Esta semana, por fin, se terminarán los festejos organizados por la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos en adelante OHCHR) durante todo el año para celebrar el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos el 10 de diciembre. (En adelante DUDH). Un final de aniversario, tan agridulce como todos los 75 años anteriores, marcado por las crisis económicas, políticas y sociales que asolan un mundo cambiante al son de la revolución tecnológica y de la Inteligencia Artificial. Quizás, el nuevo enfrentamiento entre el Estado de Israel y Hamás en Palestina ha colmado el vaso con las barbaridades que vemos diariamente en las noticias, y la paradoja de ver a uno de los pueblos más perseguidos del siglo XX convertido en un Estado al margen del derecho internacional reproduciendo todo tipo de violaciones de derechos humanos que sufrieron en sus propias carnes. (No dejen de leer a Ana Manero en Infolibre: “Si, Israel viola el derecho internacional” o a José Ramón Tolosa en Público: “Todo está en el contexto: cinco claves históricas y actuales para entender Palestina”).

La DUDH cumple 75 años en medio de una situación crítica tanto dentro de la organización que vio nacer, la ONU, como en relación a su presencia en influencia en la comunidad internacional. En un aniversario tan especial parece obvio que el sistema necesita una reforma severa, empezando por la misma base del sistema, la organización interna de la ONU y de OHCHR. Cuestión, ya de por si compleja, porque para cambiar el sistema deberían cambiar los Estados que forman la organización y deberían cambiar los principios fundacionales sobre los que construyeron la organización y que determinaron que cinco países tuvieran más poder que el resto y todo el control de la organización, gracias al sistema de veto que impera en el Consejo de Seguridad de la ONU que otorga un poder diferente a USA, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Pero la reforma también tiene que ser estructural porque el sistema de protección de los DDHH no da para más con unos presupuestos totalmente insuficientes para cumplir los mandatos originales que propone la Carta de San Francisco, unos mecanismos de protección sin capacidad para hacer frente la gran cantidad de quejas que reciben, con unos mandatos de muchos de estos mecanismos desfasados para las nuevas realidades que deben enfrentar los DDHH (empresas y derechos humanos, inteligencia artificial, revolución tecnológica…), con unos costos estructurales y salarios de personal absolutamente sobredimensionados, con la conversión en la práctica de varias agencias de la ONU en simples agencias de cooperación y asesoría para los gobiernos de turno a cambio de silencios y apoyos, muchas veces cómplices.

En relación con la comunidad internacional, la declaración hace mucho que dejó de ser universal y cada cual se acuerda de los DDHH cuando le conviene. La multilateralidad vive una permanente agonía mientras la unilateralidad es cada vez más vigente y agresiva en muchas de las grandes crisis que nos afectan. La guerra tecnológica entre USA y China, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la ocupación de Palestina por Israel y su respuesta al último atentado de Hamás. Y, sobre todo, en esos conflictos de los que no se hablan porque no caen del lado de la moneda que interesa a los Estados que manejan el discurso y construyen el relato. El nuevo éxodo armenio, la represión de los Uigures (cuyo informe fue uno de los principales motivos que impidió la renovación del mandato de la anterior Alta Comisionada de la ONU para los derechos humanos, Michelle Bachelet), los conflictos para abastecer de minerales al mundo industrializado que soporta la revolución tecnológica y en definitiva todos los conflictos olvidados por no encajar en los intereses de los miembros con derecho al veto del Consejo de Seguridad de la ONU.

Con semejante panorama cualquiera se puede preguntar si había motivos para tanta celebración, aun cuando la mayoría de estos actos no han llegado a la ciudadanía global. Y de manera un poco más distópica podríamos preguntarnos: ¿Ahora qué? ¿A por otros 75 años igual de agridulces?

Frente a esta última pregunta podemos quedarnos en las grandes soluciones relacionadas con la necesidad del cambio del sistema que ya hemos comentado. O también podríamos empezar a fijarnos en nosotros mismos y en la gente que tenemos a nuestro alrededor para entender que el sistema no solo está fracasando por los grandes problemas estructurales y políticos, sino también porque la ciudadanía no acaba de aceptar todo lo que los derechos humanos nos proponen y en su día a día se alejan del respeto de los derechos humanos alentados por ideologías políticas radicalmente opuestas a mantener los consensos más básicos que adopto la comunidad internacional hacer 75 años.

Ese vecino, familiar o amigo que piensa que el feminismo es radical, que ya les vale de tanta reivindicación y que no cuestiona el sistema de dominación de los hombres; o que piensa que una mayoría de 179 diputados en el Congreso de los Diputados es una “traición” a la democracia, o incluso una “dictadura” porque se establecen pactos con partidos representativos de algunos de los pueblos y nacionalidades que conforman este país pero que, para ellos, no son dignos de llamarse demócratas a pesar de ser legales; que siguen reconociendo solamente a un tipo de víctimas y que nunca reconocerán que algunos de los “buenos” también pueden comportarse de manera cruel y salvaje en contra de la dignidad humana bajo la justificación del todo por la patria; o que les parezca bien y oportuno dejar las cunetas llenas de cadáveres sin identificar porque la guerra civil está ya muy lejos y el que la sigue recordando es porque tiene intereses encubiertos para corromper la democracia unilateral que ellos quieren imponer construyendo nuevos discursos que chocan de frente contra la historia; o que no quieren entender que la verdad, la justicia y la reparación solo sirve si se aplica para todos los casos y para todas las víctimas; o que preferirían que en este país no hubiese diversidad política y cultural porque España es una, grande y libre; o que sueñan con tener un gobierno como el de Milei en Argentina que proponga salud y educación solo a quienes puedan pagarlas (incluso cuando ni ellos podrían pagarla).

Con todos esos vecinos, familiares y amigos deberíamos trabajar de manera intensa para difundir, sensibilizar y compartir todos los derechos reconocidos en los Tratados Internacionales de Derechos Humanos, y por supuesto también todas las obligaciones que establecen para las personas y los Estados. Si las sociedades que podemos disfrutar de gobiernos basados en la democracia, imperfecta, pero democracia no conocemos, respetamos y promovemos los derechos humanos no sirve de mucho que celebremos nada porque los valores fundamentales sobre los que cimentamos la construcción de las democracias desde la revolución francesa como son la dignidad humana, la igualdad, el respeto, la libertad y la convivencia están en riesgo. En base a esto tenemos ante nosotros la paradoja de ser el mayor riesgo para los derechos humanos a la vez que somos la gran oportunidad. Y aunque parezca poco original, en la educación tenemos la herramienta que nos permitirá fortalecer el ejercicio de los derechos humanos con ese carácter universal que promueve la DUDH para ser realmente la oportunidad y no el riesgo. La educación en derechos humanos y la educación con un enfoque de derechos humanos deberían residir en los pilares fundamentales de los sistemas educativos. Además, se deberían promover programas educativos y de sensibilización para adultos basados en todos los programas y materiales ya existentes.

Y para que la oportunidad prospere debemos recordar que los DDHH existen y se ejercen gracias a procesos de movilización social que exigen a los Estados el reconocimiento de valores que garanticen el máximo respeto por la dignidad humana.

El autor es socio fundador de Akuaipa y asesor de la Dirección de Paz y Convivencia del Gobierno de Navarra