Los actos en recuerdo de Germán Rodríguez, asesinado por un disparo en la cabeza de la Policía armada efectuado durante los disturbios que se sucedieron a los incidentes en la plaza de toros de Pamplona el 8 de julio de 1978, forman parte ya de la liturgia sanferminera con políticos y figuras públicas fotografiándose junto al monolito donde cayó Germán acompañados de grandes discursos en pos de la verdad, la justicia, la reparación y la memoria.
Y precisamente en honor a todo ello, permítanme compartir un pequeño relato sobre los hechos acontecidos ese mismo día en la plaza relatados por un testigo y protagonista de los mismos, mi padre, José Muerza, que aquel fatídico día lo iniciaba con una invitación a una prometedora tarde en los toros y que lo terminaba tendido en el ruedo, molido a palos, con un pie destrozado, sangrando por una herida abierta y retirado a volandas por los monosabios de la plaza sorteando almohadillazos, pelotazos de goma y algún que otro tiro.
No siendo especialmente aficionado a los toros la misma tarde del 8 de julio mi padre se encontró con amigos suyos, Rafa Irurita y Fernando Lizaur, que sí siéndolo se dirigían a la plaza y que le encomiaron a entrar con ellos pese a carecer de entrada, algo que no supuso mucho obstáculo, ya que tras convencer (o cansar) a uno de los porteros con el peregrino argumento de que a los dos aficionados les acompañaba “un extranjero que viene a conocer los toros” ahí que pasaron los tres amigos directos al tendido de sol. Eran otros tiempos, eran otros Sanfermines.
La tarde en sol transcurrió como tantas otras entre cánticos, copas y puros “dignos de verse” hasta que terminada la corrida, en el paseillo por el ruedo de las peñas, se desplegó una pancarta que reivindicaba la amnistía total para todos los presos de la banda terrorista ETA. El ambiente en la ciudad estaba muy politizado y extremadamente tenso marcado por el cambio de régimen político, las negociaciones para la aprobación de la nueva Constitución y la violencia terrorista que ya había empezado a golpear a Pamplona en los meses anteriores empezando con el asesinato en las inmediaciones de la misma plaza de toros del comandante de la Policía armada, el pamplonés Joaquín Imaz, en noviembre de 1977; la muerte en un tiroteo sucedido en la avenida San Jorge del inspector José Manuel Baena y de los autores del atentado contra Imaz en enero de 1978; el asesinato mediante una bomba puesta en la calle Taconera del guardia civil de 23 años Manuel López González en mayo y el linchamiento en la calle Chapitela pocos días después del subteniente de la Guardia Civil, natural de Sangüesa, Juan Antonio Eseverri.
Con semejantes antecedentes, la iniciativa de la pancarta fue respondida con abucheos y algunas almohadillas por una parte del público lo que enervó los ánimos de quienes la portaban llegando a devolver el lanzamiento de almohadillas e incluso a encaramarse a las barreras para saltar y enfrentarse a quienes protestaban. Lo que viene a continuación es el relato que por estas fechas suele recordar mi padre en casa con respecto a los hechos que se sucedieron.
“Vi a El Sopas (conocido industrial navarro dedicado a la fabricación de pastas para sopa), a sus 60 años, pelo blanco y brazos en alto, increpando a los de la pancarta desde el tendido de sombra y a un grupo subir por el graderío agarrarlo para zarandearlo. Vi también a su vez a Gabriel Chalmeta abajo junto a los burladeros, fuerte como es él, encarándose con varios mozos y antes de que me diese cuenta estaba yo, cosas de ribero, saltando al ruedo y discutiendo con alguien que me respondía algo sobre que su hermano estaba en prisión. No escuchó de mi parte una respuesta muy amable y en menos de lo que se viste un santo me encontré rodeado de cuatro o cinco personas recibiendo una lluvia de golpes y patadas cayendo sobre la arena con un corte en un pie propiciado por una botella rota. Recuerdo estar tendido sobre el suelo y ver la entrada de la Policía armada con algunos de ellos dirigiéndose directamente hacia mí, pensaba que me iban a dar de golpes en medio de toda la confusión pero en su lugar llegaron miembros del personal de la plaza y me llevaron rápidamente al interior de la misma donde permanecimos a oscuras un rato pero en cuanto hubo luz y se vio la sangre que brotaba de mi herida decidieron meterme en la primera ambulancia que salió de allí junto con una chica que, estando en la parte más alta de la andanada, había recibido un tiro al aire de la Policía. Nos trasladaron a ambos la Virgen del Camino y allí, mientras esperábamos a ser atendidos, llegaron casi al mismo tiempo varios policías sangrando por la cabeza. Los sanitarios presentes se negaron a atenderlos primero y sus compañeros respondieron amartillando y apuntándoles con las ametralladoras que portaban. Todavía me parece oírlo “¡Chac, chac!”. Un rato después me cosieron y apareció mi cuñado (Alfonso Delgado, responsable de pediatría de la Virgen del Camino) que vio la situación y decidió sacarme de ahí”.
Delgado, además de llevarse a mi padre a un sitio más seguro, se llevó también los papeles de su ingreso –seguían siendo otros tiempos– y apenas dos horas después estaba mi padre con mi madre, varias parejas con las que habían quedado y una buena escayola yéndose a cenar a un popular restaurante pamplonica ubicado en el paseo Sarasate como si apenas hubiese sucedido nada. Cosas de ribero.
De camino al restaurante y con las sirenas, los pelotazos, las piedras y los tiros de fondo se enteraron de la muerte de Germán.
Un mes más tarde, al retirarle la escayola y quedarle el pie inerte, los médicos se dieron cuenta de que aquel día en la plaza a mi padre le habían seccionado el tendón del músculo tibial anterior del pie derecho. Tras pasar por el quirófano pudo recuperar la movilidad del pie, siguió jugando a pelota, deporte del que era muy aficionado, eso sí, no volvió a la plaza por Sanfermines con sus amigos nunca más.
Una de las personas que le acompañaban esa tarde, Fernando Lizaur, sí lo hizo. Al año siguiente, el mismo 8 de julio acudió a la plaza vestido de Superman porque según sus propias palabras: “Teníamos que hacer algo para que los Sanfermines volvieran a la normalidad” protagonizando un vuelo catártico por las gradas que aún se recuerda en la ciudad. Su figura puede verse a día de hoy en la fachada de la plaza de toros de Pamplona inmortalizada por el artista navarro LKN.
La misma plaza en cuyo exterior ETA estrenó su sangrienta carrera terrorista en Navarra matando al comandante de la Policía armada que debía haber estado al mando de la misma durante los Sanfermines de 1978, en lugar del exaltado que le sustituyó, y a los que nunca llegó.