Como tantas veces en la historia de la humanidad, el uso del hambre como táctica de guerra es una cruel realidad. Hoy, el escenario más dramático se encuentra en la Franja de Gaza, sin olvidarnos del conflicto en Sudán, la esclavitud del Congo o la violencia estadounidense contra la inmigración. ¿Dónde están los que dicen preocuparse por los Derechos Humanos? En 2018, hace ya siete años, que el Consejo de Seguridad de la ONU firmó la Resolución 2417, debido a la amenaza de hambruna que entonces pesaba sobre millones de personas en los conflictos armados. La conclusión de esa resolución instaba a los Estados a denunciar las violaciones del derecho internacional humanitario relacionados con la práctica de hacer padecer hambre a la población civil como método de guerra y, cuando procediese, se tomasen medidas contra los responsables de tales violaciones, asegurando la rendición de cuentas y responder a las reclamaciones de las víctimas. Ese mismo año, las protestas fronterizas de Gaza –la Gran Marcha del Retorno– trajeron multitud de asesinatos por parte de los francotiradores israelíes ante las protestas de palestinos desarmados que reclamaban el retorno –la Nakba– de unos 700.000 palestinos expulsados de sus tierras ante el empuje de las tropas judías durante la Guerra árabe-isralí de 1948.
Desde entonces –ironías del destino– a pesar de que el Movimiento de Resistencia Islámica, conocido como Hamás fuese creado con la ayuda inicial de Israel para debilitar a la hasta entonces hegemónica OLP de Yasir Arafat, la masacre y la violación de los derechos humanos ha ido creciendo hasta la construcción del aberrante cerco del hambre que a día de hoy sufre la población gazatí. Un enclave donde, a parte de la población civil, personal sanitario y periodistas son asesinados todos los días. Nada se interpone ante la ambición fanática de gobierno comandado por Netanyahu, junto con el absurdo apoyo del gobierno estadounidense. Todos son enemigos. Todos deben ser aniquilados. Todo debe ser arrasado.
No estaría demás que la población israelí recordase que igual lo contrario al olvido, no es el recuerdo, sino la justicia. Parece que han olvidado cuánto y cómo sufrieron durante el Holocausto nazi. Parece que ese recuerdo les da carta blanca para infringir las leyes internacionales a su antojo, sin recibir sanciones por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra el pueblo palestino. Parece que han olvidado la crueldad que vivieron en el gueto de Varsovia, en aquella mal llamada solución final, donde matar de hambre también fue un arma bélica. Marek Edelman contó que durante en su confinamiento en ese gueto morían al mes unas 6.000 personas a causa del hambre, las enfermedades y las infecciones. O la descripción detallada por Bernardo Rosemberg sobre ese mismo gueto, cuando narraba que en las calles de Varsovia, “las personas caían muertas de hambre. Morían cuando iban a trabajar, en la puerta de las tiendas. Morían en sus casas y los tiraban en callejón sin ropa ni identificación, así su familia podía seguir usando sus cartillas de racionamiento. Los olores de muerte, podredumbre y mierda llenaban las calles”.
La Resolución antes citada subraya en que “hacer padecer hambre a la población civil como método de guerra puede constituir un crimen de guerra. Y exige: que todas las partes en conflictos armados cumplan plenamente las obligaciones dimanantes del derecho internacional... en particular las dimanantes de los Convenios de Ginebra de 1949 y siguientes, a fin de asegurar el respeto y la protección de todo el personal sanitario y el personal humanitario...”. El gobierno israelí sabe todo esto. Además, sabe de la importancia de la comida para subsistir. De hecho, su creencia religiosa dice que en su diáspora vagando por el desierto durante cuarenta años, sin el alimento cuasi místico que les caía del cielo, al que llamaron maná, no hubieran resistido. Por lo tanto, saben de la importancia de la comida cuando no es fácil su obtención y conoce por instinto las sensaciones y deseos que lleva aparejados. De manera que no estamos ante una ocurrencia. Se trata de pura ingeniería del sufrimiento. Son conscientes que atacando las colas del hambre, están a las puertas de su solución final: el exterminio palestino. Esa táctica ya ha sido denunciada por Francesca Albanese, relatora de las Naciones Unidas para los territorios Ocupados Palestinos, –cómo no, sancionada por el gobierno de Trump–, denominándola Economía del Genocidio: confiscar propiedades, represaliar y matar bajo la condescendencia de bancos e industrias, terratenientes y políticos sin escrúpulos, para conseguir, a cualquier precio, el botín deseado.
Lo que está ocurriendo en Gaza no es que el antisemitismo esté creciendo entre la población mundial, es que a la gente con sentimientos humanos –está claro, que en este grupo no caben muchos– no les gusta Netanyahu porque está cometiendo un genocidio, ni a los israelíes que lo están consintiendo, que son muchos. Por supuesto, que en las últimas décadas, y hoy, ha habido otros conflictos terribles, genocidios y limpiezas étnicas. Si no los hubiere, no se dictarían Resoluciones como a la que hemos hecho referencia. Pero las características de este que mata de hambre a civiles, incluso a sus secuestrados, que no pueden huir, son de una crueldad con rasgos únicos. Sumarse a la denuncia ante el Tribunal Internacional o al reconocimiento del Estado palestino son pasos que deberían de dar los países que todavía no lo han hecho.
Hacen falta sanciones sobre colonos violentos o sobre líderes políticos radicales que profieren barbaridades con aroma a discurso genocida, de limpieza étnica o de anexión ilegal. La falta de alimentos y productos básicos a causa del atroz cerco al que el Estado de Israel tiene sometido ese enclave desde hace dos meses, está dejando imágenes de una crueldad horrenda, con personas desnutridas al borde de la muerte. No sólo eso. Ahora, Israel, en teoría con un gobierno democrático, baraja tomar, o no, el control de la totalidad del enclave. Es triste imaginar que unos energúmenos estén debatiendo entre seguir asesinando hasta culminar la atrocidad del exterminio palestino o permitir que la población se alimente. Que injusto es no recordar el olvido.