Azotaba con su bastón una y otra vez al tierno y lindo cachorrito que gemía desesperado sin comprender qué le hacían. Cuando abrieron la puerta del despacho y le vieron arrojando un nuevo golpe a la pobre criatura no pudieron creer a sus ojos, pero era cierto, el director de esa venerable institución para el cuidado de animalitos desamparados era el más atroz enemigo de esas criaturas para las que trabajaban con tanto empeño, buscando recolocarlas con buenos dueños. Horror, escándalo atroz, pero nada nuevo en nuestro mundo más perverso.
Así pasa ahora con nuestro gobierno y los hediondos casos de corrupción económica y moral. Algo que no extrañaría tanto en un tirano oriental, acostumbrado a hacer sin ningún freno su voluntad y tal vez ostentando su perversidad, sin embargo, es máximamente terrible cuando nos hallamos en una democracia, pues se supone que quienes mandan son nuestros representantes, tremenda falacia que ya casi nadie traga. Son los partidos, sus mafias, quienes colocan a unos u otros en los puestos más relevantes para beneficiarse de nosotros, a quienes roban cotidianamente a través de los impuestos, mientras ellos rellenan sus cofres del oro que al estado birlan para llevar vida pendenciera y traicionera. Son traidores y bien merecerían la pena capital, ser decapitados por actuar sin cabeza y traicionar al pueblo al que roban y suplantan. Pero no aceptamos la pena de muerte: sea entonces castigo severísimo y sus putrefactas señorías paguen, duramente, con sus caudales mucho más que con las ya no tan tenebrosas cárceles, pues en ellas tenemos que financiarles incluso lo que beben o comen..., y no lo merecen.
No es nuevo, las instituciones humanas tienden a corromperse, los devotos y creyentes de la izquierda sufren horrores con tales dirigentes, pero también hubo abominaciones similares entre la derecha y hasta en el clero que años antes obsesionado con la pureza atacaba el deseo erótico.
El presidente del gobierno, con antecedentes en su suegro proxeneta, es responsable de quienes elige para gobernar –destruir– España.
Estas autoridades con neomonjas y curas de nuevas creencias que nos amonestan con pesados sermones sobre la igualdad y el respeto a la mujer es uno de los que más destaca por sus gentes desbocadas hacia la jodienda, los propios placeres y a enriquecerse. Ministros y otras prendas lo han hecho, hipócritas, mientras dicen defender a la mujer. La prostitución es lamentable, se ejerce por pobreza mientras los proxenetas abusan de ellas, pues la mayoría son despapeladas, indefensas inmigrantes. ¿Quién querría ver a su madre, a su esposa, a su hija como ramera? Quien negativamente responde, si usa de ellas, si trata a personas como pedazos de carne para satisfacerse, se retrata en su propia miseria. La dignidad de la mujer está así siendo pisoteada por los hipócritas que teóricamente más la proclaman.
El autor es catedrático de Estética y Teoría de las Artes Universidad Carlos III de Madrid