En un poema de la obra de teatro La vida es sueño de Calderón de la Barca nos dice que la vida es un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción, un sueño. Nos viene a decir que la vida es un verdadero y hermoso delirio. Y lo es porque la vida está llena de sorpresas, de recovecos, de pliegues, de sombras que no ves, que no eres capaz de percibir ni de adelantarte a los acontecimientos. Esas situaciones que no entraban en tus planes, que no las habías programado pero que toman el timón de tu barco y lo encaran hacia los acantilados. Sin embargo, la mayor de las veces no sabes cómo ni por qué, el barco vira y salva las rocas, como mucho te rasga el casco o te hace un boquete que tendrás que reparar. Se dice mucho que “Dios aprieta, pero no ahoga”, aunque a veces pienses que no suelta, que te va a asfixiar.

Es evidente que yendo al extremo está el naufragio total y el hundimiento definitivo, pero si seguimos aquí, la mayoría de las veces, de las situaciones, de las cosas, tiene arreglo o un apaño para seguir tirando, para seguir viviendo. Mares revueltos hacen buenos marineros, así como los conflictos hacen expertos luchadores. Pero nadie vuelve indemne, no hay marinero ni luchador que no muestre con orgullo y con pesar a la vez, sus cicatrices. Esas marcas imborrables le siguen diciendo que se salvaron, aunque no fue gratuito. En la vida, todos somos de alguna manera marineros de alta mar y luchadores de nuestros propios combates. La vida no te deja tranquilo, es pura incertidumbre, es una continua aventura. No cabe duda de que la vida muchas veces duele, que otras tantas te arrastra a sus infiernos, que te vuelve loco y confuso. A su vez, y aunque suene a contradictorio, la vida nos ofrece lo mejor de ella, su belleza, su plenitud, su gozo, su alegría, sus ganas de vivir.

Si analizamos todo esto, la vida es terriblemente atractiva, en su larga trayectoria nos va a llevar, a modo de viaje, en una interminable montaña rusa emocional, lo que nos hace pasar por todos los estados anímicos posibles. El tiempo se vuelve relativo, la velocidad inconstante, el trayecto tortuoso. Vamos a tener mesetas de una paz serena y contemplativa. Vamos a subir cuestas que nos llenarán de energía, gozo y éxtasis. Vamos a bajar a nuestra soledad melancólica, a nuestro pozo donde habita el dolor y la tristeza, para volvernos a subir, para ir poco a poco sintiendo la luz que nos calienta la cara y nos alegra el alma. Esta montaña rusa no se para nunca, es lo bueno que tiene. Si nos quedáramos permanentemente en la meseta horizontal caeríamos en el aburrimiento, en el desasosiego por la falta de experiencias. Si se parara en el pozo, desearíamos morir. Y si siempre fuera subir, sería agotador y la repetición nos llevaría al hartazgo.

Esta es la buena nueva que nos da la vida, mientras estemos en ella, no para. Nada dura eternamente, por lo que todo tiene solución. Hay que saber aprovechar la planicie para descansar, tomar fuerzas, pensar, planificar, soñar. Hay que aprovechar cuando todo se nos pone cuesta arriba y disfrutarlo, sentir esa bella experiencia cuyo recuerdo nos ayudará en los momentos malos, saber compartirla y aprender del hermoso trayecto. Y cuando todo se venga abajo y parezca que nos vamos a estrellar, hay que resistir, saber que pasará tarde o temprano y apoyarnos en los pasajeros con los cuales compartimos vida.

Asimismo, hay que ser consciente de que la vida te va a exigir una continua toma de decisiones y nadie está exento de equivocarse, es más, lo normal es errar de vez en cuando. Como dice el escritor Jonathan Swift: “Un hombre (y una mujer añado) nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó, que es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer”. La vida es un continuo aprendizaje, todo lo que nos pasa es una lección de vida, la cuestión es como dice Benjamín Franklin: “La tragedia de la vida es que nos hacemos viejos demasiado pronto y sabios demasiado tarde”.

¿Qué nos enseña la vejez? Que pese a que la vida te ponga mil y un retos, que te dé con dureza, o te regale momentos inolvidables…, no se aguanta o no se disfruta si no es en compañía. Que el trayecto hasta llegar a esa bendita edad es un camino por el que se transita en el cual lo sano y saludable es ir haciendo amistades, círculos concéntricos de relaciones más o menos íntimas que nos irán acompañando en nuestros momentos más difíciles y más gloriosos. Y para hacer amigos y/o amigas, no hay más claves que el amor, la simpatía, la amabilidad, el respeto y la empatía. Nadie nos dirá que es fácil, pero tampoco difícil, depende de cada uno de nosotros el ser pro activo en las relaciones sociales de calidad. Quien tiene buenos amigos, buena familia, tiene un tesoro que hay que cuidar. Y para protegerlo, debemos atender a nuestro entorno, si no, todo se pudre y se vuelve hostil.

No perdamos el tiempo y aprendamos del increíble viaje en esta grandiosa atracción de feria que es la vida.