¿Nos está está llevando Donald Trump a un NOM (nuevo orden mundial)? Para contestar a esta pregunta, primero evaluaremos las razones por las que salió elegido. Después analizaremos las posibles consecuencias de las medidas aplicadas.
El relato que le permitió ganar las elecciones lo expone de forma muy acertada el periodista Francisco Pascual: “Estados Unidos ha perdido su riqueza a favor de China por culpa del dominio cultural de las élites de la izquierda, que han desplazado a la clase media para favorecer a sus chiringuitos climáticos, las minorías de raza negra o de género. El remedio es la desregulación de los mercados, la imposición de aranceles y la expulsión de los extranjeros”. Es un mensaje que, con variaciones culturales o regionales, están realizando todas las formaciones ubicadas en el ámbito ideológico de la extrema derecha. Es un mensaje que está calando. Ahora bien, ¿es cierto lo que dice? Es un hecho que gran parte de la población siente que las élites gobernantes no les tienen en cuenta. El comediante norteamericano Bill Maher, demócrata y de izquierdas, lo expresó así: “Estas elecciones se basaron en gran medida en lo que he estado diciendo aquí durante mucho tiempo y que me ha hecho perder muchos seguidores: este país está harto de las tonterías progresistas que van en contra del sentido común”. Con esta visión podemos considerar dos opciones de voto: Donald Trump o la ideología woke. Ganó la primera.
Al valorar estos resultados, muchos analistas acostumbrados a participar en saraos, acudir a tertulias o dialogar siempre con personas en su misma situación económica y social se sorprenden. No es tan difícil de comprender. Todos deseamos una situación económica desahogada y salud. Cuando tenemos preocupaciones basadas en uno de estos dos temas es difícil pensar en otra cosa. Por esa razón cuando muchos votantes observan los mensajes de sus gobernantes, basados en demonizar al adversario, profundizar en asuntos que no les interesan o en repetir como un mantra que “todo va bien”, emiten su voto de protesta.
Primera medida: parar la guerra. El pacto de Trump con Putin recuerda, salvando las distancias históricas (que son muchas) al que alcanzaron Hitler y Stalin para repartirse Polonia al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Yo me quedo las tierras raras, tú te quedas las otras tierras. ¿Es justo pagar ese precio? Debate abierto.
Valorando la visión prorrusa o prooccidental de la situación acostumbramos a obtener conclusiones simples que tienden a separar los actores en buenos y malos. La realidad es siempre más compleja. También existen aspectos que se deben tener en cuenta respecto de la respuesta europea de gastar 800.000 millones de euros en Defensa (se dice pronto). Es una barbaridad. Más de la mitad del PIB de España. Además, ¿dónde va a ir ese dinero? ¿A empresas de otros países o a las economías propias? Esta cuestión es primordial.
Pasamos a valorar otras medidas. La aplicación de los aranceles propuestos por Trump va a suponer más inflación dentro de su país y represalias comerciales de otros países. Todo terminará en un juego de suma negativa: pierden todos. Por otro lado, la expulsión de extranjeros no es fácil. Tiene una dimensión humana indudable, es compleja y además es perjudicial para la economía: ¿quién va a ocupar los puestos abandonados? Curiosidad: se estima que muchos de los que han votado a Trump son inmigrantes que tienen miedo de perder sus puestos de trabajo… por la inmigración.
A priori, parece útil la creación del DOGE (departamento de eficacia gubernamental). Liderado por Elon Musk, pretende racionalizar el gasto público. Habrá que ver si logra su objetivo. Los comienzos no han sido esperanzadores. En su esfuerzo por adelgazar el gasto, la Administración despidió por error a 300 expertos que se ocupaban del mantenimiento de más de 5.000 bombas atómicas. No es para estar muy tranquilos, no.
¿Sigue Trump alguna estrategia predefinida o funciona a golpe de ocurrencias? Seguramente sea más lo primero que lo segundo. Se estima que la idea de la administración norteamericana es crear “conmoción y pavor”. Desde luego, están siendo coherentes con ese patrón. Joseph Coors, empresario norteamericano perteneciente a la fundación Heritage, muy cercana al Gobierno de los Estados Unidos, afirma que su ideología se encuentra “a la derecha de Atila, Rey de los Hunos”.
Analistas como Michael Klane afirman que “Trump ve el mundo como un gran juego de Monopoly en el que múltiples rivales luchan por el control de la riqueza”. Según este enfoque, Canadá sería un proveedor de recursos naturales y México una base de operaciones para fabricantes con mano de obra barata.
Muchos expertos afirman que con la toma de posesión de Trump ha comenzado la época del tecnolibertarismo, basada en la desregulación y la opinión libre dentro de la red. Los magnates que estaban a su lado están más preocupados por mantener su influencia o aumentar su cartera que por el bien común. Dinero, todo. Ideología, nada.
Economía de la Conducta. UNED de Tudela