La inevitable tendencia hacia lo absoluto, al dominio sobre los sujetos, los objetos y las cosas, es lo que marca la prevalente dinámica meritocrática en ciencia y en creencia, en filosofía y en arte. Un todo integrado, sin duda alguna, en el que cada tendencia opta por manifestar su particular credo ante lo que hace. Una emoción primero y un sentimiento más tarde (en la concepción del spinozista neurobiólogo Antonio Damasio). Así es, como anteriormente fuera determinante para una parte de la humanidad aquella hasta cierto punto mecanicista teoría económica del socialismo real con la que dar respuesta a un mundo de necesidades, el que ahora la del liberal-capitalismo se pretenda metáfora de un organicismo homeostático hundiendo su razón en una explicación en parte surgida de la materia misma. Si bien, intentando obviar el ineluctable hecho de que todo organismo sano, por muy autorregulado que se encuentre, termine por morir. Una imperfección de la naturaleza, y un baño de realismo, desde nuestra no tan oculta aspiración a la inmortalidad, o, en su defecto, a una vida en totalidad. Diríase, que todo progreso en este sentido consiste en ser una teleología de la finitud. Por lo que, tal vez, no resulte tan extraño el que el progreso material consista en la destrucción o transformación de la propia materia y subsiguiente materialidad.

De ello trata esa destructiva creatividad, característica del ciclo económico en Joseph Schumpeter, por la cual viene a regirse la dinámica renovadora del capitalismo. Y también, desde el punto de vista del naturalismo a ultranza, la visión de la Liga Monista creada por el zoólogo y filósofo social Ernst Haeckel, que al decir de Yvonne Sherratt venía a defender el que el “hombre debiera ser gobernado por las leyes de la biología”, contemplando el hecho de que cada órgano tenga por objeto servir internamente al utilitario mantenimiento de su función siempre y cuando manifieste una externa imprescindibilidad en el correcto desarrollo del sujeto individual y corporativo. No siendo así, la parte podrá sacrificarse, paliativamente eliminada, si fuera menester, en aras de un interés supuestamente superior de conjunto. Nos recuerda, al respecto Bennett, como la postura opuesta a esta visión, estuviera éticamente defendida por el también zoólogo y filósofo, Hans Driesch que fuera “uno de los primeros no judíos en ser despojados de su cátedra por los nazis, dado que se oponía al uso de su vitalismo por parte de estos para justificar un dominio alemán sobre los pueblos menos vitales”.

De presencia de la homeostática, imprescindible para que se dé el fenómeno que denominamos vida, nos habla Damasio, aportando el que en su base: “(...) cada célula [sea] un organismo vivo individual; un ser individual con una fecha de nacimiento, ciclo biológico y fecha de muerte probable. Cada célula es un ser que debe ocuparse de su propia vida y ésta depende de las instrucciones de su propio genoma y de las circunstancias de su ambiente”. Algunos conciben este proceder como soluble evolutiva unión de órgano y organismo, tomando por referencia al siempre selectivo principio supuestamente darwinista, con sus, por así decirlo, determinantes pruebas de error que dan como resultado herencia y mutación, basándose, o no, en la ley del más fuerte, no siendo el más bruto, ya que en este escenario el hombre no hubiera tenido ninguna posibilidad, sino aquel otro del más preparado. (Un filósofo como el catalán Josep María Esquirol lo ve de esta forma: “El ser humano no sobresale por su fuerza física pero sí por su ingenio, multiplicador de su fuerza.”) El equivalente en el imaginario social de este proceder, por tanto, consiste en una controlada y paradigmática combinación de ambos, de lo sometido a permanencia y de la obligada alteración que habrá de dar como resultado todo tipo de homeodinámicos cambios.

Ahora bien, para que haya una transformación en la emoción y el sentimiento, es necesario se dé su correspondiente en lo mental y corporativo. De ello da muestra la neurobiología de los comportamientos éticos, tratada por Damasio en su ensayo sobre Spinoza cuando afirma: “Sospecho que en ausencia de emociones sociales y de los sentimientos subsiguientes, incluso en el supuesto improbable de que otras capacidades intelectuales pudieran permanecer intactas, los instrumentos culturales que conocemos, tales como comportamientos éticos, creencias religiosas, leyes, justicia y organización política, o bien no habrían aparecido nunca, o bien habrían sido un tipo muy distinto de construcción inteligente.” Cuestión que inmediatamente después habrá de ser matizada estableciendo las condiciones necesarias para que hayan de darse, reconociendo no obstante el que “una explicación neurobiológica simple para la aparición de la ética, la religión, la ley y la justicia [sea] difícilmente viable”, e inmediatamente después demandando el concurso y auxilio de otras ciencias como son aquellas de la “antropología, la sociología, el psicoanálisis y la psicología evolutiva, así como descubrimientos procedentes de estudios en los campos de la ética, el derecho y la religión”.

Afirmaba Driechs el que “los sistemas inorgánicos son susceptibles de transformación, pero sólo la vida es capaz de mutar”. Por su parte Bennett, con un sesgo medioambientalista en la defensa de su materialismo vital, habrá de defender el que “la materialidad [sea] una rúbrica que tiende a horizontalizar las relaciones entre los humanos, la biota y la abiota.”

Hablar de materia sería por tanto hablar del Ser y de todo tipo de seres desde la visión de una inmanente pertenencia al Todo del que somos parte. Así en el proceso de hibridación iniciado, del fenómeno cuasi-cósico, los seres vivos corren un serio riesgo de mutación en la acción emprendida y dada por nuestra especie, sin que en modo alguno haya de librarle. Somos material de nuestras experimentaciones, y por lo mismo objeto de un colateralismo efectista de consecuencia imprevisible. Aventurarnos por este camino hace necesaria la apriorística toma en consideración del principio homeostático como previa condición de toda toma de decisión. En definitiva, tendremos que ir aprendiendo cuáles de los ‘logros’ conseguidos por el aproximativo procedimiento de ensayo y error, habremos de mantener, y de cuáles prescindir en preservación de la propia identidad auto-reconociéndonos como fabriles demiurgos de la maquinación de aquellos dispositivos no automáticos de la homeostática social, en expresión de Damasio.

*El autor es escritor