Un 2 de septiembre, 84 años atrás, comenzó una guerra europea que acabó siendo la 2ª Guerra Mundial, y los baskos en ella estuvimos incluidos por un golpe de Estado seguido de guerra civil peninsular. Desde la inmolación de Gernika. Esa noche de septiembre París, la ciudad de la luz, estaba a oscuras pues se temía un ataque alemán con gas mostaza. Mis aitas arreglaban sus pertenencias para partir a Bidart donde ama daría a luz su segunda hija en el hospital montado en un hotel cedido por el Gobierno de Francia al de Euskadi. La administración fue tan impecable que era fama que los ciegos veían, los sordos oían, los cojos corrían... y los niños nacían con normalidad en aquel nuevo destierro que nos comenzaba. Mercedes Iribarren Gorostegi, quizá por el esfuerzo, quizá por los nervios, tuvo adelanto de parto rompiendo aguas en las escaleras del edificio sin saber a dónde ir, pues la ciudad permanecía desierta. Con un rosario en las manos y una oración en los labios, esperaba el milagro que se dio. El chófer de la Delegación del Gobierno de Euskadi en París iba recorriendo el circuito de los residentes baskos y se allegó al edificio y pudo salvar a madre e hija de la tragedia inminente, transportándolas al hospital. No mas nacer, a ambas les impusieron máscaras de gas. La bautizaron Begoña porque debido a la situación hubo descuido administrativo y fue posible poner tal nombre en el registro francés. Jesús de Leizaola escribió unos inspirados versos a la nacida en medio del apocalipsis. Clamaba por la esperanza de la vida frente al funesto hedor de la muerte.

Días mas tarde, el 8 de septiembre, Pilar Elizalde Elordi daba a luz en el hospital de Bidart a su cuarto hijo y primer varón, nombrado Pello por su tío encarcelado y condenado a muerte en Iruña. Fue posible también registrarlo por el desorden administrativo francés imperante en ese preámbulo de la guerra. Esa misma noche recibieron llamada de Manuel Irujo, en Londres, instándoles el camino a América. Había que escapar de Europa, jaula de locos y desesperados, al decir del escritor de Algorta, Tellagorri. Hitler parecía vencedor de aquella encomienda militarista. Prometía mil años de duración a su delirio germánico. Y la realidad de la gente era que apenas podía nacer con normalidad. Los hombres de la guerra, coronados a si mismos, decidían las circunstancias de su grandeza, desdeñando las realidades vitales. Se deber morir en el frente con honor, pero se podía moría al pie de una escalera al nacer.

Mercedes y Pilar, como tantas otras mujeres baskas, parecían destinadas a vivir en sus pueblos de origen, formar familias al modo convencional, gozando de buenas condiciones de vida, pero la guerra y la sentencia que pesaba sobre ellas de nacionalistas vascas, las señaló. Sus maridos avalaban el descrédito. El de Mercedes era el eurkerologo y escritor Vicente/ Bingen Ametzaga, de Algorta, recién trasladado a París desde la Colonia de Niños de Donibana Garazi, un castillo ruinoso cedido al Gobierno vasco por el francés. En el primer momento fueron recibidos con hostilidad por el pueblo al grito de Gorriak, engañados por la propaganda franquista que les llegó. Al día siguiente, y unidos por la ikurriña que franqueaba el despacho del párroco, hablando en euskera, Ametzaga aclaró las cosas y los 500 niños, los profesores, entre los que estaba aita Barandiaran y andereños, pudieron recibir atención medica, alimentos y cariño. Se sintieron en casa. En casa estaban. Humanizando un espacio construido 400 años atrás para determinar la posesión de Castilla en la frontera de Ultrapuertos, dejando de ser lo que defendió su hasta última hora, reino de Nabarra.

Eusebio Irujo, a quien incautaron su farmacia de Lizarra, hijo del defensor de Sabino Arana y hermano del político Manuel, fue encarcelado, y solo mediante canje salvó la vida. Era voz que se intentaba reunir a los hermanos Irujo para fusilarlos en conjunto, que así resultaban de cristianos los sublevados franquistas. Como forman mi familia, puedo afirmar que los pesares de sus existencias, tan graves, no les arrebataron la determinación de ser baskos. Cumplieron su deber en el exilio, fieles a sus raíces, eficientes trabajadores en lo que les tocó hacer para ganar el pan de cada día, levantando una familia con éxito. Pero no pudieron cuidar de sus padres, ni darles el último beso de despedida, ni acudir a la misa del pueblo en su honor. Sobre toda condena, ésta fue la mas dolorosa de soportar.

Los baskos en América hicieron destino. Desde los llegados de la 2ª Guerra carlista o foral, 1877, a Buenos Aires, hasta los de la guerra de 1936, en condiciones precarias, indefensos pasajeros de barcos amenazados, levantaron cabeza y hombros pese a la derrota padecida, y lo que les quedaba por padecer, es decir, remontar sus vidas. Fueron adalides de la libertad pues jamás renunciaron a su ideario y, a más, se concretaron a sobrevivir en América, ayudándose ejemplarmente unos a otros. Desde Argentina, Chile, Uruguay hasta Norteamérica, pasando por México y Venezuela, los baskos gestionaron con ejemplaridad su expatriación, mandamiento solidaridad en la Diáspora, y que, por tal cosa, América los reconoce. Levantaron Eusko Etxeas donde pudimos crecer las nuevas generaciones con conocimientos del lejano país, de sus costumbres, danzas, lengua y tradiciones, crearon socorros mutuos, compraron parcelas en los cementerios, se afiliaron a clínicas... ningún basko nacía o vivía o moría desvalido. Signos vitales de un pueblo que se negaba a a morir pese a la desgracia histórica padecida.

La autora es bibliotecaria y escritora