Ha llegado otra vez el dichoso (y para muchos, desgraciado) día de Halloween. Con toda razón, muchos buenos cristianos (y no cristianos) en esta fecha se llevan las manos a la cabeza ante el horror de posibles ritos satánicos, o cuando menos el aberrante espectáculo comercial en el que se ha transformado este evento.
Algunos, disgustados se preguntan, cuál podría ser el origen de semejante abominación y a continuación se ponen a discutir el origen de esta fiesta; que si originalmente fue un rito de los Druidas que se llamaba Samhain, que si el Papa Gregorio III intentó cristianizar este evento pagano, haciendo lo coincidir con la vigilia del día de los muertos y el día de los santos de la iglesia (de allí su nombre en inglés Hallows Eve, traducción literal vigilia de los santos), o si lo instituyó el Papa de entonces, el día de los santos y su vigilia por pura casualidad en las mismas fechas en que los celtas y otros pueblos del norte celebraban la cosecha y se preparaban para los largos meses de invierno, la muerte de la naturaleza y conjuntamente el supuesto acercamiento de los espíritus de sus queridos ya pasados al mundo de la muerte y de todo espíritu del otro mundo más allá de la muerte. ¿Pura casualidad? Yo pienso que no.
En el pasado, tanto el cristiano como el pagano se concienciaban mucho más del mundo de las tinieblas y de la muerte. Las catedrales de la Edad Media están repletas de gárgolas, monstros, brujas y figuras espantosas intercaladas entre las figuras santas de sus muros. En el pasado se tenía muy presente la realidad de la muerte y los muertos y en la cultura cristiana más aún por el temor de ir al infierno con los espíritus malos que campan a sus anchas a nuestro alrededor.
Los verdaderos ritos de Halloween de disfrazar como personajes, de poner calabazas con velas y linternas dentro o de ofrecer “truco o trato”, tienen su raíz en costumbres antiguas desarrolladas en estas fechas para espantar y confundir a los espíritus malos que se creía que llegaban con el acercamiento de la muerte estacional, y la muerte en sí.
Pero dejando a un lado los ritos de Halloween (Hallow´s eve) y sus orígenes que quedan difusos en el pasado, me resulta mucho más llamativa, la reacción de rechazo de una parte importante de la población actual, hacia cualquier referencia al mundo de la muerte, al mal, y a la oscuridad. Creo que es algo que retrata muy bien los tiempos que vivimos. Yo ya tengo unos cuantos años, crecí leyendo los cuentos de los hermanos Grimm, las Crónicas de Narnia, incluso de Dostoievski más en adelante. Estos cuentos estaban llenos de brujas y espíritus malos que al final sucumbían a la luz del bien. Yo he leído en alguna una parte que si no crees que existe el mal tampoco puedes creer en el bien. Sin lucha, sin reconocer que lo oscuro existe y forma parte de nuestra realidad, no podremos ganar nuestra santidad.
La identidad cristiana, que forma el sustrato de nuestra cultura occidental, está enraizada en la idea de que nuestra realidad consiste en una lucha constante del bien contra el mal. Los santos, tan venerados en nuestras tradiciones (Día de los Santos) justamente son testimonios eternos de la victoria del bien sobre el mal, personas que muchas veces entregaron sus propios cuerpos a la muerte para ser resucitados como santos en el cielo. Jesús mismo en su pasión y muerte, pasa por el infierno antes de su resurrección. La muerte, la oscuridad y las tinieblas tienen su día y tendrán su día, pero no la última palabra, porque el Día de los Santos viene a continuación y la luz tendrá su victoria.
Sin ir a lo sublime, se me ocurrió el otro día que tantas veces he visto con mis hijos pequeños en los teatros del verano el espectáculo de Gorgorito. La verdad es que poco espectáculo habría sin su victoria sobre la bruja Ciriaca, y los niños saben antes de que acabe el espectáculo que Gorgorito tiene su victoria asegurada. Siempre vence Gorgorito. Pero a los niños les encanta la tensión de los momentos oscuros, el desafío de la lucha contra la maldad, tan necesaria. Siempre había y habrá una Ciriaca dando vueltas por allí haciendo fechorías. Que no la quiten del espectáculo, por favor, por lo menos hasta el final. Tampoco quiero que quiten las gárgolas y los monstruos de los muros de las catedrales, ni las brujas y hadas de los cuentos, porque justamente el mal existe, y los santos ganan su santidad venciéndolo.
No bajes la guardia. Truco o trato.