En el limes de la Unión Europea
Se conoce como limes a cada uno de los límites fronterizos del antiguo imperio romano. Esta frontera se extendía a lo largo de más de cinco mil kilómetros e iba del Atlántico hasta el Mediterráneo; frontera que había que vigilarla constantemente, época final del imperio, siglos III y IV d de C, porque frecuentemente había infiltraciones de los bárbaros, sinónimo de ciudadanos no romanos, que vivían al norte del Rhin o del Danubio como los godos y visigodos, ostrogodos..., buscando principalmente alimentos, víveres y botines de guerra. En un reciente viaje a Gran Canaria, la frontera más meridional de este otro imperio, la Unión Europea, pude observar una variedad de gentes por su origen, aparte de la población local; unos eran bienvenidos como ciudadanos de la Unión, romanos. El pasado año 2023 visitaron la isla más de 462.000 ciudadanos nórdicos; los romanos de entonces, gente acomodada, que disfruta del clima y gastronomía canaria, invernando muchos de ellos lejos del frío de sus tierras de origen, contentos y convencidos de haber encontrado el paraíso, de ahí su célebre frase, que no necesita traducción y que pregonan a los cuatro vientos, Spain is good. Por otro lado también están los bárbaros, inmigrantes africanos de Senegal y Mauritania y Sur de Marruecos, Sáhara Occdental y hasta de Gambia (a 1.600 kilómetros), que llegan de forma ilegal en pequeñas embarcaciones o cayucos a las costa canarias, principalmente a la isla de Hierro. Son en su mayoría personas muy jóvenes que se echan al mar, animados por sus mayores ante la imposibilidad de vivir con dignidad en su tierra, por falta de expectativas. El año pasado llegaron más de 39.000 inmigrantes, superando en número a la famosa crisis de de los cayucos del año 2006, en que llegaron 31.678 personas.
La inmigración ilegal no es un problema nuevo, ya en noviembre de 1995 la UE puso en marcha el llamado Proceso de Barcelona con la finalidad de crear un espacio de riqueza y prosperidad con su vecindario del Sur del Mediterráneo. Veintiocho años después, exceptuando el caso marroquí, donde los acuerdos comerciales con la Unión Europea han consolidado una agricultura competitiva de cara a la exportación, que fija al 40% de la población rural, los resultados son decepcionantes, continúan los problemas políticos, económicos y medio ambientales y se ha potenciado la emigración debido al cambio climático, por ejemplo en la zona del Sahel, la aparición de unas sequías muy prolongadas. La ampliación hacia el Este de la Unión Europea en el año 2004, así como la pandemia en primer caso y la guerra de Ucrania, después, han restado protagonismo al problema migratorio y han desviado el foco del Mediterráneo, trasladando el mismo a la guerra de Ucrania, ya en su tercer año, insistiendo la Unión Europea con la misma estrategia, que ya ha fracasado estrepitosamente; más OTAN y menos Unión Europea.
Una de las consecuencias de la crisis de los refugiados del año 2015 fue el surgimiento con fuerza, primero en Alemania y luego en otros países del Este como Hungría, Polonia, de partidos de extrema derecha con su visión xenófoba sobre la inmigración. La crisis sanitaria del covid-19 y más tarde la larga guerra de Ucrania ha incidido en un empobrecimiento de los ciudadanos europeos con el consiguiente fortalecimiento de estas opciones ultras. Hemos pasado de una política de puertas abiertas en el año 2015 a otra de fronteras cerradas en la actualidad. La Comisión Ejecutiva Europea, en un intento de frenar los avances de la extrema derecha en los próximos comicios de junio, ha aprobado un pacto migratorio que consta de ocho leyes y que tiene como objetivo principal reducir el número de recién llegados y acelerar los procedimientos, habilitando pactos con algunos países limítrofes como Mauritania, Túnez y Egipto para controlar las flujos ilegales.
Dicho pacto contempla confinamientos en puntos fronterizos y en terceros países de hasta doce semanas mientras se resuelven las solicitudes de acogida y asilo. Gran Bretaña e Italia han firmado sendos acuerdos con Ruanda y Albania, respectivamente, por un plazo de cinco años, para la acogida de inmigrantes previo pago de 370 millones de libras, unos 430 millones de euros e Italia de 653 millones de euros. Otros países como Alemania, Dinamarca y países nórdicos también contemplan políticas similares. Recientemente Úrsula Von der Leyden ha estado de visita en Líbano –un país con un millón y medio de refugiados sirios– para negociar un pacto similar y está considerando devolver a refugiados sirios instalados en Europa a su país al considerarlo un país seguro.
Se ha instalado en la Unión Europea una visión negativa y discriminatoria sobre la inmigración, que se resume en políticas de contención a toda costa; ya sea en el Canal de la Mancha, en el Mediterráneo o la Europa del Norte, la consigna es la de que los inmigrantes no pisen suelo comunitario aunque haya que pagar por ello. En este contexto restrictivo no choca para nada la pintada que había en la fachada de una casa de Las Palmas, que decía así Fuck Europe o Mierda Europa, evidentemente los europeos hemos perdido la batalla del Sur global.
Un estudio reciente, encuesta elaborada por BVA para la cadena franco alemana Arte Geie, en colaboración con El País, ponía de manifiesto que siete de cada diez ciudadanos pensaba que su país acogía demasiados inmigrantes y solamente el 39% de esa población pensaba que los inmigrantes son necesarios para el desarrollo económico comunitario.
Es una obviedad afirmar que la economía comunitaria necesita de mano de obra extranjera por la caída prolongada de la demografía. Un dato; en el ámbito de la Unión hay 34 millones de inmigrantes y seis millones de refugiados ucranianos a día de hoy. Otro dato; la economía española desde el año 2018 experimenta un auge inusitado de incorporación de mano de obra extranjera que triplica en porcentaje a la mano de obra local, llegando a alcanzar en la actualidad la tasa del 13% de la población laboral.
El próximo 9 de junio los ciudadanos estamos convocados a las elecciones europeas, habrá que tener en cuenta a la hora de votar la visión de las distintas opciones políticas respecto a esta cuestión.