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La carta del día

Profesión, resinero

Hemos perdido ojos y manos que cuidaban de nuestra naturaleza

Profesión, resineroUnai Beroiz

El verano vuelve y con él el infierno anunciado. Otra vez el paisaje se transforma en ceniza, el aire en humo y el silencio roto por las sirenas. El flagelo de los incendios no es solo un accidente climático. Es demasiadas veces fruto de la mala intención humana, de la negligencia y de la codicia. Mientras discutimos causas y responsabilidades, las llamas devoran lo que hemos tardado décadas en crear y siglos en heredar.

Hubo un tiempo en que los montes tenían guardianes. El resinero no era solo un trabajador que extraía resina de los árboles, era el celador silencioso de un ecosistema que sostiene la vida del mundo. Limpiaba el matorral, cuidaba la salud de cada árbol, conocía cada rincón del bosque. Su presencia diaria era un disuasorio natural contra quienes querían destruir este bien de la humanidad. Hoy, esta profesión ha desaparecido casi por completo, como tantas otras ligadas a la tierra, víctimas del abandono rural y de la evidente desidia política. Hemos perdido más que un oficio, hemos perdido ojos y manos que cuidaban de nuestra naturaleza. ¿Dónde está la sostenibilidad tan proclamada? ¿Sabe lo que es el greenwashing? Pues también existe el sustainability washing y se practica más de lo que se imagina.

Los montes son un bien común. Son reservas de vida, reguladoras del clima, fuente de oxígeno que dieron vida a muchas generaciones antes de la nuestra y, si las cuidamos, seguirán dando vida a muchas más. Pero los Estados, grandes propietarios de áreas forestales, dan un ejemplo vergonzoso. No cuidan, dejan arder, dejan enfermar, dejan morir. Cuidar de la tierra, bajo la lógica del beneficio rápido, solo interesa si genera riqueza inmediata. Pero la naturaleza no trabaja con esa prisa y quizá por eso la tratamos como algo garantizado, hasta que la perdemos. Lo que arde no es solo madera. Son familias destrozadas, hábitats naturales perdidos, especies exterminadas, dióxido de carbono liberado en toneladas. Es el futuro ardiendo ante nuestros ojos, ahora. El tiempo que hoy gastamos en apagar incendios, si se invirtiera en cuidar los espacios verdes que dan vida y color al mundo, nos haría a todos más felices. Deforestar para instalar paneles fotovoltaicos, afirmando que eso reducirá el número de incendios, no es la solución.

Al contrario, es hacer crecer el desierto, eliminar especies únicas, agravar el desequilibrio climático y dejar un problema serio para el futuro. En estos casos debería ser obligatorio que los proyectos aprobados por los ayuntamientos incluyeran la garantía de retirada y reciclaje de los paneles al final de su vida útil. Destruir y reducir lo que es naturaleza es contrario a la imagen verde que se pretende vender. Fingir que no va con nosotros es ser cómplice de las cenizas que dejaremos a nuestros hijos.