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El oso en Navarra

El oso en NavarraARCHIVO

La presencia del oso y de otros animales en un entorno natural es un síntoma de la buena salud de ese lugar. Pero además, la presencia del oso es un reto y una prueba de nuestro compromiso por conservar una naturaleza viva y completa. Y al mismo tiempo nos confronta, como especie dominante con altas capacidades intelectuales y más evolucionada, con el respeto que debemos hacia todas las formas de vida, incluidas aquellas que nos puedan incomodar.

El consejero de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Gobierno de Navarra ha mantenido reuniones con ganaderos del Valle del Roncal y con la Junta del Valle para analizar la situación del oso y la ganadería extensiva. Hemos sabido que este año los osos han provocado 80 bajas de ganado ovino en Roncal.

Tienen razón los ganaderos y ganaderas cuando señalan que los gastos que generan la presencia del oso son un asunto que nos atañe a todos y todas. Y también es cierto, como apuntan, que el Pirineo ha sido desde siempre tierra de pastores, aunque callan que también fue tierra de osos. Parece que olvidan que durante miles de años pastores y osos compartieron el mismo espacio, y durante ese largo periodo de convivencia, seguramente con no pocos incidentes, no eran incompatibles, como ahora señalan algunos ganaderos. Es cierto que el oso mata, y sobre todo asusta y mueren las ovejas asustadas. Y todos esos gastos, ciertamente, como señala el consejero, no pueden caer sobre las espaldas de los ganaderos y ganaderas.

Para los humanos, la presencia del oso, es quizás la figura más imponente allí donde ambas especies han compartido el mismo espacio y tiempo. La competencia durante miles de años, tanto por las presas salvajes, como por las domésticas, generó una animadversión que tiene su reflejo en historias, cuentos y leyendas. Pero no siempre fue así, en tiempos mucho más remotos, cuando nuestros antepasados vivían en cuevas, la relación con los osos fue de respeto e incluso de admiración. Estos antepasados mantenían una idea mítica de este animal debido a su gran fuerza y sus huesos fueron venerados, particularmente sus cabezas, porque creían que en el cerebro radicaba la potencia de sus músculos. Los estudios arqueológicos sobre una serie de cavernas así lo sugieren y han promovido la hipótesis de un culto al oso en épocas pasadas y que se atribuye a lo que se denomina paleolítico alpino en la cultura Musteriense. Los hallazgos en cavernas navarras, en la línea de lo señalado, apuntan a un trato especial o preferente del hombre hacia el oso, que nos hacen pensar que existía una gran admiración hacia este animal, y que es posible hubiera dado lugar hasta la domesticación, señalaba el espeleólogo Isaac Santesteban.

Cuando el mundo no era más que un rumor, sin palabras para nombrarlo, los osos cruzaban estos puertos y pasos, recorrían estos bosques, quizás felices, sin temor, sabiendo que la tierra que pisaban les acogería definitivamente llevando agua, prados y bosques en la mirada. Quizás lo que no podían imaginar es que otra especie, los humanos, llegados de muy lejos, mucho más tarde que ellos, colonizarían estos territorios y no permitirían la convivencia y les forzarían hasta su extinción. La osa Camille fue la última de esa estirpe, que desapareció hace algunos años. Los que hoy nos visitan de manera esporádica son descendientes de osos reintroducidos en el pirineo. De la misma manera que la lengua que hablaban los humanos en estos rincones del pirineo occidental desapareció, hasta que de nuevo se ha empezado a oír.

Un topónimo es un eco del pasado, un escombro tenaz que se resiste a su desaparición, que nos quiere recordar aquello que fue en otro tiempo. Cuando lo usamos, ponemos en nuestra voz, aquella necesidad que tuvieron nuestros antepasados de llamar a ese lugar, que representaba lo específico, lo propio. Así, en nuestra tierra han perdurado voces que hablan del oso, artza en nuestra lengua antigua. Perduran nombres de pueblos (Arlegi, Artaiz, Artajo, Arteta…), nombres de fuentes como Artzulo en Etxarri Aranatz, en Donamaría, en Ilurdotz, en Urroz, en Leiza, en Lezaun; Artza en Etxarri Larraun…, nombres de lugares como Artzabal en Aralar, Artegia en Aezkoa, nombres de cuevas como Arleze en Andia; de barrancos como Artazul en Goñi. También han perdurado esas voces en apellidos como Artzanko; Artzel, Arteaga, Artetxe, Artola. El oso ha estado muy presente entre nosotros.

Los osos pardos de Europa aman los grandes bosques y sienten predilección por las zonas tranquilas donde no se sientan molestados o perseguidos. Es posible que la tranquilidad de los valles navarros de Roncal, Salazar, Aezkoa y Erro, incluso los Urraules o Artze, haga que estos transeúntes decidan quedarse en algún momento. Démosles la bienvenida, “onki xin”. Al fin y al cabo, ellos y sus antepasados, estaban aquí mucho antes de que nosotros y nosotras llegáramos.

*El autor es psicólogo clínico