La muerte como fuerza legitimadora
Qué pasó pueblo judío / Para que enterrases tu memoria, / Qué pasó pueblo judío / Para que olvidases tu historia, / Qué pasó pueblo judío / Para perder la razón, / Qué pasó pueblo judío / Para amar la sinrazón. ¡Gaza, Gaza, Gaza… / Por siempre Gaza / En tu conciencia! / Qué pasó pueblo judío / Que odias y mientes, / Que pasó pueblo judío / Que asesinas y no sientes / Qué pasó pueblo judío / Que enajenaste tu alma / Que pasó pueblo judío / Que para ti no habrá calma. / ¡Gaza, Gaza, Gaza… / Por siempre Gaza / En tu conciencia! Pueblo judío / No apeles al sentimiento. / Eres rehén tú mismo / Del nihilismo / Del resentimiento / ¡Gaza, Gaza, Gaza… / Por siempre Gaza / En tu conciencia!
Al escribir este poema, cuya validez no es tanto literaria sino, meramente, sentimental, el contador macabro de los civiles muertos en Palestina por parte de Israel había sobrepasado ya la cifra de los 20.000. Todavía, en ese momento, sin poder salir de mi asombro y escandalizado por la barbarie, barajaba la hipótesis de que esta locura del Gobierno de Israel pudiera deberse a una reacción espontánea en respuesta al ataque de las milicias palestinas del 7 de octubre de 2023 que causó 1.200 muertos y unos 250 secuestrados unido al resentimiento judío (no cicatrizado) del Holocausto sufrido en la Segunda Guerra Mundial.
Y no puedo ocultar que, en aquel mismo momento, me vino a la mente la imagen vengativa de que el Gobierno de Israel comandado por su primer ministro Benjamín Netanyahu, sintiéndose legitimado por una inhumana reciprocidad, mimetizaba el comportamiento nazi masacrando y exterminando al pueblo palestino tal y como el gobierno alemán presidido por Adolf Hitler había hecho con el pueblo judío entre los años 1939 a 1945.
De todas formas, la hipótesis del resentimiento (nihilista) que pretendía dar sentido a mi sentir expresado en el poema, pronto dejó de parecerme consistente. Y, por otra parte, lo cierto es que la mayor parte de las hipótesis que se han ido planteando para tratar de explicar las verdaderas razones que hubieran podido provocar este infernal y siniestro eclipse de la razón humana que constituye la respuesta de Israel no me han convencido.
Afirmar, como repetidamente se ha dicho, que el exterminio palestino se debía a una huida hacia adelante del primer ministro israelí Netanyahu tratando de evitar los tribunales por acusaciones de corrupción, por muy cierta que sea su implicación, no deja de ser simplona e incluso frívola. Por otra parte, el proyecto de transformación de las ruinas de Gaza en un paraíso del Caribe para disfrute de la más selecta clase capitalista, tal y como aparecía en el vomitivo, ofensivo e indigno video, creado mediante inteligencia artificial y distribuido a través de las redes sociales, es un bofetón a la tan cacareada inteligencia y no deja de ser un señuelo cegador para tener a la masa entretenida y adormecida en el imaginario jardín de las vanidades.
Han sido necesarios más de 65.000 exterminados (un tercio de ellos niños) ruinas, desplazamientos a ninguna parte, hambre, terror militar…, para que las naciones del mundo (algunas por razones miserablemente tácticas, otras por motivos, simplemente, estratégicos y, las menos, por razones político-morales) reaccionen. El resultado de esa respuesta fue la aprobación el pasado 12 de septiembre, avalada por 142 países, de la solución de dos Estados de Israel y Palestina, solicitando, además, el fin de la autoridad de Hamás en Gaza.
Algunos días después, el pasado 23 de septiembre, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas han dejado escuchar su voz más o menos convicta contra eso que no existe término en las jergas humanas, con la carga, la fuerza y la dimensión suficiente para describirlo, abarcarlo y calificarlo. En la tipificación jurídica, una barbarie de esa naturaleza se identifica con el término genocidio. Yo creo que tampoco el término genocidio es suficientemente abarcante. Insisto que lo que está ocurriendo en Gaza y Cisjordania es mucho más.
Y lo que está ocurriendo en el territorio palestino no es un simple (perdón por lo inapropiado del término en este contexto) exterminio, ni un mero (repito el contenido del paréntesis anterior) genocidio, por horroroso que lo sea. Es algo más, es la pretensión de que la utilización de la muerte sea elevada a la categoría de fuerza legitimadora absoluta. Esto es, la muerte como medio legítimo para la obtención de fines que el poderoso considere como “buenos para la humanidad”.
Así se pretendió legitimar el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y, ahora se pretende que sea el principio legitimador del nuevo orden mundial. Desde el momento de la segunda toma de posesión de la presidencia de los EEUU por parte de Donald Trump son muchas las señales de calado internacional, en los ámbitos económicos, políticos, militares, axiológicos…, que el presidente en la Casa Blanca ha emitido al mundo que se han convertido en materia de constante preocupación para cualquier persona mínimamente juiciosa. Podría hacerse un listado interminable de esas cuestiones que tienen que ver con la subversión del orden mundial vigente hasta este momento, pero resultaría tedioso y estéril y, además ya todo el mundo, más o menos, las conoce.
Y es que, además, si nos quedamos, simplemente, reparando en los mensajes que el presidente Trump está enviando constantemente al mundo no lograremos entender nada y dedicaremos el tiempo a dar y dar vueltas a los mismos al modo de aquel paciente del psicoanalista Freud que limpiaba y limpiaba permanentemente sus gafas sin ponérselas jamás. Aquí resulta adecuado recordar que nada se ve si no se ve más allá de lo que se está viendo.
Es preciso que nos pongamos las gafas para penetrar en la segunda lectura que contienen los mensajes de Donald Trump. El presidente estadounidense nos está diciendo, a través de su discurso, –aparentemente contradictorio y muchas veces calculadamente disparatado, que la mitología política de la democracia, del Estado de Derecho, así como la división de poderes, el Derecho Internacional, los Derechos Humanos y el andamiaje institucional que les da soporte–, han periclitado. Y sintetiza y pontifica: por qué seguís en el viejo escenario, “vuestros países se están yendo a los infiernos”.
El discurso de Trump está en el nivel Imperio en el que rige la ley del más fuerte. En este nuevo orden, el Imperio angloamericano nada ha dejado a la improvisación. Tiempo hace que se distribuyeron los roles. A Europa le correspondió el suyo del que ya hemos hablado ampliamente en artículos anteriores que explica una conducta que raya con la complicidad. A Israel, por su ubicación estratégica entre el Oriente y el Occidente el de ser el bastión altamente militarizado y tecnologizado con los mayores avances cibernéticos esto es, “la nueva Esparta” en los términos de Netanyahu. Y…, sencillamente, para esto, se está llevando a cabo con el vaciamiento de Gaza y Cisjordania y el genocidio del pueblo palestino.
Me temo que nada va a detener a Benjamín Netanyahu, ni a Donald Trump en la consecución de su objetivo porque no ha sido solo el resentimiento lo que ha motivado este atentado a la razón humana como creí al escribir el poema: ahora más bien pienso que ambos profesan la idea de que ¡un Imperio bien vale un genocidio! Es probable que esta sea la explicación.
El autor es catedrático emérito de la EHU