El pasado día 10 de octubre se celebró el día de la salud mental. Está bien que haya días para todo, aunque por desgracia casi siempre ocurre lo mismo: se comenta el asunto, se valoran medidas para arreglar un problema o mejorar una situación y a otro cosa mariposa. Como todos los días es el día de algo, cada debate dura solo un día. En definitiva, los días pasan y los problemas permanecen.

Sí, la salud mental es un problema grave. Afecta a la persona y a quienes le rodean, sea en el ámbito familiar, de amistades o laboral. Más aún, se argumenta que los jóvenes tienen cada vez más este tipo de malestares. El consumo de medicamentos se dispara. La consulta a los psicólogos, también. El número de suicidios ha aumentado. El teléfono destinado para atender este problema recibe miles y miles de llamadas. Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Qué medidas tomar?

Uno, las palabras y la forma de hablar importa mucho. Por ejemplo, la palabra “depresión” sigue teniendo un estigma negativo. Existe la falsa creencia de pensar que quienes la sufren no son fuertes en términos mentales y que por lo tanto, en cierta forma, no han sabido afrontarla. No puede ser. La realidad no es lo que vemos en los medios. En televisión predominan los sucesos negativos (hace años en Rusia se intentó probar un medio que solo diese buenas noticias y por desgracia fue un fracaso) y las series exageran lo bueno (como ese amor para toda la vida con el que terminan las películas románticas) y lo malo (los malvados de las películas son lo peor de lo peor). Todo ello sin nombrar las redes sociales, las plataformas de streaming o las múltiples alternativas que permite la tecnología actual. En definitiva, como seres humanos corremos el riesgo de descontrolar los pensamientos (de hecho, el cerebro es el único órgano que se puede autodestruir) y también corremos el riesgo de sufrir una serie de acontecimientos que nos dejen desubicados. Eso puede llevar a una depresión, incluso los psicólogos las sufren.

Una curiosidad más respecto de las palabras. En un estudio asombroso un matrimonio se propuso no pronunciar nunca la expresión “estoy ocupado”. Es una forma muy inteligente de suavizar una situación personal; si no describo dicha situación no la siento. Pasado un tiempo, sus indicadores de salud mejoraron. En otras palabras: lo que nos ocurre es objetivo, el relato de lo que nos ocurre es subjetivo.

Dos, siempre es mejor prevenir que curar. Y aquí es donde entran los jóvenes. Tiene delito que siempre se les eche la culpa de todo: “están todo el día mirando pantallas”, “todo les da igual”, “con estos chavales no tenemos futuro”. Estos mensajes no son nuevos; tienen miles de años. Lo que no se hace es mirar ni a los padres ni al sistema educativo. Y aquí es donde está una de las claves fundamentales: en el paso de la niñez a la adolescencia.

En la niñez, todo es muy bonito: juegos, canciones y cuentos con final feliz. La adolescencia es difícil: la vida es dura. En los cuentos los buenos ganan siempre, en la vida real no. En las novelas los malos siempre sufren al final su merecido, en la vida real no. En las historias que nos cuentan los comportamientos que perjudican a otros siempre tienen castigo, en la vida real no. En las películas los que tienen talento y se esfuerzan logran sus objetivos, en la vida real pesan mucho la suerte, los contactos e incluso las trampas que se puedan hacer para lograr un puesto. En definitiva, en la vida de niños existe la justicia y los sueños se cumplen. En la vida real no.

¿Quiere eso decir que debemos rendirnos y dejarnos llevar? Claro que no. Pasamos al tercer y definitivo punto.

La sobreprotección de los jóvenes se ha trasladado de la familia a la escuela. Eso hace que no estén preparados para los sucesos que le van a sobrevenir en la vida. Es como si un policía recién licenciado no sabe cómo afrontar una situación de riesgo o tiene como arma reglamentaria una pistola de agua. No puede ser. No, no, no y no.

Es prioritario educar a los niños y a los mayores para aprender a sobrellevar la frustración y el aburrimiento. Es prioritario comprender, como sociedad, que todas las personas somos iguales: seres humanos. Seguimos mirando a los triunfadores como héroes y a los que menos ganan como perdedores. Es algo que nos meten de forma inconsciente los medios un día sí y otro también.

Mientras se mantenga el principio de “tanto tienes, tanto vales”, mientras no atendamos (todos, no solo los médicos) a los enfermos en salud mental como merecen y mientras no eduquemos a la sociedad para evitar estos prejuicios, no avanzaremos.

Economía de la Conducta UNED de Tudela