Vivimos momentos complejos, de gran incertidumbre y de grandes sufrimientos para gran parte de la población mundial. Nos atraviesa un sumatorio de crisis (ecológica, económica, política, social...) que, en lugar de llevarnos a un escenario de contención y cambio de rumbo, está acelerando las dinámicas del capitalismo en su forma más extrema y sangrante. Estamos rebasando peligrosamente los límites del planeta, las desigualdades crecen de forma exponencial, en cada vez más lugares del mundo es imposible llevar una vida mínimamente digna mientras en otros el consumo y la opulencia no generan sino insatisfacción a la población.

En este escenario, se está imponiendo una nueva estrategia por parte de los poderes económicos a la que se suman con aparente entusiasmo los gobiernos: hay que rearmarse. Una estrategia que se impone desde arriba hacia abajo en la cadena de mando. Nos la venden como una necesidad ante los nuevos retos y desafíos a los que el mundo se enfrenta, ante la inseguridad internacional. Con el fondo del cambio climático y de agotamiento de recursos, un capitalismo en profunda crisis no encuentra mejor salida que la del rearme. El rearme y la guerra.

El reto no es la inaccesibilidad de la vivienda, ni la precariedad laboral, ni el cambio climático y su secuela de incendios y danas, ni el deterioro de los servicios públicos como la sanidad y la educación, ni dar una respuesta a las problemáticas que provocan los procesos migratorios, ni… El reto es el rearme y para el rearme se destinarán mayores recursos a costa de recortes sociales, al mismo ritmo que se seguirán alimentando los discursos de extrema derecha.

Y no es un plan a futuro, está ya en marcha. Las empresas navarras que colaboran con la industria de armas han crecido en los últimos años y ya son 34 según informes de Gasteizkoak, siendo la UPNA uno de los polos de investigación en esta materia. Una tendencia solapada que ahora se airea sin pudor. Es ya parte de esa cadena que de lo general y los grandes centros de decisión se traslada a lo concreto y cotidiano, afectando a nuestras vidas. Y si es muy grave la normalización del discurso armamentístico en las empresas, que han pasado de ocultar su colaboración en el rearme a airearlo de manera escandalosa, más grave resulta esta normalización en la sociedad que acepta la vuelta de discursos sobre el servicio militar o el chantaje de la reconversión industrial hacia la industria militar. Cierran industrias y los discursos del capitalismo e incluso de algunos sindicatos, nos prometen un futuro laboral en la industria de la guerra.

La industria armamentística financiada con dinero público, además de mantener y concentrar sus beneficios, está pensada para mantener una situación internacional cada día más injusta y desigual por la fuerza, por la guerra. Las guerras, cada día más numerosas, devastadoras y cercanas, también son un ensayo de la respuesta a posibles situaciones de mayor conflictividad provocadas por el incremento de las desigualdades internas. La convivencia de la riqueza y la pobreza en el mundo global y en el interior de nuestras sociedades sólo puede mantenerse por la fuerza, de la que la guerra es la expresión última.

Las guerras no las sufren los consejos de administración de las grandes empresas que las promueven, ni la clase política que las declara ni los militares que las dirigen, las víctimas son civiles. Y la destrucción y dilapidación de recursos es insostenible y generadora de más pobreza. Oponerse a futuras posibles guerras y al actual rearme que las prepara, además de una obligación moral está convirtiéndose en una necesidad vital.

Sin embargo, venimos asistiendo con demasiada conformidad a guerras que debieran resultarnos insoportables, como el genocidio de Gaza, las guerras de Ucrania, Sudán o Congo y otras muchas que casi nos resultan desconocidas. Es cierto que a menudo manifestamos nuestra postura contraria, pero sin arriesgar nada ni salir de nuestra zona de confort. Insuficiente para convertirse en presión que

obligue a nuestros gobiernos y las instituciones internacionales a una actuación mucho más rápida y contundente.

La voluntariedad y decisión de organismos y grupos de personas no numerosos seguirá siendo insuficiente si no somos capaces de contagiarla a una amplia mayoría social. Pero ese contagio en el que debemos volcar buena parte de nuestros esfuerzos, no es contrario a actuaciones más decididas y contundentes de esas minorías. Tenemos que encontrar formas para que actuaciones más contundentes y nuestra necesidad de contagio social se refuercen, sin perder nunca de vista que debemos apostar por un modelo social más igualitario y que atienda responsablemente a los límites del planeta.

Nos jugamos mucho. Quizá todo.

La autora es secretaria de Acción Social de CGT/LKN Nafarroa