El mal no existe como una entidad o esencia separada del ser humano, sino que la maldad, como posibilidad, forma parte de su naturaleza y se manifiesta por el fracaso de la socialización ilustrada que pretendía liberar, mediante la razón y el conocimiento, al ser humano de la ignorancia y de las creencias infundadas, fiasco que deviene expresión negativa y nihilizante en un mundo en el que lo políticamente correcto nos convierte en súbditos sumisos de la uniformidad y del utilitarismo que conduce al desprecio de la ética. De hecho, nunca como ahora el fin ha justificado los medios. Ya decía Sófocles en Antígona que “muchas cosas hay terribles, pero nada más terrible que el ser humano”.

Paul Ricoeur, filósofo cristiano, decía que el mal es un enigma indescifrable, pues consideraba que era difícil conciliar la existencia de Dios con la presencia del mal en el mundo. Creo, sin embargo, que el mal no es un ningún arcano, sino que puede ser explicado. Las catástrofes naturales obedecen a las leyes de la física y al comportamiento de las partículas elementales. La maldad humana se debe a su condición animal y a la presencia en su interior de lo que Freud llama pulsión de muerte o Thánatos que es un impulso innato que se manifiesta en conductas destructivas y en la tendencia regresiva que busca la disolución del ser humano y el retorno a la nada. Desde una perspectiva natural quedaría así explicada la presencia inevitable del mal en el mundo, pero desde una perspectiva sobrenatural el problema que plantea la maldad es que si Dios existe, es la condición de posibilidad del mal, lo cual es racionalmente terrible e inasumible.

El ser humano no es ni bueno ni malo por naturaleza, como decían Rousseau o Hobbes, sino carente de moral, dada su originaria condición salvaje, aunque puede llegar a ser ambas cosas. El mal no es más que el significante, o mejor aún, el relato con el que se significa y califica moralmente la originaria conducta salvaje humana, que se mantiene intacta en su interior. Es la cultura, la que introduce la ética, como una construcción derivada de la necesidad de convivir en sociedad, pero que no anula la condición animal y la pulsión de muerte que persiste en el ello o instancia más primitiva e instintiva de la personalidad. El mal se manifiesta a gran escala en guerras, masacres y genocidios. A nivel social se refleja en los recortes de los servicios públicos, el desempleo, la desigualdad o en las dictaduras. Y a nivel más cercano se expresa en la proliferación de crímenes machistas, desesperados flujos de migrantes y corrupción y propagación de bulos que protagonizan la vida pública actual. En este sentido, el ser humano, dada su maldad, y pese a sus singulares y altas capacidades, es la expresión del fracaso de la evolución darwiniana de las especies animales. Es, en definitiva, una especie fallida, por lo que ninguna de sus sublimes aportaciones puede redimirlo de la barbarie con la que traiciona su racionalidad, que seguramente ha sido sobrevalorada a lo largo de la historia, hasta el punto de que Walter Benjamin llega a decir que la razón se ha tornado una pesadilla.

Tres grandes pensadores infligieron una profunda herida al narcisismo humano. Copérnico revolucionó la astronomía con su teoría heliocéntrica que situaba al Sol en el centro del sistema solar, desplazando así a la Tierra. Darwin, con su teoría de la evolución de las especies animales, cambió la visión de la humanidad al considerarla como parte de la evolución biológica. Y Freud, al descubrir el inconsciente, revela la influencia de motivaciones ocultas que influyen en el comportamiento humano. Pese a ello, el ser humano se sigue erigiendo en el epicentro del Universo, incluso hecho a imagen y semejanza divina, aunque la triple herida lo aleje de ese privilegiado lugar y haga posible su previsible maldad.

Jean-Paul Sartre afirmaba que lo más aburrido del mal es que uno se acostumbra a él, hasta el punto de que la presencia cínica de los villanos en la prensa, en la radio o en televisión es habitual y tolerada, lo que representa lo que Hannah Arendt llama la banalización del mal. Quizá, como decía Georges Bataille, el mal es el ejercicio de una libertad que aspira a no tener límites. En conclusión, el ser humano moderno, el Homo sapiens, apareció en África hace aproximadamente unos 300.000 años. Desde entonces, si examinamos el devenir de la historia de la humanidad, el mal ha estado siempre presente. Y si según el Génesis, Adán y Eva fueron los que introdujeron el mal en el paraíso, lo más probable es que la maldad vaya a seguir existiendo por los siglos de los siglos. No obstante, Jean-Paul Sartre considera que el ser humano es libre para elegir responsablemente lo que es bueno para sí mismo y para los demás. Es más, si Pandora abrió una caja que liberó los males en el mundo, también logró cerrarla a tiempo, atrapando la esperanza en su interior.

El autor es médico psiquiatra