Cegado por la sed de venganza, Benjamín Netanyahu sigue masacrando la población de Gaza. Los más de mil israelís inocentes, salvajemente asesinados por los terroristas de Hamás, han sido convertidos en el argumento suficiente con el que justificar sus crímenes.
Respaldado por el ejército más poderoso de la zona y, sobre todo, por el incondicional apoyo del Gobierno de EE.UU., hace y deshace a su antojo sin que nadie ponga tasa a su desvarío. Justifica sus atrocidades alegando el “derecho a defenderse” mientras lleva a cabo un auténtico genocidio sobre la franja de Gaza. Después de decenas de miles de crímenes (me niego a dar una cifra exacta para que tantos muertos no queden reducidos a una cifra, por muy exacta que sea), pretende –y le falta ya poco– no dejar piedra sobre piedra para montar después, cuando la masacre sea ya consumada, una “ciudad de vacaciones” en comandita con su socio, el orate Donald Trump. El planteamiento es por sí solo una obscenidad, una falta de respeto, el sueño más tenebroso de la razón.
Cobarde entre los cobardes, bombardea y destruye hospitales, escuelas e iglesias, bombardea los campamentos de refugiados, dispara contra quienes acuden al señuelo de las colas del hambre. Repito, manda disparar contra los que, muertos de hambre, se acercan a recoger comida en los puntos de reparto. Ejecuta fríamente a los sanitarios que tratan de socorrer a los heridos y manda enterrar las ambulancias que conducían, asesina a más de un centenar de periodistas, atenta contra el personal de la ONU y sus edificios, pone en su punto de mira a los “malvados” miembros de Médicos sin Fronteras, etc. Así lleva a cabo su “derecho a defenderse” contra los peligrosos médicos que ejercen su profesión a la luz de las velas porque les ha cortado el suministro eléctrico, contra los maestros que se empeñan en enseñar que hay otra vida (mejor) aunque sea en otro lugar (lejos de allí), contra los bebés sacados muertos de unas incubadoras sin corriente eléctrica. Repito, contra bebés en incubadoras sin luz. Cobarde entre los cobardes, se ceba con civiles desarmados, con mujeres y ancianos, también desarmados, y con niños armados de unos dientes que ya no necesitan porque ya no tienen qué comer. Cruel entre los crueles, impide la entrada a Gaza de cientos de camiones con ayuda alimentaria mientras la población se muere de hambre. Cruel entre los crueles, propicia la existencia de unos niños famélicos –apenas pellejo y huesos– con unos ojos grandes que nos miran sin parpadear, que nos interrogan sobre lo que están pasando y que nos acusan de lo que les está pasando. Unos ojos que se nos clavan en el alma porque tienen razón, porque no hay razón divina ni humana para lo que están pasando, pero que sí están pasando.
No habrá en la Tierra tierra suficiente para enterrar los crímenes que están cometiendo. Y digo están, en plural, porque si bien el tirano que nos ocupa es Benjamín Netanyahu, no podría hacerlo él solo. Necesita, y dispone, la colaboración de otros netanyahus que por acción u omisión perfeccionen el exterminio que está llevando a cabo. Unos por acción: los terroristas de Hamás que prendieron la mecha con el injustificable asesinato de más de un millar de ciudadanos israelís asistentes a un concierto, propiciando así la escalada de esta enésima crisis entre palestinos e israelís; su socio number one, Donald Trump (otro valiente) que lo arropa y anima a “dar más caña”, y algunos miembros del Gobierno de Israel que tratan a Netanyahu de flojo y le exigen más contundencia. También, siquiera por omisión, la ONU que, huérfana de capacidad coercitiva, ve limitada su función a resoluciones que se cumplen cuando interesa y no cuando no; los dirigentes del llamado primer mundo, con la Unión Europea a la cabeza, que promulgan y defienden los derechos humanos, que son paladines del derecho y del imperio de la ley, pero incapaces de posicionarse de manera conjunta y contundente en contra de esta matanza; los otros, los que callan como estrategia o por sus estrechas relaciones culturales, económicas o de seguridad; los que creen que bastante tienen con lo suyo; los vecinos –todos árabes– que protestan, pero solo un poquito; todos ellos, además de nosotros –todos–, que nos envenenamos viendo el noticiero pero que ¡uy, qué horror! cambiamos rápidamente de canal. Todos somos corresponsables de que un genocidio como este tenga lugar en pleno siglo XXI. Si entre todos seguimos engordando el monstruo, deberemos saber que a la vez que el monstruo engorda, engorda su apetito y necesita ampliar sus lugares de caza.
En el Memorial del Holocausto de Nueva Inglaterra (Boston, Massachusetts) aún se puede leer el poema “Primero se llevaron” que Martín Niemöller (alemán que pasó por prisiones y campos de concentración nazis) escribió para describir los peligros de la apatía política.
Pues eso.