Me gustaría comentar las realizaciones de un personaje de quien se conoce su aportación a nuestra cultura, pero con perspectiva un tanto superficial. Santos de Ochandátegui –navarro, de Durango–, recordado principalmente por la dirección de obras que ejerció en la construcción de la fachada catedralicia de Iruña; calificación eufemística que lleva a reconocer como autor de la misma a Ventura Rodríguez. Este autor se limitó a un diseño que posteriormente un verdadero técnico llevase a efecto. El propio Ventura señaló a Ochandátegui. Soy consciente de que se conoce su buen hacer en tantas torres en que el durangués proporcionó la silueta final a tantas iglesias, incluso se acostumbra a aludir a su competencia de ingeniero, cuando diseñó el canal que uniría el Cantábrico con el Mediterráneo. En esta Pamplona que muchos se empeñan en considerar paseo de una anquilosada burguesía, orgullosa de sus orígenes nobiliarios, acompañante impenitente de procesiones y desfiles, el trabajo de Ochandátegui no tenía cabida sino en el aspecto religioso. La fachada catedralicia, que suscita un inexplicado rechazo, por no entender la aportación de una época muy segura de sí misma, la del racionalismo del settecento; más en el marco de la cultura española, que califica de barroco cualquier recodo con unas volutas de yeso y neoclásico cualquier intento de primar el diseño que no recurra finalmente a la acumulación de molduras.

Podría seguir por este camino. En otro artículo, tal vez, pero no es posible dejar a un lado las facetas de mayor transcendencia de una personalidad a la que, finalmente, el ayuntamiento ¿El alcalde? Se limita a recorrer el santoral romano cuando siente la precisión de nominar determinadas vías urbanas. Juan Pablo II ¿Quién es ese señor? ¿Conocía la localización de Navarra? Pío XII. En el tiempo en que se imponía tal denominación no se había hecho público todavía su connivencia con el nazismo. Ninguno de los dos había hecho la Javierada, ni subido a Montejurra. Ignoro qué otros méritos podían presentar estos individuos a los ojos de los devotos para marcar la nomenclatura de las vías de Iruña. ¡Ah! ¡No puedo ser injusto! A Ochandátegui le cayó en la pedrea la denominación de una calle. Se supone que cualquier día en los que la exalcaldesa Barcina maquinaba la forma de llevar a Olentzero ante la Audiencia Nacional, o justificar la introducción del inglés como lengua vehicular en la enseñanza con el objeto, declarado de manera abierta en los medios españoles, de obstaculizar el progreso del euskera.

La maestría de Ochandátegui está siendo reconocida por tantos que analizan esta obra monumental –imponente y equilibrada–. El conjunto muy meritorio, aunque no tanto como el trabajo desarrollado por el director de Caminos que diseño el plan de comunicaciones básico de nuestros días y lo ejecutó en un espacio de tiempo que llevó a Navarra a la admiración en tantos lugares de Europa, al diseñar prácticamente la red de rutas con la que funcionamos en la actualidad. Fue desde luego su mérito, que no hubiera sido posible sin el marco de un sistema político como el navarro, fácilmente repudiado por muchos que no han sentido la necesidad de interrogarse sobre hechos insólitos en España. “A Pamplona siete leguas”, señala un hito en un muro de Olite de los que no se veían en Navarra desde el Bajo Imperio. Cuando nuestros compañeros no navarros, venidos de tantos sitios, lo contemplaban hacían mofa de nosotros. Sin duda, ignoraban por completo que correspondía a las indicaciones de una carretera que un viajero francés del siglo XVIII calificaba de extraordinaria, frente a lo que se veía en el Reino de las Españas. No es este el único hito de esa ruta.

En nuestra historiografía se ha concedido el mérito en la ejecución de rutas al vizconde de Gages y considerado este noble hispano-flamenco como el creador de la red de carreteras de Navarra. No comparto esta valoración. Gages desarrolló su actividad durante el reinado de Felipe V. En el planteamiento de construcción de carreteras de este periodo, la iniciativa e impulso de tal proyecto corrió de cuenta de la Corona. En Navarra se hicieron cargo de la materia Viso-rey y Consejo Real. Esta última institución inútil en gestión. El viso-rey disponía de su poder imperativo. Gages emprendió la ejecución de la carretera a Castilla y Aragón –aTudela–. Adoptó en la gestión el modelo que denominaríamos francés. El rey, como nos muestra Toqueville, ordenaba a los súbditos en los aledaños del camino dedicar sus bestias de carga, aderezos y su propio trabajo a la construcción de los caminos reales, obligándoles a descuidar las labores del campo en los tiempos del año de mayores exigencias de los trabajos agrícolas, sin tener en cuenta que ponía en riesgo una cosecha con mucha frecuencia frágil. El vizconde de Gages utilizó el mismo sistema, generando las protestas de los habitantes del territorio; protestas, que las Cortes y Diputación del Reino transmitieron a la Corte, generando fuerte conflicto. De hecho, únicamente se ejecutó la ruta a Castilla y Aragón, logro notable, si se tiene en cuenta que en el territorio peninsular bajo dominio borbón apenas se hubo transformaciones. Fue con el rey español Carlos III cuando se acometió el segundo impulso a la red viaria. El ministro de mayor relevancia del momento, Floridablanca, pretendió movilizar a todas las fuerzas vivas. En lo que se refiere a Navarra, las instituciones propias reclamaron el papel ejecutor, chocando con la pretensión del Consejo Real que había mostrado su ineptitud como entidad administrativa a raíz de la actuación de Gages, de igual manera en la ejecución que en el mantenimiento y gestión de la vía Iruña Castejón. En esta ocasión Floridablanca se inclinó por dejar en manos del Reino la ejecución de la red de caminos, a la vista de la experiencia en gestión administrativa que demostraba el reino, frente a unos juristas –los del Consejo Real– que entendían de resoluciones, pero inútiles como administradores. La decisión de Floridablanca se mostró eficaz. En un plazo de unos años fue revisada –de hecho, reconstruida– la ya deteriorada, por desatendida, ruta de la Ribera, primer puntal del sistema viario navarro. De inmediato fue acometido el diseño y ejecución de la ruta a la “provincia”, que probablemente constituyó el trabajo de mayor complejidad que presentó el sistema viario navarro de la época. Con todo, su ejecución se consiguió en el espacio de unos años.

El conjunto de estas realizaciones presenta diversos aspectos a resaltar. En primer lugar, el relativamente corto espacio de tiempo en que fueron ejecutadas, en segundo lugar, la calidad de las mismas, a pesar de las rectificaciones y reparaciones a las que hubo que hacer frente, derivadas de una topografía complicada por las características del terreno y la limitación de medios técnicos a utilizar, para concluir con las dimensiones financieras del proyecto, que desbordaba, cuanto podía haberse realizado con anterioridad en cualquier otra empresa a la que debió hacer frente aquel reino –Estado–, que luchaba por su existencia, en medio de los grandes Imperios del momento. Finalmente, la capacidad financiera de la Hacienda del Reino de Navarra, asumiendo préstamos y gestionando con eficacia los recursos públicos de una entidad política que mostraba el rigor y bien hacer en la administración de las rentas públicas. El hecho de mayor relevancia fue la eficacia demostrada por las instituciones del Reino que afrontaron.