Ciertos países tienen la virtud de coexistir en sintonía entre la sociedad civil y el gobierno que gestiona la convivencia y organiza la discrepancia. Cuando esto es posible (y visible) está motivado, con frecuencia, por ausencia de polarización entre partidos.
Bien porque el voto sea obligatorio, conciencia ciudadana o por connotaciones pseudoreligiosas, hay países que además de presentar altos porcentajes de voto, coexiste una comunión cuasi perfecta entre la clase dirigente y la ciudadanía; esta situación se da frecuentemente en países catalogados internacionalmente como dictaduras. Pero existen países que podemos calificar como de dictocracia, definidos como combinación, en grado variable, de dictadura y democracia. Israel es el paradigma de país con alto porcentaje de voto, coexistiendo una fachada democrática en cuanto a metodología electoral en connivencia con un corpus dictatorial en cuanto a respeto a los derechos humanos tanto de sus ciudadanos como de esos paisanos que malhabitan en los territorios ocupados desde hace ya 64 años. El incumplimiento de la legislación internacional no supone una traba en la consecución de sus objetivos.
Conocer el pálpito de la población es crucial si se quiere ganar tanto la guerra como la paz. Y en la actualidad la población israelí (igual la población palestina) no está priorizando una solución pacífica del conflicto. Los 3 últimos gobiernos han sido comandados por Netanyahu, el líder que más tiempo ha estado en el poder.
El gobierno ejecuta los dictados sociales. Como ejemplo, el 83,4% de la población judía (Israel Democracy Institute-IDI) piensa que hay que ignorar el sufrimiento de la población palestina en Gaza. Y el ejército ejecuta los mandatos, con un plus de su barbarie: ha sido asesinado 1 gazatí de cada 12 habitantes (The Lancet) con los llamados “muertos silenciosos” (MSF) por desnutrición y frío, que han convertido a Gaza en un tanatorio. Si sumamos decenas de miles de heridos, amputaciones realizadas con frecuencia sin anestesia, el ejército ha ejecutado los mandatos con celo extremo; y todo vale, incluso el uso de fósforo blanco (prohibido internacionalmente desde 1977). Si además destruyen el 80% de los edificios, tierras, escuelas, hospitales, niegan el agua y los alimentos a través de castigos colectivos, con movimientos masivos de población sin justificación militar, evitan que los supervivientes vivan como personas, los cosifican. Y nuestras conciencias no responden a estas atrocidades, ya que no van dirigidas a personas, sino a cosas; si acaso, a bestias con forma humana.
De manera indiscriminada y premeditada se ataca a periodistas que pueden decir la verdad, dar luz y voz a la masacre. Es relevante que la UNESCO haya concedido el Premio Mundial de Libertad de Prensa a los periodistas palestinos que han cubierto la guerra de Gaza.
La sociedad israelí está más radicalizada porque cada vez teme más por su seguridad. Este círculo vicioso se retroalimenta, y si alguien (que haberlos, haylos), de manera sibilina se posiciona por la racionalidad, los leviatanes le señalan cual apestoso quintacolumnista.
Todo lo que a ello se opone es demonizado, además de ser acosados y acusados de comunistas. El Tribunal Penal Internacional, como la UNRWA, están comprometidos en administrar justicia y esperanza a las víctimas de atrocidades en todo el mundo; para ello ha dictado órdenes de detención contra el primer ministro Netanyahu y su ministro de Defensa por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Los ha situado en el mismo plano jurídico que líderes de Hamas, el presidente Putin y jefes talibanes por su persecución a las mujeres, además de otros ínclitos psicópatas sociales. Netanyahu responde desacreditando el derecho internacional, ninguneando e incluso rechazando y persiguiendo a dichas organizaciones. La ley del más fuerte fundamenta un nuevo orden internacional.
En esta endemoniada decisión no está solo. Los presidentes norteamericanos siempre han sido sumisos a los gobiernos israelíes. El actual, en su afán supeditador pero avalista del apartheid sionista, lanza la idea demoniaca y monstruosa de vaciar Gaza de gazaties, expulsándolos a diferentes países. La excomunión territorial que ofrece a los palestinos para salir de Gaza, puro narcisismo israelí, es limpieza étnica prohibida por el derecho internacional; despiadados con quien no comulga con sus ideas y acusaciones burdas de antisemitismo. Pero esta idea es la copia de una idea similar (Haaretz) de 1967 por un gobierno israelí de izquierdas, expulsando a 700.000 palestinos.
Los presidentes de Israel/USA, identificados en arrogancia y retorica incendiaria, están encausados delictivamente por corrupción o por intento de golpe de estado y la praxis de patada en la puerta es la razón de ser del poder internacional de que hacen gala. Por supuesto, la incapacidad de las fuerzas políticas alternativas es relevante. En Israel, los partidos de izquierda han pasado de representar el 25 % del electorado a ser el 3%.
Pocos países han levantado la voz contra la desnaturalización de la guerra, incluso contra la guerra misma; orgullo reconocer que España ha dado un paso al frente contra esta barbarie. Los dirigentes de los países árabes callan y socaban las protestas sociales; sus gobernantes saben que es USA/Israel quien los mantiene en el poder y no su pueblo, a quien nada deben. La Unión Europea, primer socio comercial de Israel, se contorsiona en la ambivalencia.
La mitad de la sociedad Israelí (IDI) considera que es el momento de terminar la guerra en Gaza; el gobierno se somete y firma un acuerdo temporal, siempre temporal, de intercambio de prisioneros israelíes por presos palestinos con años de cárcel sin juicio previo y, puro Kafka, sin ser acusados de ningún delito. Y con la espada de Damocles siempre presente de reiniciar la guerra. La otra mitad no acepta el acuerdo con Hamas, lo que provoca que Israel juegue al gato/ratón, no quiero/pero me presionan. Lo compensan con bombardeos sobre Cisjordania; zancadillas y Dios proveerá.
Una mayoría (79%) de israelíes sienten desconfianza hacia su presidente Netanyahu. Este interpreta lo que dicen sus votantes y ataca (con mayor intensidad) Cisjordania.
Territorio de bantustanes colonizado por 500.000 colonos judíos (Peace Now), quienes actúan de gobierno, juez y policía con la población palestina, pese a ser considerados ilegales según el propio derecho israelí y con estrechos vínculos con el gobierno (BBC). Actúan cual sátrapas, con una violencia propia de psicópatas libidinosos. Y ello no es un “efecto colateral” de la guerra de Gaza; es geopolítica, el verdadero motor de la política sionista supremacista cuyo fin último, así lo han manifestado, es la colonización de Cisjordania, de toda Cisjordania. Son auténticos matones propios del Far West que buscan la paz de los cementerios.
Los datos (Canal 12 Israel) indican que el Likud, con esta decisión, aumentaría el número de escaños
La sociedad israelí rumia con un pensamiento obsesivo en los problemas, obviando las posibles soluciones en un estado catatónico de sesgos cognitivos negativos. Han caricaturizado la guerra con maniqueísmos de buenos y malos. El supremacismo religioso (nacionalista) conlleva el desprecio hacia la humanidad, personificada en el pueblo palestino, que actúa como motor unificador de cohesión de la sociedad israelí.
Los gazaties tienen derecho a una vida, incluso a una vida digna; a pesar de los intentos año tras año de cosificación de sus cuerpos y almas, tienen derecho a llorar y la obligación de no olvidar.
Y para ello necesitan sobrevivir.