La Organización Meteorológica Mundial publicó, el 10 de enero de 2025, las cifras oficiales de temperatura correspondientes al año 2024. Estas patentizan que el año pasado fue el año más cálido registrado al superar en cerca de 1,55 °C los niveles preindustriales. Puso fin a una década de un calor sin precedentes, que ha provocado un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, sequías e inundaciones, que han mostrado lo peligrosa que es la vida con el nivel actual de las temperaturas. La crisis climática tiene claras implicaciones económicas. Provoca ya reducciones sensibles en el PIB de economías en desarrollo.

¿Cómo hemos llegado a este punto? A partir de la Revolución Industrial, hace 250 años, una prodigiosa exhalación de contaminación se viene dando y se han añadido 2.4 trillones de toneladas de dióxido de carbono a nuestra atmósfera. El dióxido de carbono que actúa para mantener nuestro planeta caliente aislándonos del insoportable frío del espacio, si se acumula demasiado conduce a que se dé un aumento de la temperatura global.

En los años 70 y los 80 se fue erigiendo una comunidad científica del clima. En 1988, el científico James Hansen advirtió que el calentamiento global era ya un hecho y que sin duda se debía al aumento de las emisiones de los gases con efecto invernadero.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es el organismo de las Naciones Unidas encargado de evaluar la ciencia relacionada con el cambio climático. Desde el inicio de su labor en 1988, el IPCC ha preparado informes de evaluación que contribuyen al trabajo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el principal tratado internacional sobre el cambio climático. Estos suscitan una reverencia casi bíblica. De hecho, el IPCC y el ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, recibieron el premio Nobel de la Paz en 2007 por su labor en materia de cambio climático

La Quinta Evaluación del IPPC , publicada en 2014, fue una contribución científica decisiva para lograr el Acuerdo de París. En éste 146 países se obligaron a enviar planes de acción para reducir las emisiones a fin de que la temperatura no supere en más de 1.5 grados los niveles previos a la Revolución Industrial. El último, el sexto de 2021, se considera su advertencia más contundente hasta ahora sobre cambios climáticos.

Una pregunta se hace crucial: ¿se puede sostener que el cambio climático contribuya decisivamente en la intensidad de las calamidades que se cobran vidas y destruyen hogares en todo el mundo ? De otro modo: ¿En qué medida éstas se deben al calentamiento global y en qué medida son el resultado de fenómenos meteorológicos extremos que siempre se han dado?

Las técnicas científicas que se emplean para desentrañar esa cuestión, denominadas atribución climática, están ya bien establecidas. De hecho, un informe de World Weather Attribution encontró que el cambio climático intensificó 26 de los 29 eventos climáticos extremos que consideró en 2024, que mataron al menos a 3.700 personas y desplazaron a millones.

No pocos ciudadanos sienten que los científicos del clima no deberían pintar un panorama tan desolador, que se hacen así desagradables agoreros. Este negacionismo cuenta con adeptos en la clase política. Donald Trump, en su anterior mandato, retiró a su país del Acuerdo de París. Ahora, el mismo día de su segunda toma de posesión, el 20 de enero pasado, firmó una orden que tiene como objetivo liberar a los Estados Unidos de la carga indebida e injusta que significa el acuerdo climático de París. Huelga recordar que Estados Unidos es el segundo emisor mundial de contaminación que calienta el planeta.

Nordhaus, considerado padre de la economía del cambio climático, ha abogado constantemente tratando de persuadir a los gobiernos para que aborden este hecho trascendental, y lo hagan preferiblemente imponiendo un impuesto a las emisiones de carbono.

Toda una corriente de economistas ve en el mercado la solución y, sobre todo, recalcan que dado que la energía limpia es ahora más barata que la energía fósil en casi todas partes, no hay razón para sucumbir al catastrofismo.

Mientras tanto, la contaminación contribuye al cambio climático, altera los ecosistemas, amenaza la biodiversidad, empeora la calidad de los recursos alimentarios y afecta a la salud de las personas. Sumando el coste de las catástrofes ambientales y los efectos inaceptables sobre la salud y el capital humano y las pérdidas de PIB asociadas a la contaminación no queda sino reconocer que afrontamos costos devastadores, pero las responsabilidades no son iguales. Es innegable que recae en los países industrializados, origen de la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero pasadas y presentes, una responsabilidad decisiva en la tarea de reducir las emisiones.

En Azerbaiyán el gas fluye de la tierra y se ha quemado de forma natural durante tanto tiempo que el símbolo del país es una llama. Este país es apodado como la Tierra del Fuego. En su capital, Baku, tuvo lugar, del 11 al 22 de noviembre de 2024, la 29ª Conferencia anual de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

Con un enfoque central en la financiación climática, se alcanzó un acuerdo innovador que significa triplicar el financiamiento para los países en desarrollo, desde el objetivo anterior de 100.000 millones de dólares anuales a 300.000 millones de dólares anuales en 2035; y asegurar los esfuerzos de todos los actores para trabajar juntos a fin de aumentar el financiamiento a los países en desarrollo, de fuentes públicas y privadas, hasta alcanzar un monto de 1,3 billones de dólares por año para 2035.

El secretario ejecutivo de la ONU para el Cambio Climático, Simon Stiell, en la clausura de la Conferencia se congratuló por haber logrado un acuerdo, una póliza de seguro para la humanidad. No todos en la sala eran tan optimistas. Los representantes del bloque negociador de los países menos desarrollados manifestaron su indignación ya que del total prometido, tan solo 300.000 millones de dólares procederán directamente de los presupuestos de los países desarrollados y de instituciones financieras públicas, como el Banco Mundial. La gran mayoría de ese dinero debería consistir en donaciones y préstamos a bajo interés, pero la redacción poco precisa implica que incluso ese compromiso está sujeto a restricciones. Denunciaron que este nivel tan bajo de financiación significa muerte y miseria en sus países.

En la bula de convocatoria del jubileo ordinario del año 2025, el papa Francisco invitó a las naciones más ricas a condonar las deudas de los países en desarrollo, que nunca podrán devolver y les ahogan, y a que tomen en consideración que hay una verdadera “deuda ecológica”, entre el Norte y el Sur, provocada por el desproporcionado uso de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países.

El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, llevó esta propuesta a Baku. Pero sigue sin adoptarse. A la par se concede una ayuda financiera que sigue siendo insuficiente y con la nueva administración en Washington el mundo pierde un importante contribuidor financiero. ¿Esta segunda salida de EE.UU. comprometerá el acuerdo climático de París? Pronto lo veremos.

El 24 de mayo de 2015, se presentó la ‘Laudato si’, una encíclica social de amplio alcance del papa Francisco. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?». Esta es su pregunta central. No es ni ideológica, ni técnica. Es afrontar que la cuestión ecológica es trascendental para nuestra humanidad. A los diez años de su publicación la situación no parece haber cambiado. Para ello, lo primero es tomar conciencia de la situación y luego cambiar nuestros comportamientos. Esperemos que así sea.

El autor es profesor de la Universidad Gregoriana en Roma y miembro de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa*