Séneca pensaba que no podía existir un gran genio sin un tinte de locura y Carlos Castilla del Pino, célebre psiquiatra y psicoanalista, al que conocí en Granada, escribió que el delirio es un error necesario, porque gracias a él se convierte la realidad existente en la realidad que conviene. Partiendo de estas afirmaciones el psicoanálisis constituye un aparato conceptual muy útil para esclarecer importantes aspectos relacionados con la genialidad. Sirvan de ejemplo las múltiples referencias que el psicoanálisis hace a grandes autores como Miguel Ángel, Goethe, Dostoyevski, Leonardo da Vinci o Shakespeare. La relación entre creatividad y enfermedad mental es en numerosos casos una constante. Leopoldo Panero, poeta extraño, radical y feroz, y afecto de esquizofrenia, concluyó una importante obra poética. Su locura le llevó a cantar al vacío, a la destrucción y la desaparición de la identidad y a la demolición de la razón. Y el mismísimo Freud fue presa de unos celos tan intensos e inmotivados de su esposa Martha Bernays que rozaban la patología.
Lo que despierta el interés del psicoanálisis es lo que queda silente en el corazón del genio, es decir, el sentido oculto de lo expresado. Dicho de otro modo, se interesa por la relación existente entre el inadmisible deseo oculto, la turbación mental y la producción creativa. El arte tiene su origen, por tanto, en los deseos rechazados que se manifiestan como un síntoma neurótico susceptible de ser admirado. El arte, por ejemplo, es una actividad encaminada a satisfacer los deseos insatisfechos, siendo, por tanto, los deseos frustrados los motores de la fantasía creativa. Sin embargo, los deseos frustrados no son suficientes para generar arte, pues cualquier persona no es capaz de crear, ya que hace falta una especial dotación personal.
Ninguna otra pintura incorpora el misterio y el conflicto reprimido como la obra de Dalí. Su inescrutable factor plástico expresa una irrealidad cristalizada en lo más hondo del inconsciente, aunque Jean-Paul Sartre, que niega dicha existencia, lo llama autoengaño o mala fe. Sea como sea el surrealismo daliniano es químicamente puro y está lleno de presencias inauditas. Los principios de su método, por el mismo llamado paranoico-crítico, se emplazan en la frontera misma del delirio. Si urgiera buscar un parangón, cabría oponer la pintura de Goya, el Goya visionario que crea las obras como en un trance paranormal. La expresión aterradora de sus grotescos personajes parece originaria de su alucinatorio mundo interno. La paridad literaria está representada por El proceso de Kafka en la que se representa la estructuración social del aislamiento como defensa frente al otro, base vivencial de la paranoia. O en Baudelaire, ser de soledades y de desdichas, poeta de la acentuación significada de singulares flores, las del mal, que alimenta sus versos en fuertes emociones. En sus versos afloran sus conflictos sin apenas disfraz: tormenta, desasosiego, alcohol y drogas. Y luego, al escampar, asoma lo apacible, la satisfacción simbólica de los deseos reprimidos. La crisis de angustia que sufrió Miguel de Unamuno, con fuerte dolor en el pecho y sensación de muerte inminente, hizo que sintiera el vacío de la nada, lo que le llevó a recogerse tres días en el convento dominico de San Esteban. Años después, influenciado por esta experiencia, publicó con un prematuro acento austero y patriarcal de aitona vasco Del sentimiento trágico de la vida.
Todo conflicto reprimido requiere burlar una censura para manifestarse conscientemente, y para ello es necesario un efectivo disfraz, como la geometrización, fragmentación y superposición, características del cubismo de Picasso. Algo semejante acontece en Van Gogh, en el que una camuflada mixtura emocional fragua a través de su pintura. Desea escapar a una realidad que le angustia, pero no rompe con ella, sólo la distorsiona mediante su genial y difuso trazo tosco. El éxito del genio no responde solo a su talento, sino a la facilidad con que es capaz de disimular los deseos reprimidos de una forma socialmente aceptable. Sin embargo, al estar plasmados en su obra suponen la amenaza de ser develados, hostigamiento que llevó al joven Modigliani, borracho, drogado, tuberculoso y genial, a derrumbarse entre copas vacías.
Si nos asomamos al fondo de la vida de algunos grandes artistas nos encontramos no solo con su singular talento, sino con cúmulos de problemas psicopatológicos: el alcoholismo de Edgar Allan Poe; las relaciones incestuosas, no suficientemente esclarecidas, de Lord Byron; los delirios de Mahler; las crisis de angustia de Tchaikovsky; la ciclotimia de Charles Dickens; la adicción a las anfetaminas de Jean-Paul Sartre o la depresión mayor de Hemingway. La lista sería interminable y muestra la relación existente entre desorden mental y la genialidad. En conclusión, la creación se efectúa catalizando el lado oscuro de la naturaleza humana hacia algo sublime, dando lugar al fenómeno digno de admiración.
*El autor es médico-psiquiatra-psicoanalista