Hoy me voy a poner serio. Quizá algo borde. Algunos dirán que tiquismiquis. Pero creo que quienes están en el mundo de la música popular comprenderán perfectamente lo que voy a contar en las próximas líneas. Y, seguramente, habrán vivido repetidas veces situaciones que voy a describir.

Hace unos días tuve un día con dos actuaciones, y en ambas tuvimos unos momenticos que se suman a la larga lista de situaciones desagradables que se nos dan a los músicos populares de calle. Por la mañana actuamos en una localidad acompañando a la comparsa de gigantes. En un momento dado, tocando uno de los pasacalles, escuchamos un fuerte ruido de repente detrás de nosotros, mientras tocábamos. Nos giramos, y vemos una fila de 6-7 criaturas con sus trompeticas de plástico tocando a todo volumen. Tras nuestra sorpresa, creo que captaron el mensaje porque ya no los vimos más a nuestro lado en toda la mañana. Ya por la tarde-noche, en otro pueblo; esperando a que la orquesta termine su actuación para comenzar la nuestra y tocar bailables populares. Terminan, nos subimos al escenario, y ya de entrada: “¿podéis tocar abajo? Es que vamos a estar desmontando”. Nos negamos, y remitimos que hablen con la organización. No lo hacen, y durante toda nuestra actuación nos rodearon desmontando sus cables, moviendo cajas, golpeando el suelo desmontando su material, e incluso a ver si podíamos apartarnos y preguntándonos “a ver cuándo íbamos a acabar” en un par de ocasiones. Todo mientras estábamos tocando, en pleno Baile de la Era.

No es la primera, ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta… ni la nosecuantasava vez que ocurre alguna situación como estas. Todos tenemos en mente aquel video, que se hizo viral de tal manera que hasta llegó a los telediarios estatales, de una señora que golpeó a un gaitero mientras tocaban con los gigantes durante los Sanfermines. Y recuerdo que algunos decían que “pobre señora…”. O lo que tienen que aguantar muchas txarangas en sus pasacalles y rondas nocturnas. Parece que en el folklore, en lo popular, en las fiestas, todo vale. No valen nuestros años de aprendizaje; nuestras horas de ensayo, muchas veces preparando composiciones que sabe quién cuánto esfuerzo hay podido costar crearlas; nuestro tiempo de organización para la actuación; limpieza y cuidado de los instrumentos; y muchas más facetas que aunque no se vean existen y son más importantes que la propia actuación en sí. Muchas horas de esfuerzo, compromiso y dedicación que se pueden frustrar en un segundo porque a alguien le da por pasar por en medio y encima empujarte para que te apartes, con el peligro que puede suponer de golpearte a ti mismo con tu propio instrumento. Igualmente ocurre con las comparsas y grupos de dantza, que a mitad del baile algunos tienen prisa por pasar por mitad de la plaza porque parece que no hay otro sitio por dónde ir. Y los ensayos que habrán tenido para que ese baile salga perfecto no valen para nada por la soberbia de algunos que no les da la gana esperar unos segundos.

A nadie se le ocurriría hacer parar a la carroza del Rey Gaspar porque quiere pasar por ese sitio exactamente en ese momento y no le da la gana de esperar. Nadie va a ir a Viena al Concierto de Año Nuevo con un tamborico de juguete y se pone al lado del percusionista mientras toca la Marcha Radetzky. Y menos aún subir al escenario mientras están otros músicos tocando y sabotearles su rato porque quiere esperar allí a que llegue mi actuación. Además, nuestro escenario es la calle, con todo lo que ya eso supone: calor, frío, público acompañando, de pie, sin camerinos, ni asientos, y pocas comodidades en muchas ocasiones. ¿Acaso somos menos músicos que otros? ¿Nuestras horas de ensayos valen menos que la de otros? ¿Nuestra preparación se merece menos respeto que el que se les da a otros? Nuestro esfuerzo, tiempo, compromiso y dedicación vale igual que la de todos. Espero que se tenga en cuenta a la hora de vernos por las calles.

El autor es historiador del arte, músico y gestor cultural