atribuido. Esta elección de género no supera, sin embargo, la cuestión de los estereotipos sociales, pues el cambio de identidad de género no va más allá de la sustitución de un estereotipo social por otro, pero sin modificar su contenido social, por lo que el género sigue siendo vehículo de rasgos psicológicos, roles sociales, habilidades personales, funciones domésticas o competencias profesionales, que no se sustentan en ninguna evidencia científica, por lo que son falsos. Si biológicamente somos hembras y machos, lo que no es una elección, sino una disposición biológica innata, superado el género social, mediante una educación igualitaria, seremos solo personas, esto es individuos o singularidades. Y sin género al que adscribirse, el cambio de la apariencia sexual, posible mediante tratamiento hormonal o reasignación quirúrgica de sexo, representa tan solo un cambio de aspecto físico, pues los cromosomas permanecen inmutables y determinantes biológicamente, salvo bloqueo iatrogénico. Aun así, nada que objetar a quien lo necesite, incluido el correspondiente reconocimiento jurídico. En fin, una cosa es el género cultural y otra es el género lingüístico, que deviene del artículo determinado y responde a la necesidad de hacer inteligible la realidad, aportándole significación y sentido, pero libre de estereotipos culturales.

El autor es médico psiquiatra y psicoanalista