Marinette
Hace unos minutos el Marinette, un pequeño barco de bandera polaca y con una tripulación de seis personas, ha sido abordado por una lancha militar del Ejército de Israel, han detenido la nave y apresado a sus pasajeros en aguas internacionales del mar Mediterráneo a tan solo 80 kilómetros de la costa de Gaza, Palestina. Una violación, una más, del derecho internacional.
El Marinette era el último barco de la flotilla civil que trataba de llegar al litoral palestino con ayuda humanitaria. Esta pequeña embarcación ha llegado más lejos que ninguna otra antes en la historia desde que Israel impuso un bloqueo naval en las aguas de Gaza en el año 2009. Y lo ha logrado en una fortuita escaramuza sin precedentes.
Según explicó el jueves por la noche en una videollamada el capitán australiano del Marinette, el barco tuvo problemas en el motor y por eso se había quedado rezagado respecto al grupo principal. Se descolgó de la flotilla quedando atrás. Ante el ataque por parte de Israel y viendo que las otras embarcaciones estaban siendo apresadas, el Marinette apagó todos sus sistemas de comunicación y surcó las aguas a ciegas, sin GPS ni señal. Durante unas horas desapareció del mapa, se escabulló. En el silencio de la noche siguió surcando las olas rumbo a Gaza. “Marinette sigue navegando fuerte y parece que pueden sentir que todo el mundo está con ellos”, escribieron en sus redes sociales esta madrugada los portavoces de la flotilla humanitaria. Quizás por un momento efímero fuimos muchas las personas que esta mañana deseábamos con todas nuestras fuerzas que esa embarcación arribase de alguna manera hasta las playas de Gaza. ¿Por qué?
Porque el Marinette no es solo un barco.
Marinette es también un hombre con dos bolsas de plástico frente a un tanque en la plaza china de Tiananmen, el 5 de junio de 1989. Marinette es un hombre con una maza rompiendo el muro de Berlín la noche del 9 de noviembre. Marinette es Rosa Parks la mañana del 1 de diciembre de 1955 negándose a ceder su asiento a una persona blanca en un autobús Montgomery, Alabama.
El Marinette es Mahatma Gandhi marchando el 5 de abril de 1930 pacíficamente 300 kilómetros a pie descalzo para protestar por el monopolio británico. Marinette es Celeste, una camarera de 41 años, que el 25 de abril de 1974 en Lisboa ofreció un clavel a un soldado portugués y se lo colocó en su fusil. Marinette es Liz Fernández, una joven que salía de misa en la catedral de Asunción en Paraguay, el 26 de abril de 1986, y se enfrentó a los tanques de la dictadura. Marinette es Nelson Mandela saliendo de la cárcel con el puño en alto el 11 de febrero de 1990 tras pasar 27 años en prisión. Marinette también es la madre Teresa en diciembre de 1995 defendiendo públicamente a las castas más bajas en las leproserías de los intocables, que para el resto de la India eran menos personas que los demás.
Marinette era todo eso y mucho más.
Marinette era una promesa, una última esperanza.
Hoy, sin embargo, contemplo con cierta pena y desolación cómo algunas personas en nuestro país –muy pocas, pero algunas al fin y al cabo– tratan de desprestigiar a la flotilla, hacen mofas y ridiculizan su misión. No quiero reproducir la retahíla de menosprecios y frivolidades que se han dicho. No entiendo por qué.
Durante la guerra de los Balcanes y el genocidio de Srebrenica y Sarajevo en julio de 1995, los convoyes humanitarios organizados por civiles, organizaciones humanitarias y fuerzas –como los cascos azules españoles–, distribuyeron alimentos, ropa y medicinas entre las víctimas de la guerra y demostraron ser vitales para la supervivencia de esas personas. Desde muchas ciudades de España se enviaron camiones y furgonetas con lo que se pudo. Un apoyo esencial en medio del caos, las matanzas y la escasez de víveres.
Entre junio y julio de 1994, mil niños se salvaron de una muerte segura en el genocidio de Ruanda gracias a los convoyes que puso en marcha la oenegé suiza Terre des Hommes y gracias al compromiso de extranjeros y ruandeses (una pareja de cooperantes, un cónsul, periodistas, sacerdotes y monjas) que permitieron sacarlos al vecino Burundi.
La Global Sumud Flotilla estaba compuesta por más de 40 barcos con 500 participantes de más de 44 países, lo que la convierte en el convoy liderado por civiles más grande de su tipo en la historia. Eran barcos precarios, sí. Eran enclenques, sí. Desde luego no vi salir ningún yate desde el puerto de Marbella rumbo a Gaza. Ninguno desde el puerto deportivo de la Costa Azul, ni de Niza ni de Roma. La Global Sumud Flotilla era una cuadrilla de veleros, antiguos barcos pesqueros y barcos de recreo de personas particulares, capitanes y tripulantes que han donado sus embarcaciones, su destreza, su tiempo, su dinero y sus esfuerzos a una misión que iba a condenar a esos barcos a una chatarrería naval, pero quizás, sí, brindar algo de esperanza. Es la primera vez que una misión humanitaria no autorizada llega tan cerca de la costa gazatí.
Ayer en la manifestación que hubo en Pamplona / Iruña, coincidí con N., un periodista palestino que vive aquí en Navarra. Él me contó que hace días que no ve las noticias, que hace meses que no duerme bien, que la ansiedad y las pesadillas se apoderan de él. Le pregunté si en Gaza realmente estaban esperando a que llegase la ayuda por mar. Y me dijo: “¿Sabes cuando la gente está perdida en el desierto y con el calor y la distancia, a la desesperada, se producen espejismos y aquello que está muy lejos parece que se ve más cerca? Pues eso es lo que pensamos con la flotilla: fue un espejismo, quisimos que estuviera más cerca, que pudiésemos verla y tocarla”.
Marinette fue un espejismo.
Marinette ha sido el último resquicio de dignidad que nos quedaba en un mundo que se desmorona en directo y en streaming. Espero que no sea el último.
El autor es periodista