Preocupado como estoy, y como está tanta gente alrededor del planeta, sobre la crisis de las democracias, sobre la crisis de nuestra civilización y del mundo en general, y buscando qué remedios cabe aplicar, creo que puede ser buen momento para recuperar la insaculación. Fue un sistema ampliamente aplicado en el Antiguo Régimen para la elección de cargos municipales. Se introducían en un saco, o una caja, unos teruelos con los nombres de los vecinos que cumplieran los requisitos para ocupar los puestos de alcalde, regidor, jurado, tesorero, y se iban sacando por una mano inocente, usualmente la de un niño. Alguien puede escandalizarse de someter cuestiones tan importantes al mero azar; pero, en realidad, lo seguimos aplicando en nuestro tiempo para elegir a los miembros del jurado que han de dictar veredicto en causas penales y para seleccionar a los miembros de las mesas electorales. Atribuimos a la elección aleatoria en esas importantes funciones la virtud de contar con personas con criterio objetivo e independiente que decidirán con ecuanimidad.

Hace años yo también era más partidario de la elección popular de los cargos políticos, me parecía más democrático. Que haya candidaturas, campaña electoral, programas, urnas y papeletas, que cada cual pueda votar a quien le parezca mejor para ocupar los cargos representativos. Pero vistos los resultados, dudo que la insaculación los ofreciera de peor calidad. Ya no se trata solo del clásico ejemplo de “Hitler fue elegido democráticamente” para poner en entredicho las elecciones democráticas. Pudo ser un accidente, pudo ser un caso extremo, pudo ser un mal funcionamiento de la democracia al que cabe aplicar algún remedio. Pero es que los ejemplos se nos han multiplicado muy preocupantemente. Trump, un mentiroso, un delincuente, un machista, un racista, un golpista, ha sido elegido presidente dos veces. La primera pudo ser por ignorancia de los electores, la segunda ha sido con alevosía. Si en lugar de por votación, la presidencia de los Estados Unidos se eligiera por insaculación entre todos los ciudadanos mayores de edad, Trump solo hubiera tenido una posibilidad entre doscientas cincuenta millones. Vale, teóricamente podría salir gente incluso peor que Trump, pero confío en que también mucha más gente mejor. Carlos Mazón, el presidente de la Generalitat Valenciana, también fue elegido democráticamente. Es difícil imaginar a alguien menos apropiado para gestionar la emergencia de la trágica DANA de hace unos días. Casi cualquier otra persona (exceptuemos a su no menos incapaz consejera de Justicia e Interior) hubiera sido menos peligrosa. Mediante insaculación, que Mazón estuviera al mando de la emergencia solo hubiera tenido una probabilidad de una entre cuatro millones, aproximadamente. Más ejemplos de dirigentes elegidos democráticamente: Putin, Milei, Netanyahu, Orban, Milei, Bukele, Bolsonaro… Dudo que, en todos esos casos y algunos otros más (que el lector ya estará añadiendo a su gusto), la insaculación, el mero azar, ofreciera resultados menos deseables.

Los pensadores que dieron lugar al régimen constitucional y, luego, al sistema democrático, han coincidido siempre en su desconfianza hacia el desempeño del poder. El carácter demoníaco del poder, escribió el constitucionalista alemán Karl Loewenstein, que lleva a que “cuando no está limitado, el poder se transforma en tiranía y en arbitrario despotismo”. Por eso una de las claves de la política es cómo limitar, repartir y controlar el poder, cómo introducir checks and balances, controles y equilibrios, entre las instituciones políticas. Pero, ojo, no solo hay que sujetar al poder político, también al poder económico, o al poder mediático, o a cualquier otro poder. El Estado de Derecho que hoy consideramos como requisito ineludible de una convivencia civilizada supone someter a todos los poderes al derecho, a las leyes, proscribiendo cualquier ejercicio arbitrario o abusivo. Y la democracia implica que cualquier poder político se ejerce en nombre del pueblo y bajo el control del pueblo, su único y último titular.

Visto el resultado que vienen dando los regímenes democráticos en el mundo de hoy, no hay más remedio que extender la desconfianza al propio pueblo. El criterio del pueblo a la hora de elegir a sus dirigentes o en tomar decisiones (ahí tenemos el Brexit) es bastante dudoso. Cuidado, que no pongo en cuestión que la democracia, como dijo Churchill, sea el peor de los sistemas políticos solo si excluimos todos los demás. Cualquier otro es peor. Pero es evidente que resulta perfectible, que en estos tiempos necesita un repaso. Que la gente acuda a votar en unas elecciones en medio del ruido de los medios de desinformación y propaganda, intoxicada por los bulos generados en masa en las redes sociales, incitados al miedo, al odio, a la crispación, por manipuladores profesionales, seducidos por mentiras producidas industrialmente, es muy escasa garantía de que pueda decidir con acierto. Volvamos a la insaculación. Una insaculación democrática, claro está. En el saco (ahora digitalizado) deben estar todos los ciudadanos mayores de edad, sin distinción de género, raza, lengua, nacimiento, fortuna. Todos con iguales posibilidades de ser designados. Y si son designados, sometidos al control de sus conciudadanos, sometidos a responsabilidad política y penal, pudiendo ser revocado el mandato si no cumplen satisfactoriamente con su cometido.

No creo que estuviéramos peor que ahora.