La corrupción raras veces comienza por el pueblo (Montesquieu)

Ya hemos sobrepasado el meridiano del estío. Los mares rebeldes se han tornado amables para nuestros cuerpos que se ven tonificados por una mansedumbre azul y acariciadora. Cuando el calor del verano, con un sol sin concesión de piedad, se empecina en abrocharnos los botones, nos deslizamos hacia las tibias zonas donde reina la sombra buscando la breve y apaciguadora lujuria de la siesta, con el toque onírico de la vida en calma que nos aparta del abrasamiento del asfalto y nos sumerge en una música cuya letra intemporal la ponen los placeres esenciales de vivir. Vamos recuperando la frescura para retornar a la intemperie de nuestra vida y volver a coger, esperanzados, el rumbo equilibrado que nos proporciona la bonhomía y su práctica, en una sociedad en la que solo lloran los ancianos y los niños; el resto, entregado a la alfaguara incontenible del temor al futuro, carece de tiempo. Las masas, como un Prometeo sin rumbo, se encadenan voluntariamente al nuevo triángulo divino, en cuyo centro está el ojo de Google flanqueado por las redes sociales y el galopante nihilismo. Internet nos muestra un mundo tan transparente que lo convierte en invisibilidad humana. Ver la vida a través de este confuso trampantojo es lo mismo que no ver nada. La enorme sombra de la felicidad infantil danza descontrolada en las redes, con el riesgo de alterar su personalidad y valores. Este verano, España huele a política y a sus pecados tórpidos de paludismo intelectual. El ciudadano vota, en un sistema poco participativo, y ve pinchado el globo de sus ilusiones ante los pactos que arrastran a los Cien Mil Hijos de San Luis ávidos de seísmos políticos. Nunca ha habido tanto político capaz de superar la prueba de la verdad, porque para ello es preciso tener un concepto claramente definido de la verdad y la mentira, que el fanatismo, la carencia de ética y el deseo de poder anegan en su turbiedad. No precisamos mentirosos profesionales en un país tan acostumbrado a que nadie diga una puñetera verdad, y donde el gobierno saliente siempre deja al entrante un ramo de flores marchitas sobre la losa en la que reposan la herencia de las crisis y una eterna deuda, fané y descangallada, que sigue bacheando el camino del progreso. Tenemos un puñado de partidos fantasmales y desnutridos que debilitan la democracia con sus danzas parapsicológicas, en las que se ofertan políticos de saldo al mejor postor. Sánchez tiene un alma ignífuga y, hasta el presente, pasa entre las llamas de sus adversarios sin quemarse, representando un socialismo que ha arrojado su ideología al horno crematorio de cuanto estorba a los intereses de su partido, el cual ha experimentado una evidente transición hacia las raíces del aburguesamiento. Queda ya lejos una revolución socialista que, tras su oferta de pan y regazo, ocultaba las semillas del capitalismo, dejándonos un poco huérfanos, como sumergidos en una lluvia de domingo por la mañana. Cae el telón de las utopías dejando ver al desnudo un pragmatismo frío y galopante. Desde la Moncloa se echa la mano por el hombro a los poderosos y se obsequia con la oración del progresismo a una ciudadanía que, con demasiada frecuencia, se ve obligada a caminar por el costado del viento, esperando el reposo del salón en el ángulo oscuro, maquinando coartadas para justificar el peso de vivir en una sociedad que involuciona. Una vez más se muestra la estafa que la Historia regala a un pueblo que ya no se conmueve con música esteparia y encierra a sus poetas en las páginas de los libros, donde una pátina de indiferencia impide que nos aporten aire, luz y esperanza. Se está practicando una política de intereses de poder que se ha hecho, tautológicamente, con intereses, y esto es de una pobreza moral que da vergüenza glosar y que no deja de ser sino el viejo caciquismo español arnichesco, con un consolidado trilerismo político, que es la chatarra del milenio. España, al decir de quien gobierna, siempre va bien, pero las palomas mensajeras de Bruselas difieren en sus mensajes y nos enmiendan la plana; entre tanto, nuestros políticos celebran su inoperancia con champán o cava catalán, en este bosque de Macbeth donde se caza y se diseca al intelectual clarividente y honesto. Nuestra democracia lleva un tiempo perdiendo su cristalina imagen y sus reflejos de libertades, con un gobierno descabezado y propenso, si lo precisan sus intereses, a guillotinar la ética. Feijóo, desorientado, y Sánchez, en plena febrícula, actúan como jurisconsultos aficionados predicando la justicia social al pueblo, justicia que deterioran con sus políticas del “yo, mí, me, conmigo”. ¡Qué monótona es la rana humana!, decía Jacinto Benavente. La endogamia galopante, la contumacia y la mansedumbre del ciudadano son armas que saben manejar los gobiernos. Se percibe un grado de despotismo, un desmedido afán de protagonismo y una incapacidad para escuchar, que impiden a los partidos construir organización y equipo, mientras buscan “palmeros” que les sigan. A buena parte de los votantes de VOX les basta con haber encontrado un instrumento para castigar y perseguir al bipartidismo, olvidando las virtudes “roussonianas” que debe desarrollar una democracia viva. A los del PP les gustaría ser socialistas de antes; ya que no pueden, debieran probar con una derecha moderada que se aproxime al votante de centro, al que tienen decepcionado. Mantenemos hipotecada nuestra libertad y preferimos ponerla en otras manos que la manejen por nosotros y nos exoneren de la responsabilidad de ejercerla. Hay en política una cierta incomprensión analítica que, como un basilisco, mata lo que ve y solo es capaz de ver cuando ha matado. Se está perdiendo la tutela ideológica y fomentando el adocenamiento social. Irrumpe un populismo que degenera la educación y se confunde con connotaciones revolucionarias. Vemos en las campañas electorales rebajar la pompa y boato de la casta y, toda ella, desarrolla sus artes malabares, en las que el propio vestuario se muestra vindicativo y activista. El usted y la educación han sido expulsados de su jaula, como coartada de acercamiento al pueblo, marcando falsas distancias con los conceptos burgueses e intentando captar la voluntad ciudadana y su convencimiento de ser libres, con el riesgo implícito de que caminemos hacia la bancarrota del criterio personal. El fanatismo forma militancias que impiden ver la vida preciosa y respetable de un semejante. Es lamentable ver en Twitter la putrefacción de maldad clandestina que se vierte. Europa ha perdido la moral ante una sociedad que propicia vivir sin supeditarse a ella, considerando falsamente que la libertad consiste en no supeditarse a nada; una de tantas deformaciones que practicamos. El privilegio del ser humano es la memoria de sus errores, que la Historia ha ido decantando durante milenios, y de los que debemos aprender a sacar conclusiones. Romper el hilo conductor de nuestro pasado es el mejor modo de retroceder al mundo irracional donde reina la barbarie. Navegamos con la razón y el escepticismo a través de la vida, intentando hallar el equilibrio que nos defienda de las presiones ideológicas que se vierten sobre la sociedad. La humanidad debe ser preservada, dice Locke, y ha de velar por los valores alcanzados. Nuestro deber de hacer el bien es un axioma de la Razón Práctica, y se extiende en el pensamiento y acción altruista que debemos a nuestra descendencia.