Infraestructuras grandes y desarrollistas como el tren de alta velocidad que se nos está imponiendo como referente imprescindible de desarrollo, bienestar y modernidad, o más recientemente como elemento para afrontar los retos climáticos, necesitan primero abundante dinero para la planificación y construcción (unos 10.000 euros en hego Euskal Herria), después para el mantenimiento (unos 100.000 euros de media por km. al año) y, por otro lado, el gasto público que supone mantener un servicio deficitario, sin tener en cuenta los sobrecostes añadidos en más de una ocasión. ¿Y cómo destinar semejante fortuna de los presupuestos públicos?

Infravalorando y exprimiendo otros ámbitos, como servicios sociales, sector primario, educación, cultura..., vendiendo el patrimonio natural, explotando bienes y personas de países en situaciones más vulnerables en un mundo organizado en desequilibrio injusto, haciéndoles migrar, dominándoles, exprimiendo a quienes directamente están trabajando en su construcción o adquiriéndolo de fondos post covid europeos dotados de dinero público que no sabemos a cambio de qué se han recibido. Es decir, desde ámbitos más directamente o transversalmente relacionados con los cuidados.

Pocas cosas son tan esenciales como el cuidado para que la vida sea y perdure. Todas las personas necesitamos cuidados en diferentes momentos de nuestra vida, y también precisamos participar en ellos cuando así lo elegimos y en las condiciones que necesitemos, aunque eso a día de hoy sea un privilegio que no está al alcance de todas las personas. La importancia de cuidar a quien cuida es también un tema que cada vez está adquiriendo mayor importancia. Sin embargo, los hechos cotidianos que vivimos chocan con esta realidad básica. En este tema, que es columna vertebral para mantener la vida, los datos demuestran amplia y claramente que priman la falta de reconocimiento, la invisibilidad, la imposibilidad de elegir, la marcada precariedad y el abuso, entre otros.

Esta carga que se ha impuesto a lo largo de siglos sobre las mujeres, en general, aún hoy se cubre principalmente a costa de los colectivos más vulnerables, sobre todo las mujeres inmigrantes y racializadas. Su aportación económica a la sociedad se ha calculado en torno al 24% del PIB en hego Euskal Herria (a lo que habría que añadir otro tipo de aportaciones que hace). Esta necesidad básica, principalmente atendida a través de opciones del ámbito privado-personal, se convierte además en objeto de negocio cuando la responsabilidad se traslada al ámbito público-colectivo.

El progreso, al parecer, consiste en viajar rápidamente y con mucha frecuencia, en ahorrar tiempo, en mantener a las personas y demás en continuo movimiento, en acercarnos a lo lejano en lugar de aproximarnos a lo cercano, en promover una globalización desigual y homogeneizadora en lugar de dar valor a los seres vivos, entornos, perspectivas, modos, características, opciones... de cada lugar. El cuidado, sin embargo, tiene más de amoldarse al lado y al ritmo de quien se va a cuidar, de escuchar, de dar y compartir tiempo, que de querer correr y anticiparse adelantándose al tiempo. Vivir más rápido no es sinónimo de vivir mejor, más profundamente, más ampliamente ni por más tiempo. Como sociedad, tampoco se puede avanzar, no se pueden superar retos y abordar nuevos cuando aspectos básicos como los cuidados se cubren de manera tan pésima, cuando se quiere aparentar prosperidad y progreso, pero uno de los principales pilares de la sociedad como son los cuidados difícilmente se sostiene.

Y esta realidad no sólo implica el cuidado entre las personas, sino también el cuidado hacia el resto de los seres vivos y el entorno que nos rodea, así como el cuidado hacia quien cuida de ello. En el modelo de sociedad actual, tanto aquí como en resto del mundo, estos cuidados y estas personas que cuidan del entorno son hostigadas, incluso asesinadas dependiendo de dónde, cuando ponen en jaque los planes de sustraer beneficios económicos continuamente y a toda costa. A esa periferia se relegan, salvando las diferencias, habitantes del sur global, habitantes de entornos rurales, pequeñas agricultoras, ganaderas y pescadoras, defensoras de la biodiversidad y de patrimonios comunes como son la tierra, agua, aire y luz, y quienes individual o colectivamente enfrentan proyectos destructores del ecosistema.

Por ello, nos parece fundamental, por un lado, mostrar la relación entre el tren de alta velocidad, símbolo de un modelo de sociedad, y otras infraestructuras, modo de vida y decisiones que la acompañan, y por otro, la falta de voluntad expresa para que todas las personas tengamos unas condiciones de vida dignas y se satisfagan las necesidades de todas las personas sin explotar a nadie. Porque lo que se roba por un lado alimenta al otro. Este proyecto destructor y despilfarrador, que beneficia a unos pocos, se está haciendo por la fuerza en nombre del interés general, aunque por otras vías se conozca que el interés general, es decir, el interés de la sociedad en general, tiene otros puntos de interés y necesidades. Es fácil organizar desde posiciones de poder campañas de propaganda con dinero público, pero resulta más dificultoso juntar, compartir, debatir la poca información que se nos permite y organizarse en defensa de los intereses colectivos, más aún si estas iniciativas se obstaculizan de forma deliberada.

Afortunadamente, el movimiento popular de Euskal Herria sigue siendo intenso y rico, por ahora por lo menos. Por ello queremos agradecer al movimiento feminista de Euskal Herria el poner las vidas de tod@s en el centro como eje y, en relación con ello, nos queremos sumar a la huelga feminista general que ha convocado el 30 de noviembre en favor del derecho colectivo a los cuidados, destacando el derecho colectivo al cuidado de la Tierra.

A favor del derecho colectivo al cuidado de la Tierra, sigamos luchando en contra del TAV e infraestructuras similares.

Miembros de AHT Gelditu Nafarroa