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La corriente suicida del mundo

La corriente suicida del mundoEuropa Press

Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal. (Nietzsche)

Vivimos tiempos en los que la disolución del sujeto, la hermenéutica de la nada y el pensamiento débil reducen el interés del ciudadano para intentar entender la época actual, dejando atrás otros conceptos filosóficos, y arrinconando la idea de que nos definimos como seres humanos por la capacidad de entender la mente del otro, de empatizar y pensar en conjunto buscando el bien común. Surge la desorientación del ser cuando se carece de una actitud central previa, una aquiescencia hacia lo que sintamos como bueno, válido y verdadero a través de nuestros principios éticos, de la sensibilidad humana y de los valores heredados; todo ello cuestionado en el tiovivo de una pandemia de nihilismo que se expande por el planeta, conduciendo a la sociedad hacia el vacío desnudo del mero yo. La corriente suicida del mundo ha llevado al poder a Donald Trump. La depravación moral de nuestra especie ha quedado clara y meridianamente representada en sus recientes e incalificables actuaciones. El elevado número de órdenes ejecutivas por él firmadas producen un impacto en el imaginario colectivo, consolidando y normalizando aberrantes patrones de pensamiento, poniendo en gran riesgo los derechos y logros sociales que se consideraban establecidos. Entre tanto, se propaga el silencio de los corderos, incapaces, en su ceguera, de reconocer al lobo. En los cultivos de internet encontramos múltiples ofertas y variantes del opio del pueblo, que producen la obesidad del cerebro y el bloqueo del sentido crítico, fomentando en la sociedad la deformación de la realidad de la vida, promoviendo el rampante individualismo que, enmascarado en una cuestionable comunicación de los seres, se extiende por todo el orbe.

La política se ha salido de la política con su envenenado transitar. El ciudadano llega a la conclusión de que los partidos se dedican, con ferocidad, a la caza del zorro, envileciendo el mundo de las ideas, los ideales y las palabras. Vivimos una política turbia, digna de un gansterismo de todos contra todos, promoviendo la degollación de los santos inocentes que luchan por la subsistencia, atravesando la parrilla ardiente que la sociedad capitalista pone bajo sus pies. El narcisismo y el individualismo han penetrado y contaminado a la sociedad actual. Hay un enfrentamiento político sin tregua que desemboca en un evidente oportunismo, haciendo que el ciudadano se sienta abandonado a su suerte. El poder endiosa a quien lo ejerce. Las tabarras políticas, lejos de remitir, continúan adoctrinándonos con mayor persistencia demagógica. La actual camada política, salvo excepciones, conforma un cóctel de mediocridad, miopía, falacia, engreimiento y cinismo, propiciando, si nada cambia, que cuando el ciudadano tenga que acudir a las urnas, se produzca el voto con arrepentimiento anticipado. Nuestro país conoce bien el evangelio según Pedro Sánchez. Mientras el socialismo toca la lira en pleno incendio de la fe en su política, la derecha, que no logra quitarse el polvo de su historia, aprovecha las circunstancias para disfrazar a los suyos de bomberos al servicio del pueblo, fantaseando con situarse en primera línea de defensa de la civilización occidental, con espurios saltos en paracaídas que resaltan la incertidumbre de un futuro con poco fuelle. Nuestro país necesita, como contrapeso serio, una derecha activa que despierte de su perezoso y complaciente sueño, en el que espera conquistar el voto y el entusiasmo de la ciudadanía, aquejada de apatía y desconfianza, sin aportar nada más que el vacío de la nada de un tiempo ya pasado, con tufo de anacronismo involucionista. Tanto para la izquierda como para la derecha va a ser difícil restaurar un discurso creíble y esperanzador que no sumerja a los ciudadanos en la incapacidad de reflexionar más allá de las cercas de su pueblo. La frivolidad pedante y el impudor se expanden y aceptan la desdicha ajena, tan relegada a un limbo de cómodo olvido que trae frio al alma, haciendo temer un grave proceso de deshumanización. La ética de Sócrates fue el intento bienintencionado de limitar la conciencia caótica del hombre.

Para algunos seres son muchos los lunes de hielo, con sus noches yertas, que se deslizan en la corriente del tiempo hacia un horizonte de inquietantes brumas. En este tiempo, difícil y enrevesado, el ser humano tiene momentos en su vida en los que la soledad debilita la luz de su existencia.

La soledad creciente es un cuerpo sin sombra, un desmayo del alma, un amor sin correspondencia o una voz que no encuentra oído. En la época que vivimos, conforme el ser humano avanza en años, se enfrenta más a la soledad; tiene menos valor social y menores fuerzas, y es en este momento cuando todos tienden a escatimar su compañía. Los ancianos se desdibujan y precisan oídos que les oigan y dulces ojos que les miren. El débil yo del anciano precisa contar lo que ha sido sin sentir que aburre. Su soledad, herida de desdenes e incomprensiones, se refugia a veces en un perro, en un gato o en un objeto que representa mucho en su vida de débiles y sutiles costumbres, que se van incorporando a su mundo opaco, hecho de retiros voluntarios y forzosos. Olvidamos que el amor, esa gran isla de la que miles de personas se van exiliando de un modo peligroso, es el único antídoto que puede quebrar el progresivo nihilismo. El mundo se siente engañado ante la pérdida de fe en una vida después de la muerte, pero la verdadera pérdida de fe es la pérdida de fe en el ser humano. Hay que creer en quienes amamos, en nuestras agradables rutinas que llenan de brillo los días, dejando que la inteligencia trabaje a favor de la vida. La existencia tiene sus momentos luminosos, enriquecidos con tardes de oro y amaneceres de plata. En el discurrir del tiempo se aprende que la trascendencia es el valor de las pequeñas cosas que conforman la vida, proporcionándonos la belleza y placidez de las sensaciones diarias, muy superiores a nuestros sublimes momentos wagnerianos. El amor, la bondad y la nobleza nos proponen paradigmas que conducen al abandono del nihilismo, haciendo que nuestro paso por la vida haya merecido la pena. Hemos de dejar de perseguir fines ficticios, bajo el cómodo disfraz del bien común, en un mundo inseguro y amoral en el que la ciencia tiene un punto de adoctrinamiento y coerción, incubando una narrativa infantilizante, llena de quimeras que invisibilizan la dictadura del proletariado. Entre el mundo que muere y el que nace, la propia ciencia, puesta en malas manos, seguirá desarrollando ideologías al servicio del poder, en el que siempre hay monstruos que sueñan con comerse a Bambi.