En la izquierda solemos debatir poco sobre seguridad. Eso ha sido un error, y una ingenuidad, que ha regalado a los colectivos con las ideas más extremas esa preocupación. Hemos creído erróneamente que debatir sobre ello podía generar más prejuicios y estereotipos hacia la población inmigrante, pero el resultado es que hemos aplazado una reflexión necesaria y que socialmente preocupa.

Comprender cómo las fuertes desigualdades están afectando a la relación entre algunas personas inmigrantes y la necesaria socialización es básico para afrontar este problema. Como sugieren los investigadores Safhir y Mullainathan, “la escasez no es solo una limitación física, sino sobre todo un estado mental y, por lo tanto, un factor que condiciona el comportamiento”. Según el balance de criminalidad que publica trimestralmente el Ministerio de Interior, hay algunos delitos que suben de forma notable, entre ellos los hurtos. No son los sucesos más graves, pero sí lo suficientemente aparatosos como para despertar la preocupación de la ciudadanía.

El incremento de esos delitos, el interés político de quienes usan estos asuntos para hacer oposición, la aporofobia y algo de racismo están empezando a crear la sensación social de que estamos viviendo una crisis de seguridad. Pero, paradójicamente, la mejor forma de enfrentarla es con más política social y más apoyo. “Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”, decía Concepción Arenal, justo lo contrario a lo que proponen quienes, teóricamente, están más preocupados por este tema.

Si algo hemos aprendido en este país es que el extremismo y la delincuencia nacen del aislamiento y la exclusión social. La desconexión con las redes de apoyo, la segregación étnica y el sentimiento de abandono son los ingredientes para la creación de lo que se viene a llamar “identidades de ruptura”.

Por eso son tan importantes los sistemas de protección y acompañamiento social. Porque aunque a veces sean insuficientes, integrar a las personas inmigrantes en las redes de formación profesional y alfabetización es una de las mejores formas de luchar contra la inseguridad.

En este sentido hasta el itinerario formativo más primario y el asesoramiento para la búsqueda de empleo más elemental rompen esa sensación de bloqueo que frustra las esperanzas de quienes se han jugado la vida en una patera y ahora duermen a cero grados en una casa abandonada.

Evitar la decepción de las personas que vienen con las instituciones que les acogen es también una política preventiva ante posibles problemas del futuro. La desconexión con el mundo social, ciudadano e institucional cercano ha sido tradicionalmente el caldo de cultivo de procesos de marginalidad y delincuencia, tal y como se percibe al estudiar los casos del distrito de Villaverde en Madrid, el de la cité de Bosquets en París o el de Molenbeek en Bruselas.

En Navarra existe una comunidad de la integración constituida por docenas de profesionales que tratan de generar oportunidades dentro de la escuela, en el mercado laboral y en diversos ámbitos y que ayuda a acortar la distancia entre la sociedad de acogida y la dura realidad de muchas personas inmigrantes. Y ello es fundamental porque también contribuye a construir pertenencias positivas vinculadas a un sentimiento de ciudadanía que les acoge, y que hace todo el esfuerzo para ello, en sintonía con aquello que expresó Kant sobre la ética de la hospitalidad.

Hoy son 4.026 inmigrantes con dificultades de integración laboral los que están estudiando un certificado de profesionalidad, análogo a un grado medio de FP. De ellos, 800 son inmigrantes en situación de irregularidad. Esto tiene una importancia enorme porque no solo les ayuda a tener autoestima, sino que además les da una oportunidad laboral y ayuda a crear vínculos positivos entre diferentes comunidades migrantes. Así pues, fortalecer esos instrumentos formativos tal vez sea la mejor manera de enfrentarnos al aumento de algunos delitos.

Por último, resulta importante evitar la concentración espacial de la pobreza, la discriminación y la precariedad. La sociología urbana en diálogo con el trabajo social puede contribuir a hacer más sostenible la convivencia ante un paisaje urbano hostil.

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Es cierto que no tenemos que ser ingenuos y por ello debemos ser conscientes, como en las propias sociedades de acogida, de que habrá cierto número de individuos que nunca se integrarán lo suficiente. Pero la mejor forma de enfrentarnos a ello es precisamente promocionar todo aquello que nos ayude a tener una interacción positiva con las personas inmigrantes.

El autor es secretario de Políticas Sociales de CCOO Navarra